Ricardo López es un mecánico certificado que durante más de dos décadas se especializó en ventas y que mientras hacía rutas en Santa Rosa de Lima, La Unión, y veía los quesos, nunca imaginó que a sus 71 años tendría un negocio familiar de lácteos en el que pondría en práctica toda su experiencia y creatividad.
Salió de su pueblo en San Sebastián, San Vicente, cuando era un adolescente. Apenas sacó su bachillerato comenzó a trabajar; y con su diploma de mecánico calificado, profesión que aún indica su documento de identidad, entró al mercado laboral a través de una reconocida empresa embotelladora de bebidas.
Sin embargo, su carisma, profesionalismo y espíritu de servicio y rápido aprendizaje le valió para que uno de los ejecutivos de la compañía le sugiriera que dejara de llenarse de grasa de carros y que en su lugar se especializara en el funcionamiento de máquinas Post Mix (dispensadoras de bebidas populares en restaurantes, bares y comedores industriales). Luego, cuando este licenciado se cambió de empresa, también se llevó consigo al entusiasta trabajador.
“Tanta suerte tenía, y también que veían que yo trababa bien, que me llevaron y me contrataron. Un día me mandaron a sacar pasaporte y todos los papeles porque a la siguiente semana ya me mandaban para Costa Rica a especializarme en esa área. Así pasé viajando y capacitándome”, recordó López.
A cada seminario disponible, dijo, era el primero en apuntarse, sobre todo cuando se trataba de temas de atención al cliente, mercadeo y ventas, pues en ese entonces solía ser vendedor / impulsador de jugos en el centro de San Salvador.
En su vida de empleado, fue jefe de mini bodegas, capacitador, vendedor rutero y encargado de logística; trabajó en Chalatenango, Santa Ana, y particularmente en todo el oriente del país, hasta que ya excediendo sus años de servicio, se quedó sin trabajo y decidió jubilarse.