La lluvia se volvió tragedia en San Salvador, en junio de 1922

Hace 97 años, las fuertes lluvias originadas por una amplia depresión tropical inundaron el sur de San Salvador. El gobierno jamás reconoció el número real de víctimas y daños en el interior de la república.

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Por Carlos Cañas Dinarte

2019-06-14 9:10:16

En la madrugada del lunes 12 de junio de 1922, San Salvador se vistió de luto y dolor. Debido a un temporal de lluvia torrencial, el caudal del río Acelhuate creció, se desbordó, anegó y destruyó grandes sectores de barrios tan populares como Candelaria, La Vega, El Calvario y San Jacinto.

El meteoro acuoso mató a cientos de pobladores, que se fueron de esta vida prisioneros de aquellas aquellas precipitaciones sucias y tumultuosas.

A la destrucción sembrada por el Acelhuate se unió la de las aguas del barranco El Arenal, que se encargaron de causar más desolación.

Calles y avenidas afectadas por agua y lodo, edificaciones y puentes destruidos o dañados, tranvías volcados, centenares de animales domésticos, de tiro y de corral muertos, etc. Un amplio cuadro de devastación se alzó en pocas horas en una de las partes más pobres y más densamente pobladas de la capital salvadoreña.

La lluvia dejó escombros encima de los puentes peatonales, vehiculares y del ferrocarril.

El gobierno presidido por Jorge Meléndez Ramírez y muchas personas altruistas destinaron los transportes militares, oficiales y privados para transportar a cientos de personas damnificadas hacia albergues abiertos en centros educativos y en otros edificios gubernamentales. Además, la Asamblea Legislativa destinó una partida especial de 50,000 colones para atender la emergencia. Esa cifra fue administrada por un Comité Central de Auxilios, fundado por el Poder Ejecutivo en la mañana del 14 de junio y en el que integró al arzobispo capitalino y a varias personas representativas de la banca, medicina e intelectualidad nacionales.

¿Fue esa tragedia el resultado de un huracán? Reportes telegráficos de varios veleros y buques en la zona del Caribe centroamericano reportaron en su momento la existencia de una depresión tropical activa en el cabo Gracias a Dios, en la frontera entre Honduras y Nicaragua. Ese fenómeno se desplazó con una rapidez estimada en 55 km por hora hacia el noroeste y pasó por los estados mexicanos de Yucatán y Quintana Roo. Dos días más tarde, al llegar al golfo de México, el hidrometeoro se había transformado en una tormenta tropical, con vientos sostenidos de 85 km/h. Con esa fuerza golpeó al estado mexicano de Tamaulipas y al estadounidense de Texas, donde desbordó al río Grande.

La fuerza ciclónica de las lluvias destruyó cientos de inmuebles.

En ambos sitios, los daños en cosechas e infraestructuras públicas y privadas fueron estimados en más de 5 millones de dólares.

El gobierno salvadoreño no ofreció cifras finales de víctimas. Tampoco señaló detalles de cómo el temporal afectó a otras poblaciones del interior. Un velo de silencio oficial cayó sobre esta gravísima situación.

En homenaje a las víctimas mortales, el 27 de junio y 12 de julio se efectuaron honras fúnebres y solemnes misas en Catedral Metropolitana y al aire libre, presididas por el arzobispo Antonio Adolfo Pérez y Aguilar y por el obispo de San Miguel. Además, el dinero popular colectado permitió construir una cruz conmemorativa en uno de los jardines de la Iglesia de Candelaria.