Varias ciudades de Chile, incluyendo, Santiago, estaban bajo el estado de emergencia desde el pasado 19 de octubre, cuando estallaron violentas protestas. Poco a poco vuelve la normalidad. Foto EDH / archivo
¿Conspiración?
Ante el estallido de protestas en el Cono Sur, empezó a surgir la discusión sobre una posible contraofensiva del “socialismo del siglo XXI”. De acuerdo a quienes sostienen esta teoría, el eje hemisférico de gobiernos de izquierda liderado por Caracas y La Habana busca desestabilizar a otros gobiernos de la región en vista de los pobres resultados electorales de los últimos años.
El mismo secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, afirmó en un comunicado que “las actuales corrientes de desestabilización de los sistemas políticos del continente tienen su origen en la estrategia de las dictaduras bolivariana y cubana, que buscan nuevamente reposicionarse, no a través de un proceso de reinstitucionalización y redemocratización, sino a través de su vieja metodología de exportar polarización y malas prácticas, pero esencialmente financiar, apoyar y promover conflicto político y social”.
Según Bianchi, estas declaraciones del secretario de la OEA son irresponsables. “Nicolás Maduro no puede ni gobernar su propio país, no tiene ni los recursos económicos ni los políticos para gobernar su país que es un desastre. Imaginate si va a tener la capacidad y el músculo para desestabilizar a otros países”, aclara el experto argentino.
El Diario de Hoy buscó a otros dos expertos para aclarar esta apreciación. Juan Carlos Vargas, abogado chileno y presidente de la Red Latinoamericana de Jóvenes por la Democracia, descartó que esto se trate de una conspiración de la izquierda hemisférica y citó una medición de la casa encuestadora Ipsos que destaca que 67% de los chilenos consideran que las protestas se generaron por el alza de los precios del metro y el elevado nivel de vida.
En efecto, el sistema chileno ha sido efectivo en llevar al país un alto potencial de crecimiento y elevado nivel de vida, pero no ha abordado de la manera más efectiva la inequidad y los retos de las poblaciones más vulnerables. Esta duda del “modelo”, como se conoce en el país a las reformas liberales de finales de los ochentas, ha generado picos de inestabilidad como las manifestaciones estudiantiles de 2011 o los hechos violentos de la última semana.
Lo que Vargas sí ve en Chile es cómo movimientos radicales y violentos se han montado en las marchas para una agenda política particular. “Quizá eso (alza de los precios del metro) fue la gota que motivó el inicio de la movilizaciones, sumado a un descontento generalizado de la ciudadanía, pero que posteriormente dio paso a movimientos organizados que comenzaron a saquear y destruir las ciudades”, lamenta.
Este jurista explica que además de retroceder en el alza al cobro del metro, el presidente Sebastián Piñera hizo acercamientos y prometió corregir algunos de los detonadores de las protestas, además de pedir perdón por malas decisiones de su gobierno y algunos de sus antecesores.
Sin embargo, la gente permanece movilizada y aunque la clase política aprobó la iniciativa del mandatario, parece ser insuficiente. Y es que la situación ha escalado a profunda violencia en la que ya hay 18 muertos a lo largo del país.
De momento, a Piñera se le exige cambio de gabinete y en el Congreso, donde ahora se discute la crisis, ha habido tensión.
En todo esto, destaca que no ha habido líderes en el movimiento, lo cual hace complejo dialogar, pero sí nota un rol de la izquierda más radical en agitar a la población.
Este oportunismo también fue visible en Ecuador. La politóloga Arianna Tanca dijo a este medio que en medio de las marchas de organizaciones indígenas por la eliminación de subsidios, grupos afines al expresidente Rafael Correa intentaron tomarse las protestas y promover la salida del presidente Lenín Moreno, a quien ven como traidor.
Esto, a juicio de Tanca y de Bianchi, ha sido poco efectivo pues el músculo político de Correa es limitado, especialmente desde Bruselas, Bélgica donde hoy reside.
En el caso de Bolivia, la situación es diferente, pues la movilización se produce por movimientos opositores al izquierdista Evo Morales que rechazan los resultados electorales que el jueves 24 de octubre le dieron a este una victoria en primera vuelta.
Asimismo, cuestionan que Evo pudiese incluso correr cuando había un referéndum de 2016 que le impedía buscar nuevamente la primera magistratura del país.
Esto ha llevado a la violencia en las principales ciudades bolivianas y ha enfrentado a los simpatizantes de Morales, que aspiran a la permanencia en el poder, y a los opositores, encabezados por el expresidente Carlos Mesa, que aspiran a ver un cambio en el país.
En esta coyuntura nadie parece ceder. “La gente que apoya a Evo va a seguir en las calles hasta que se respete lo que quieren, un triunfo en primera vuelta, y la oposición seguirá manifestando hasta que se logre una segunda vuelta”, manifiesta Natalia Oelsner, periodista boliviana, quien no descarta que las protestas sigan escalando, especialmente por los indicios de fraude electoral.
¿En jaque el sistema?
Que estas situaciones del Cono Sur no respondan a una conspiración Caracas-La Habana no implica que deban tomarse a la ligera. Según Bianchi, esta desconexión entre los partidos y la sociedad puede elevar las dudas sobre el sistema de democracia representativa y dar paso a que más líderes antipolíticos alcancen el poder.
Estos, añade el doctor en ciencia política, son extremadamente peligrosos y “mucho peores” de lo que buscan reemplazar. Al citar casos como Jair Bolsonaro en Brasil o Jimmy Morales en Guatemala, el experto explica que emergen cuando la política tradicional fracasa pero no tienen un arraigo partidario, por lo que deben sumarse a poderes fácticos, en ocasiones oscuros, para avanzar su agenda.
Por eso, expresa la importancia de “recuperar el rol de los partidos, que se volvieron meros instrumentos electorales cuando debieron tener la penetración social para generar consensos, diálogo y representar a diferentes sectores para generar salidas institucionales y democráticas”.
Sin ese renacer partidario, es posible que en estos países haya soluciones temporales y se apague el fuego de algunas crisis, pero la credibilidad del sistema puede seguirse erosionando. Latinoamérica no puede darse ese lujo considerando su pasado reciente, ni permitir que políticos oportunistas que vivieron su ocaso se suban en demandas sociales a promover violencia política y una agenda particular.