Pandilleros asesinaron al hijo de “Zaqueo”, pero eso no doblegó su voluntad por salir adelante

“Que sea la voluntad de Dios”, repite con frecuencia José Díaz cuando lo agobian los problemas. La violencia le arrebató a su único hijo; desde entonces vive sumergido en una profunda pobreza. De la venta de juguetes depende el sustento de él y su esposa.

Por Jonathan Tobías / Sergio Orrego

2019-07-29 9:45:55

Hace diez años, José Díaz recibió uno de los golpes más duros de su vida. Su hijo, de 28 años, fue asesinado y su cuerpo desmembrado fue abandonado en una quebrada entre Villa Lourdes y Campos Verdes, municipio de Colón.

José buscó refugio en su trabajo y en su fe; sin embargo, esa misma delincuencia que le arrebató a su hijo, se ha encargado de perseguirlo y acosarlo: le quitan el poco dinero que consigue con su trabajo y lo obligan a alejarse de la iglesia, en donde había encontrado consuelo.

“Agarre, agarre, pero no carrera”, grita por las calles Díaz, vendedor ambulante que, a sus 66 años, transita a diario por las aceras del centro de San Salvador. Es el tercero de 14 hermanos y está casado con María Elsa Miranda, quien padece graves problemas de visión.

Díaz recorre las calles de la capital con bolsas de plástico en el hombro, repletas de juguetes. En la mano izquierda lleva un triquitraca que anuncia su paso. De la venta de esos artilugios depende el sustento de él y su esposa.

La meta diaria del vendedor es $15 dólares al día para pagar el alquiler mensual de la vivienda.

José mide un metro y 29 centímetros de estatura. Todos lo conocen como “Zaqueo”, en referencia al personaje bíblico que, por su poca altura, debió subirse a un árbol para ver a Jesús.

Díaz no se incomoda con su sobrenombre y lo toma como una parábola de su propia situación: aferrado a su fe intenta subir cada vez más alto para hacerle frente a la vida.

A diario, a las cuatro de la madrugada, las luces de la modesta casa donde vive la pareja, de la cual deben varios meses de renta, se encienden. Él y su esposa dejan la vieja cama y se encomiendan a Dios. Un pequeño altar se ilumina con la llama de una vela. “Cada mañana salgo con la esperanza de traer para los frijolitos”, dice con optimismo.

Después de rezar, prepara las bolsas con los juguetes y traza la ruta que seguirá. Abordar un autobús se le dificulta. “Los motoristas me molestan pero lo tomo como chiste. ¿De qué sirve ser pobre y amargado?”, expresa.

Juan Manuel Miranda, su único hijo, fue asesinado hace 10 años y esta fue la causa para que él se acercara a la religión.

Su jornada laboral debe concluir hasta que reúne al menos $15. Es entonces cuando se permite descansar. Los días en que el dinero llega en abundancia es porque “San Juan baja el dedo”, afirma entre risas. “Nunca he comprado pizza o una soda. Porque sé que me puede servir para azúcar o sal”, confiesa.

La mayor parte del dinero que Díaz gana lo invierte en el alquiler de la vivienda; sin embargo no puede evitar retrasarse con los pagos por las pocas ventas. “Si el día de mañana no logramos pagar la casa, salimos y vamos a vivir bajo un puente”, bromea.

Sus problemas económicos empeoraron con la muerte de su hijo, quien además le ayudaba trabajando en las calles. Recuerda que, cuando un grupo de policías lo buscó para darle la noticia, él se encontraba vendiendo en el centro capitalino. Para que identificara a su hijo, los agentes le mostraron un vídeo: “La escena en que lo vi fue salvaje, no se lo deseo ni a mi peor enemigo”, recuerda y lo dice como si tuviera un nudo en la garganta. “Todo mi mundo se vino abajo”, admite. Días después de sepultar a su hijo, el vendedor decidió dejar su casa por temor a represalias. “Así como mataron a mi hijo, nos podían matar a nosotros”, fue su pensar en aquel momento.

José Díaz trabaja desde los ocho años, cuando su padre le enseñó el oficio de zapatero. La necesidad lo llevó a aprender albañilería, elaboración y venta de tamales, ha sido comediante de circo y otras tantas ocupaciones.

“Yo me rebusco de cualquier manera, siempre que sea honradamente”, sostiene.

José nunca pudo estudiar, pero junto a su altar de rezos mantiene un silabario que le recuerda su deseo por aprender a leer y escribir.

María, su esposa, se frustra al saber que por su estado de salud no puede ayudar para generar ingresos. “Sea como sea vamos a salir adelante. Nos quisimos jóvenes y ahora viejos es donde más nos tenemos que querer”, dice en una mezcla entre el ánimo y el consuelo.

Para comunicarse con la pareja puede llamar al 6174-8528.

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José Díaz, el pequeño vendedor que enfrenta la violencia y la discriminación en las calles de San Salvador

Vender en las calles de San Salvador es la única opción para José Díaz, quien a diario enfrenta la discriminación y el acoso debido a su baja estatura, pero su esposa que está perdiendo la vista es su aliciente para salir cada día a las 5 de la mañana desde Lourdes Colón hasta San Salvador. A su único hijo lo perdió a causa de la violencia.