Hermanas con sordera confeccionan vestidos de muñecas para conseguir dinero durante la cuarentena

Las hermanas Blanca y Jackelyn Mejía confeccionan vestidos para muñecas que venden a 25 centavos cada uno. Esperan poder venderlos para sobrellevar el confinamiento por la cuarentena.

Rosa se mantiene de ayudante de "Tortillera", debido a la cuarentena no ha podido trabajar, sin embargo hace lo que puede por conseguir alimento para sus hijas.

Por Marvin Romero

2020-05-24 10:27:45

En el apartamento en donde viven Rosa Mejía y sus dos hijas hay decenas de pequeños vestidos por todas partes. Colgados en ganchos para ropa, otros sobre las mesas, estantes y algunos en el suelo.

Son vestidos para muñecas y todos fueron confeccionados por las hijas de Rosa: Blanca, de 29 años, y Jackelyn, de 20. Ambas padecen sordera desde su nacimiento, además presentan cuadros de dificultad con el habla y discapacidad intelectual.

Los vestidos los elaboran para luego venderlos a 25 centavos cada uno en las escuelas cercanas. “Les gusta tener dinero, pero que ellas se han ganado”, expresa Rosa.

El confinamiento a causa de la cuarentena, por la emergencia del COVID-19, ha golpeado al pequeño emprendimiento de sus hijas . Las escuelas estuvieron entre las primeras instituciones en cerrar y eso dejó a las hermanas sin la posibilidad de vender los vestidos que elaboran.

“Cuando no había cuarentena, yo iba a la escuela y los vendía”, describe la madre de las hermanas y explica que durante todo el período del encierro por la cuarentena, Blanca y Jackelyn no han parado de elaborar los pequeños trajes y atuendos.

La tela la han conseguido gracias a la donación de amigos y vecinos. También han logrado vender algunos conjuntos en la comunidad. A penas para unas cuantas monedas y muy lejos de lo necesario para seguir sobrellevando el confinamiento.

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Rosa no ha conseguido regresar a trabajar a causa de las medidas en las calles. Ella sostiene a sus dos hijas con solo los ingresos que genera a partir de la venta de tortillas en el condominio número cinco de la colonia Altavista, en Tonacatepeque, lugar en que residen.

Tampoco le ha parecido buena idea aventurarse por otra fuente de ingresos pues no puede dejar solas a sus hijas por demasiado tiempo.

El ideal de esta madre es ver un día a sus hijas valerse por si mismas y conseguir todo lo que se propongan.

Su mayor temor es que, a causa de las condiciones económicas en que la familia ha vivido por años, ni Blanca ni Jackelyn recibieron jamás alguna clase de educación formal o rehabilitación que permitiera que ambas hermanas desarrollaran sus capacidades de forma adecuada.

“A las dos me les hicieron exámenes”, recuerda y señala que los médicos que las trataron cuando eran niñas, le aseguraron que la única forma en que las hermanas podrían escuchar era con el uso de aparatos auditivos y desarrollarían el resto de sus habilidades con terapia constante. Algo a lo que Rosa nunca tuvo acceso.

“Yo nunca he tenido dinero para comprarlos (los aparatos)”, confiesa la madre de Blanca y Jackelyn, quien, para palear un poco las necesidades que a diario deja la falta de recursos y trabajo, ha debido ingeniarse nuevas fuentes de ingreso que le permitan estar junto a sus dos hijas, frente a cualquier emergencia.

“Voy a planchar ropa aquí cerca para ganarme cinco dólares que ya nos sirven”, señala. No sin antes, claro, dejar en orden todos los pequeños vestidos que sus hijas elaboraron durante el día.