La esclavitud detrás del oficio de lavar y planchar ajeno

“Estoy cansada” dice Marta P. con 20 de sus 49 años dedicada al trabajo doméstico. El precio que ha pagado por este empleo es demasiado alto y ya no tiene fuerzas, dice. No puede con la culpa de haber dejado a su hija mayor de tan solo once años a cargo de sus siete hermanos mientras ella salía a “servir” fuera de casa.

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En América Latina, las mujeres dedican cinco horas más a los trabajos del hogar, que los hombres.

Por Tania Urías

2019-06-10 4:45:09

Escasos árboles y un calor asfixiante se mezclan en un accidentado camino de tierra que lleva hasta la casa de Marta P., una mujer que ha trabajado como empleada doméstica por más de 20 años.

Vive en un alejado cantón del municipio de Tacuba, en Ahuachapán.

Al final de una vereda de tierra se sitúa la modesta vivienda de adobe de dos habitaciones que no sobrepasan los seis metros cuadrados y que comparte con tres de sus hijos, su nuera y su nieto.

Los cuartos son tan pequeños que ella debe sacar su cama al patio durante el día, para ocupar el espacio, ya sea como sala, cocina o comedor.

Para ingresar se atraviesa un pequeño marco de cemento que está a medio construir. Frente a este marco se recuesta una tabla que Marta coloca por las noches a manera de puerta para cerrar el acceso a la casa.

Marta parió ocho hijos. Un día, que prefiere no recordar, su compañero de vida la echó a la calle con todo y los niños. El último tenía once días de nacido.

Ella apenas recuerda el suceso, pero no olvida que tuvo que dormir en la calle y pedir posada para vivir, mientras encontraba una forma de salir adelante.

Todas las jóvenes de su cantón se iban a la capital a trabajar de domésticas. Marta ya llevaba un tiempo en el referido trabajo, pero no quería ni podía irse a “dormir adentro”.

Carmen, su hija mayor, tenía once años y Juan, era un recién nacido, pero no tuvo opción. Hoy carga el peso de esa decisión todos los días.

Carmen se quedó a cargo de sus siete hermanos, mientras Marta viajó a una exclusiva colonia del norte de San Salvador para trabajar fijo como doméstica.

“Cada vez que subía al bus y veía a la niña, agarrando al bebé y a la marimba de niños llorando en medio de una champita donde vivíamos, sentía amarga la garganta, era un sufrimiento grande, muy grande”, cuenta.

Marta muestra una fotografía de la graduación de su penúltimo hijo. Es lo único que le queda de él después que lo asesinaran en su casa, en una zona asediada por pandillas e inundada de pobreza. Foto EDH/ Lissette Lemus

Marta se quedó en esa casa por ocho años y todo lo soportaba con la ilusión de salir cada quince días a llevar frijoles, maíz y lo que podía a sus pequeños, que eran vigilados de cerca por los vecinos.

Años más tarde, una tragedia familiar golpeó la vida de esta mujer: le asesinaron a uno de sus hijos en su propia casa, situada en una zona donde además de pobreza, abunda la inseguridad y donde “sobrevivir”, es un reto cotidiano (ver nota aparte).

“Las nanas”, “las sirvientas”, “las muchachas”

Marta es apenas el rostro de miles de mujeres que como ella, abandonaron sus hogares para emplearse en otras casas a “servir”.

Como trabajadora doméstica a ella le tocó criar a más de una veintena de niños, muchos de los cuales rápido aprendieron a llamarle mamá. También “sirvió” en al menos seis casas y cuando habla de su empleo, ella dice “he sido muchacha, toda la vida”.

Sin embargo, los tres términos son discriminativos para las integrantes de las organizaciones de derechos humanos y de dos sindicatos que operan en el país y que luchan para frenar no solo esta discriminación, sino una larga lista de abusos que estas mujeres sufren.

Marta es apenas la aproximación de miles de salvadoreñas que empujadas por la pobreza se convierten en domésticas, un empleo, que no en todos los casos, pero sí en la mayoría, facilita violaciones a los derechos más mínimos de estas mujeres.

Miles de salvadoreñas empujadas por la pobreza, la abundancia de hijos y la falta de oportunidades, emigran de alejados cantones del país hasta la capital o las grandes ciudades, para “servir” en colonias de San Salvador.

“Son mujeres que conviven en espacios reducidos, donde son discriminadas y en ocasiones hasta maltratadas”, explica Alma Siliézar del Sindicato de Mujeres Trabajadoras del Hogar Remuneradas Salvadoreñas (SIMUTHRES), una de las dos organización creadas por y para trabajadoras del hogar remuneradas.

Según Siliézar, las domésticas son obligadas a trabajar horarios de doce, catorce y más horas, recibiendo salarios por debajo de los $100 al mes. “Sufren violencia y hasta violaciones sexuales”, denunció la sindicalista.

¿Una forma de esclavitud moderna?

El trabajo doméstico está considerado como uno de los oficios más antiguos. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT) unos 100 millones de personas trabajan en este sector en el mundo. Siete de cada diez son mujeres.

“Pese a su importancia a nivel global, no hay cifras confiables debido a que sigue siendo parte de la economía informal”, cita el informe de la Relatora Especial sobre las Formas Contemporáneas de la Esclavitud, de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

Según el documento, pocos países tienen legislaciones que protejan los derechos de las trabajadoras domésticas y donde hay leyes lo común es que no se respeten.

“La servidumbre doméstica puede ser otra forma contemporánea de esclavitud, si bien no ha atraído tanta atención en los marcos internacionales de derechos humanos del siglo XX”, advierte el informe.

“La servidumbre doméstica está prohibida de forma implícita en los artículos de la Convención sobre la Esclavitud, los pactos y declaraciones que integran la Carta Internacional de Derechos Humanos, el Convenio Nº 105 de la OIT sobre la abolición del trabajo forzoso (1959) y la Declaración de la OIT de 1998 relativa a los principios y derechos fundamentales en el trabajo”, agrega el estudio.

La Fundación Walk Free y la OIT calculan que 40.3 millones de hombres, mujeres y niños fueron víctimas de la esclavitud moderna en 2016.

De estos, 24.9 millones de personas fueron sometidas a trabajos forzados. Las mujeres y las niñas representan el 71 por ciento de las víctimas.

Dentro de la región, Venezuela, Haití y República Dominicana fueron los países con mayor prevalencia de la esclavitud moderna; sin embargo, Estados Unidos, Brasil y México tuvieron los números absolutos más altos y representaron más de la mitad (57 por ciento) de las víctimas en la región.

Marta lleva más de 20 años lavando y planchando ajeno, oficio que la obligó a abandonar a sus ocho hijos. No tenía otra forma de ganar dinero. Foto EDH/ Lissette Lemus

El Salvador tiene 16,000 esclavos

En El Salvador, según Walk Free hay unas 16,000 personas viven en condiciones de esclavitud moderna.

En 2016 y durante una visita al país, Urmila Bhoola, experta en derechos humanos de la ONU, instó al gobierno salvadoreño a desarrollar e implementar iniciativas para proteger a las víctimas de las formas contemporáneas de esclavitud.

Entre estas, la especialista pidió poner más atención al combate al trabajo forzoso, la servidumbre doméstica, el trabajo infantil en condiciones peligrosas y otras actividades en las calles.

En junio de 2011, la OIT adoptó el Convenio Nº 189 sobre el trabajo decente para las trabajadoras y los trabajadores domésticos, en el que también se tratan tales cuestiones.

En el Convenio se disponen medidas de protección contra la servidumbre doméstica y se establecen derechos para las trabajadores domésticos, como unas condiciones de empleo equitativas, condiciones de trabajo y de vida decentes, respeto a la privacidad y protección contra toda forma de abuso, acoso y violencia. Sin embargo, El Salvador no ha ratificado el convenio.

Esto, sumado a que “el trabajo doméstico es invisible y poco reconocido”, dice Alma Siliézar, del sindicato, facilita las violaciones a los derechos de estas mujeres.

Marta, por ejemplo contó que en la primera casa donde sirvió, dormía en una bodega que compartía con el perro de la casa.

Sus jornadas eran de hasta 14 horas por día y su primer patrona, Maritza, una empleada de gobierno, salía hacia al gimnasio a las cinco de la mañana y volvía hasta pasadas las diez de la noche. Marta debió cuidar a los cinco hijos de Maritza, una pareja de ancianos y hasta al perro.

“Eran niños parecidos a las edades de mis hijos. Eso fue lo más duro para mí. Lloraba todas las noches por ellos”, recuerda.

Además, también tenía dificultades para recibir el salario, pese a la abundancia de tareas cuando llegaba el día de pago, la “patrona”, le decía que no tenía para pagarle.

Pasaba hasta dos meses sin pagarle, así que Marta se escapaba a casas vecinas a planchar o lavar ajeno para juntar aunque sea para el pasaje del bus e ir a ver a sus pequeños.

Sacrificio

"Me tocó perder demasiado como muchacha. Abandoné a mis hijos y no pude estar con ellos cuando más me necesitaban, por eso estar criando niños ajenos".

Marta P., doméstica desde hace 20 años

Quince, veinte, treinta años en el oficio

Para este reportaje El Diario de Hoy tuvo contacto con al menos una decena de trabajadores domésticas, mujeres entre los 34 y los 59 años, que han dedicado, diez, quince, veinte y hasta treinta años a este trabajo.

Aunque no en todos los casos, para la mayoría convertirse en empleada de servicio fue una de las decisiones más duras que tuvieron que tomar, por que debieron abandonar sus hogares para atender casas ajenas.

Aunque no hay suficiente información, se calcula que en el país hay alrededor de 136,529 domésticas, esto según el único censo del Instituto Salvadoreño del Seguro Social ha realizado a propósito del Régimen Especial de Salud y Maternidad para las Trabajadoras Domésticas aprobado en 2010, para facilitar el acceso al sistema.

La Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, UCA, también elaboró en octubre de 2015, una investigación “Reconociendo el trabajo doméstico remunerado en El Salvador” en la que encuestó a 794 trabajadoras del hogar de todo el país e hizo una aproximación a este tipo de empleo.

El informe, realizado con el apoyo de la Organización Internacional del Trabajo y la entidad sueca Brücke Le Pon, que ha venido trabajando con los dos sindicatos de trabajadoras del hogar que hay en el país, retrata de alguna forma los aspectos más destacados de cientos de mujeres que de dedican a este oficio.

Ahí se detalla que provienen del área rural, del total de las participantes en el estudio, el 35% inició como doméstica antes de los 14 años, el 49% tiene la primaria incompleta o no estudió y solo el 13% llegó hasta el sexto grado y el 11%, al noveno.

Otro dato relevante es que más de la mitad de las encuestadas, 54.2% son solteras e independiente de su estado familiar, ocho de cada diez tienen hijos.

Aunque el informe se hizo hace cuatro años, se hayan similitudes respecto a las investigaciones propias que han elaborado los dos sindicatos y el denominador común es la “invisibilidad del oficio, y maltratos”.

Siliézar de SIMUTHRES explicó que como organización, acompañan a varias de sus compañeras en casos que van desde un despido injustificado hasta otros abusos.

Según Yancy Hernández, del mismo sindicato, hay dos modalidades de este tipo de empleo, las de “dormir adentro” que cada vez pierde más terreno por las continuas violaciones a los derechos de estas mujeres, entre abuso físico y sexual, advierte Siliézar.

A Marta, su patrona un día la lastimó golpeándole la cara, porque no le planchó bien una prenda. Siliézar ha conocido casos de mujeres que han sido violadas por sus patronos, pero que no denuncian por miedo.

La otra modalidad de servicio son las llamadas “ambulantes”, que pueden laborar hasta en seis casas distintas, una cada día de la semana, por lo general lavando y planchando y haciendo oficio varios.

Siliézar y su grupo acuden cada semana a diversas calles capitalinas para esperar a las mujeres que salen de sus empleos o a hacer mandados, para entregarles hojas volantes o folletos donde les explican todos aquellos derechos y beneficios por los que deben de luchar.

Les hablan del convenio 189 de la OIT y les explican lo que ya contempla la ley y que muchas de ellas desconocen, como un salario digno, vacaciones, el horario de trabajo y más.

No todas son receptivas a los mensajes, sobre todo por temor a perder la única fuente de sustento.

Siliézar coincide con los datos que muestra el estudio de la UCA, de que la mayoría no tienen mayor escolaridad y buena parte ni siquiera sabe leer y escribir.

Limitadas en estos aspectos, también vienen de familias numerosas y casi todas están criando solas a sus hijos, por eso servir en casas es la única opción que ven viable para ellas.

Marta Zaldaña de la Unión Sindical de Trabajadoras de los Servicios del Hogar Remunerados, UNSITRASER, explica que la intención no es sacarlas de este empleo, pero sí lograr las condiciones adecuadas para que lo desempeñen.

Además se busca visibilizar a estas mujeres cuyo oficio va más allá de limpiar una casa o planchar ropa ajena. Ella asumen el rol de “madres” postizas de niños que no son suyos y que cuidan como propios.

Verlas, desde otra perspectiva y valorar su trabajo, logrará, dicen los entrevistados, no solo frenar los abusos sino entender que merecen condiciones dignas de trabajo.