Benjamín Disraeli: el humanista dentro del político

La nueva ciencia de la economía política les había enseñado que las relaciones entre los seres humanos no son morales o de deberes, sino que son decretadas por leyes no menos exactas e inevitables que la de la gravedad o las leyes que gobiernan el movimiento de las estrellas. André Maurois (1901-1976), Ministro de Cultura bajo Charles DeGaulle (presidente de Francia 1959-1968), en su biografía de Disraeli (publicado en 1936)

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Joven Disraeli, grabado de 1839. / Foto Por EDH-Archivos

Por Dra. Katherine Miller

2020-10-11 5:30:18

Una manera de medir la calidad de vida de una época es examinar la distancia entre el ser humano interior y el carapacho de los personajes políticos. Cuando la distancia es de consideración, queda un vacío entre el ser humano interior– usualmente identificado con la ética, la moralidad y los sentimientos– y el exterior político que piensa y actúa, pública y pragmáticamente, con una racionalidad potencialmente distanciada de la ética y moral que caracteriza la interioridad. El tamaño y dimensiones del vacío entre los dos aspectos humanos es el terreno donde se puede examinar la política de un siglo. En este sentido el personaje que pondremos bajo la lupa será Benjamín Disraeli (1804-1881), y el contexto social será la época cuando la reina Victoria estaba en el trono (1837-1901).

La metamorfósis de la ciencia política que la transformó, desde la moralidad y noblesse oblige de la clase aristocrática reinante hasta la Revolución Industrial en los siglos XVIII y XIX, hasta su actual existencia como una ciencia moderna se efectuó, precisamente, durante la época victoriana. Se transformó en una ciencia como “la ley de la gravedad o la ley que gobernaba el movimiento de las estrellas” que Maurois nos presenta en su biografía de Benamín Disraeli, un estadista por excelencia quien personifica los valores políticos que posiblemente añoramos en la actualidad.

En el chiaroscuro con que se ha presentado este asunto político durante la época victoriana, la distancia entre el ser interior moral y las leyes racionales de la ciencia política era menos evidente. El período fue marcado por el valor de lo que se denominaba “earnestness” en el pensamiento y actuación política. “Earnestness” era la provincia de la moralidad impuesta como sello en la política que combinaba la seriedad, la gravedad y la sinceridad junto con el espíritu moral profundo que permeaba la sociedad y sus actores. Pero se debe admitir que esta “earnestness” victoriana, en nuestros días es, usualmente, considerado como una tendencia infantil o desfasada por comparación con la superioridad ostensible de la racionalidad de, por ejemplo, un Althusser, en la política.

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En fin, se propone utilizar la medida del vacío entre interior y exterior como metáfora para examinar y apreciar la figura de un estadista enormemente fascinante y resplandeciente como era Benjamín Disraeli, primer ministro en una gran parte de los 63 años en que la reina Victoria reinó sobre la mancomunidad compuesta por la isla de Inglaterra y su imperio mundial del siglo XIX.

Sorprendentemente, Disraeli era un personaje que no pertenecía a la clase de los aristócratas antiguos que gobernaba el imperio británico. Era un hombre nuevo nacido en una familia de la clase media británica, descendiente de generaciones de judíos de Venecia. Disraeli, a la edad de doce años fue sacado de la religión de sus ancestros por su padre, Isaac Disraeli, quien lo confirmó en la religión protestante de Inglaterra, el anglicanismo, la religión del estado de este imperio. Eso para garantizar con más seguridad, la integración y éxito de su hijo.

Culturalmente hablando, Benjamín Disraeli, hijo, nunca dejó su herencia del judaísmo, pero llegó, simultáneamente, a ser un miembro de la clase política que concentró, por su mera existencia, la representación de una moralidad que caracterizó la práctica política durante la Revolución Industrial. Con su “earnestness” abrazó la moral humana y ética que encubrió su desprecio de las poblaciones de la India, Asia y África para gobernar el imperio grotescamente enorme de la reina Victoria. Y Disraeli se ubicó exitosamente, como el ministro principal, en el seno del Parlamento aristocrático. Así defendió sus proyectos de reforma y logró superar el filo de la hostilidad con que inicialmente ellos lo trataban.

Reina Victoria.

Una vez miembro del Parlamento, sufrió los asaltos e insultos del anti-semitismo por parte de sus colegas. Voceros prominentes del panorama victoriano atacaron a Disraeli durante toda su carrera política con intenciones de reducirlo a la caricatura de un judío que ostentaba tendencias orientalistas y que era un “outsider” en la sociedad victoriana. Eso según lo que ha sido documentado especialmente por André Maurois, uno de los biógrafos más eminentes de Disraeli. Con su ironía enormemente humana, Disraeli se puso encima de la calumnia y reinaba no obstante los esfuerzos de excluirlo. Llegó a ser el ministro favorito de la reina Victoria. Aunque muy ambicioso, no abandonó ser vocero de los que fueron excluidos por los perjuicios xenofóbicos de la sociedad inglesa de este entonces, y por la opresión engendrada por la industrialización. Ganó, de esta manera, el apoyo enorme de la población inglesa. Para entenderlo, nunca se debe olvidar que Disraeli era también un gentleman victoriano, figura auténtica en el paisaje político de su país.

Disraeli recogió los insultos y los utilizó como un emblema de honor, exagerando este supuesto orientalismo judío al vestirse con terciopelos, joyas y, más al punto, en su manera de hablar. Hablaba con tan exquisita elegancia en la expresión retórica que desbarataba la arrogancia de los atacantes. Este uso del idioma inglés a la altura de sus mejores posibilidades se encuentra en las estacas morales y racionales plasmadas en su oratoria ante el Parlamento, pero también en las doce novelas que publicó durante sus períodos como Primer Ministro de Inglaterra.

Altick, Richard. Victorian People and Ideas (New York, 1973)

 

Disraeli. DVD (A&E Home Video produced for PBS Masterpiece Theatre in 1980)

 

Maurois, André. Disraeli (Paris, 1926 en francés. New York, 1936 en inglés)

Con estas destrezas Disraeli se reveló como un humanista en la política. Por ejemplo, la más famosa de sus novelas, un bestseller, Sybil, o, las dos Naciones, presenta al enorme número de lectores victorianos y del mundo, las dos naciones de Inglaterra: los ricos y los pobres. En Sybil, Disraeli delineaba cada clase con una pluma elegantemente irónica que apreciaba, en pleno detalle, la injusticia de su sociedad, nuevamente industrializada, durante el reinado de la ciudad de Manchester, “la ciudad sagrada” del comercio textilero y del “trade” en fábricas inhumanas con que sus dueños llegaron a dominar el mundo entero del imperio con su éxito en ganancia además de con su falta de humanidad hacia los que produjeron la riqueza.

Disraeli pintaba, en esta novela, un retrato de la sociedad victoriana en términos de un desgarramiento moral que dejaba desnuda la clase de los aristócratas, sus colegas antagónicos en la práctica política en el Parlamento. Eso lo hizo Disraeli por medio del arte exquisito de su oratoria y su visión pragmática en una política coloreada profundamente con la “earnestness” del humanismo victoriano que era sincera, en contraposición con la “earnestness” hipócrita de los parlamentarios aristocráticos.

En este ambiente complejo, sus detractores hicieron burla descarada a Disraeli cuando decidió proponerse a la elección como Primer Ministro. Dijeron, por ejemplo, con desprecio, que era mejor denominarlo—por su “orientalismo”–como Virrey de la India. Disraeli retomó este insulto con brío, y, en unos viajes a Turquía se dispuso a usar un turbante; fumaba, públicamente, una pipa de seis pies de largo, mientras que se recostaba en un diván lujoso. Era la postura conciente de un dandy que se burlaba de los que se burlaba de él. Aquí, Maurois en la biografía de Disraeli:

“Le gustó el movimiento de las calles orientales, las costumbres y el vestuario, los colores, el llamado a oración del almuecín, el tambor anunciando la llegada de una caravana, los camellos solemnes y decorados, seguidos por un fresco de árabes. El mundo apareció, de repente, en aspecto más profundo y más irreal”.

Pero su máscara de frivolidad y dandyism encubría unas habilidades dignas de los aforismos de La Rochefoucauld o de Napoleón en la expresión de su visión moral en simpatía con lo que Disraeli comprendió que era, en sus palabras, la “miseria” de los Chartistas, un movimiento nacional que sacudió a Inglaterra y que forzó al Parlamento a pasar el famoso Acto de Reforma de 1832. Disraeli llegó a ser Primer Ministro no obstante las desgracias de sus oponentes. Reformó el Partido Conservador para que expresara el espíritu de reforma social y sirvió unos 43 años como Primer Ministro de la nación, desde 1801-1844.

En su bravura retórica—irónica pero contradictoriamente sincera–Disraeli era una de las figuras iconoclásticas de los victorianos, así como los ferrocarriles. Puso esta retórica tremenda al servicio del movimiento para emancipar a los católicos ingleses quienes sufrieron una exclusión monstruosa que obstaculizó su entrada en las universidades para ganar un título y su participación en la vida política, entre otros abusos. Su presentación sobre la iglesia católica irlandesa era superficial y graciosa, dice un oyente de la audiencia. Era como “la falda de Colombina, tela diáfana con lentejuelas”; era un brindis a la cultura medieval de Irlanda. Colombina era una mujer de la mitología gaélica. Era también la astuta niña de los trucos y sprezzatura de la Commedia dell´Arte de la querida Italia de Disraeli. El colmo era que, con tales armas, ganó los corazones de la población inglesa que, en su xenofobia, discriminaba a los católicos, los judíos y los extranjeros. Disraeli, descendiente de generaciones medievales de judíos de Venecia, en su enorme abundancia del espíritu, simpatizaba con los excluídos de su sociedad: los judíos y católicos, los irlandeses y los trabajadores de Londres en las fábricas y tugurios industriales.

En otra de las complejidades de la era de la reina Victoria, Disraeli procuró deslizarse, con su elocuencia, para escapar a la condena de las teorías científicas de Charles Darwin, cuando declaró públicamente, “¿Cuál es la pregunta puesta ante la sociedad con una asombrosa certeza simplista? La pregunta es eso—¿es el hombre un simio o un ángel? Señores, yo me pongo al lado de los ángeles”.

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Sería importante mencionar la famosa anécdota de como Disraeli, en el año 1875, consiguió el Canal de Suéz, en manos de Egipto, para convertirlo en propiedad de Inglaterra y en una fuente de enorme poder y ganancia para el gobierno. Disraeli logró comprar este canal, que condujo a la riqueza de la India, con una maniobra ingeniosa que logró quitárselo, por debajo de las narices de unos accionistas franceses, al descubrir que el personaje principal del gobierno de Egipto estaba casi en bancarrota y dispuesto a vender el canal para solventar sus deudas. Disraeli consiguió los 4 millones de libras esterlinas con los banqueros ingleses, los Rothschilds, quienes se mostraron dispuestos a prestarle esta cantidad enorme. Pero preguntaron: “¿Qué es lo que ofrece, señor Disraeli, como respaldo para el préstamo de tanto dinero?” Disraeli contestó, sin consultar a la reina Victoria, que él apostaba “el gobierno de Inglaterra” como seguro para el préstamo. Así logró comprar las acciones necesarias para el control británico del Canal de Suez. Y la reina se asombró de alegría. Ella, además, pidió que el Parlamento la nombrara, además de Reina de Inglaterra, como “Imperatrice de la India”. Disraeli, también consiguió este título para su reina, quitando el poder de la corrupta Compañía de las Indias Orientales (East India Company) sobre la India y reubicándola bajo el eje gubernamental de la monarquía y el Parlamento de Inglaterra. La reina lo apreciaba, en gran escala, por estas y muchas otras victorias a favor de su imperio.

En todos sus esfuerzos a favor de la justicia y la moral en el pragmatismo y “earnestness” victoriana, Disraeli minimizaba la distancia entre el ser interior de la moralidad y el ser público en la política, actuando de acuerdo con su conciencia, que la externalizó en sus actos. Sus enemigos aristocráticos en el Parlamento continuaron burlándose de sus tendencias reformistas, comparándolo en caricatura con la búsqueda mitológica del Santo Grial del rey Arturo y sus caballeros de la Tabla Redonda. Sobre este fenómeno, metáfora por la carrera de Disraeli como Primer Ministro, Benjamin Jowett, filósofo, teólogo y político de renombre en la arena victoriana, sostuvo una conversación con Dante Gabriel Rosetti, artista y poeta. Preguntó Jowett a Rossetti, con ironía, “And what were they going to do with the Grail when they found it, Mr. Rosetti?” (¿Y qué iban a hacer con el Santo Grial cuando lo encontraran, Señor Rossetti?).

Dibujo de S. Begg del interior del parlamento.

Al final de su vida, la reina Victoria otorgó el título aristocrático de Lord Beaconsfield a este hombre común quien había ganado tanto prestigio en la política de su nación. El colmo de su grandeza ocurre cuando, irónicamente, la Reina le otorga la Order of the Garter (la Orden de la Jarretera) a su ministro favorito. Era un brindis medieval a un político pragmático pero sincero. La consigna de esta orden es una brillante representación de Disraeli mismo. Es: honi soit qui mal y pense (Quien piensa en mal, que sea calumniado con deshonra).

Emblema de como manejar la distancia entre la moralidad del ser humano dentro de la racionalidad de un político, Disraeli se presenta ante nuestros ojos en el siglo XXI como visionario quijotesco de un político enormemente sincero, irónico y exitoso en el campo de batalla del Parlamento victoriano y en defensa del imperio británico que, contradictoriamente, Disraeli admiraba con su alma como admiraba a la monarca, siendo victoriano como era. En su manejo del lenguaje y poder político ante la sentencia de la historia, su influencia y prestigio surgió de su compromiso con la justicia hacia los excluidos y oprimidos, con la cultura antigua del judaísmo y con la defensa de la cultura y el humanismo como instrumentos políticos y estéticos en las novelas de reforma social que escribió como Primer Ministro.

En el estudio de la figura de Disraeli con ojos hacia la evaluación de las figuras políticas del siglo XXI, se propone que puede comenzar con la pregunta, ¿Es el caso que un político es un humanista?
FIN