Ivania, la joven madre sin documentos que lucha por alimentar a sus hijos en cuarentena

Ivania es una joven de 23 años. Sus padres jamás la registraron al nacer. Ahora, enfrenta la falta de recursos y la cuarentena, sin un solo documento de identidad y con el temor que la comida se termine o quieran encerrarla en un centro de confinamiento.

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Por Marvin Romero

2020-05-16 5:20:11

En la casa de Ivania hay una estrategia que debe cumplirse al pie de la letra -casi una táctica de supervivencia- por la mañana, su pareja no desayuna para que ella, su hija de seis años y su hijo de tres meses puedan hacerlo.

A medio día, almuerzan “cuando hay” o cuando Guadalupe, una de sus vecinas, les regala algo. Por la noche, cenan solo si durante el día, consiguen reunir tres dólares para unos cuantos huevos, algo de leche, café y pan.

Esos tres dólares, Ivania intenta conseguirlos haciendo recados para sus vecinos. Llevando las tortillas a la casa de los ancianos. Entregando encargos y encomiendas de hogar en hogar. Inventándose pasos y caminos que le dejan, a penas, unas cuantas monedas.

Todo, sin salir del complejo de condominios N° 5, en donde vive desde que era una niña, en la Colonia Altavista, en Tonacatepeque. La principal razón por la que no se atreve a cruzar los muros que la separan de la calle – aunque el hambre le de valor y fuerzas – es que en su bolsillo, además de faltarle el dinero, también le faltan los papeles.

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Los padres de Ivania jamás la registraron formalmente al nacer y, hasta la fecha, la joven de 23 años, no cuenta con documentos de identidad, razón que la excluye de cualquier clase de ayuda que pueda obtener de los programas impulsados por el gobierno para sobrellevar la cuarentena.

Además, la dificultad que más le duele es que, durante las últimas semanas, no ha conseguido ni hacer el intento de salir a las calles por el temor a que la detengan y que al decir que no cuenta con documentos, los policías o militares no le crean y la encierren en un centro de confinamiento.

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“Mi mami no me asentó cuando estaba chiquita”, relata Ivania con cierta nostalgia. “Una vez un abogado me dijo que me podía ayudar por quinientos o seicientos dólares, pero no tengo esa cantidad”, expresa. Ella asegura que nunca ha podido concretar el trámite para obtener su Documento Único de Identidad porque siempre ha tenido que estar pendiente de mantenerse a sí misma y ahora a sus hijos.

Nunca ha podido acceder a un trabajo formal y el comercio informal ha sido siempre su fuente de ingresos. “Me ando rebuscando, porque tengo a mi niño de tres meses”, dice durante una pausa de sus rutas vespertinas. La pareja de Ivania es panificador de oficio y, desde que la emergencia por el COVID-19 afectó a buena parte de los pequeños negocios de la zona, se quedó sin trabajo y las escasas panaderías que aún abren no lo han podido contratar.

“Comida no tengo, lo que gane ahorita es lo que me va a servir para comer”, añade Ivania y recuerda que es momento de reanudar la marcha. La acompaña su cuñada. Juntas recorren los pasillos y recovecos de la comunidad. Tocando de puerta en puerta.

Cuando no consiguen la cantidad suficiente para pasar el día, Ivania y su familia viven de un árbol de mangos sembrado en las cercanías. En el mejor de los casos, venden los frutos y logran reunir para sus alimentos. En el peor de los escenarios – más común de lo que ellos quisieran – los mangos se convierten en ese constante “cuando se puede”