Familias temen desalojo por venta de 125 manzanas de la isla Perico

La isla ubicada en la Bahía de La Unión tiene una porción que es del Estado y la otra es propiedad privada. Las familias viven en la zona privada.

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Foto EDH / Insy Mendoza

Por Insy Mendoza

2019-11-30 7:00:20

La noticia de la compra de la parte privada de la isla Perico fue recibida con tristeza y preocupación para las 40 familias que tienen más de una década de residir en el caserío Perico, en el departamento de La Unión.

El pasado 15 de noviembre, miembros de la familia propietaria vendieron los que les pertenecía de la isla Perico al empresario Bo Yang, de origen asiático, con más de 30 años de residir en el país y quien cuenta con la nacionalidad salvadoreña.

Con base a los datos en los documentos, la extensión total vendida sería de 125 manzanas. En la descripción de los documentos de compra venta se detallan las áreas en manzanas, hectáreas, varas y metros.

El área de los manglares sigue perteneciendo al Estado, explicaron personas cercana al proceso de la venta y compra de la isla.

Foto EDH / Insy Mendoza

Fuentes de la Embajada de China en El Salvador, aclararon que Bo Yang obtuvo la nacionalidad salvadoreña, por lo que ya no es ciudadano chino y el trámite o transacción es hecha en calidad de salvadoreño.

La compraventa del terreno se hizo en cuatro partes, entre la familia propietaria y el empresario, por un monto total de $950,000.

Una de las porciones del terreno fue comprada por $730,159.15, y según consta en los documentos de compra venta, a los cuales tuvo acceso El Diario de Hoy, mide “743,880.42 metros, equivalentes a 6 manzanas 4343.85 varas cuadradas de la isla”.

Los otros montos son por $150,000, $50,793 y $19,047.

Los isleños no se hacen la idea de que, en algún momento, los nuevos propietarios del inmueble lleguen a pedirles que desalojen, dejando lo que por muchos años lograron construir con esfuerzos. Ninguno de ellos tiene un documento que ampare su residencia en ese lugar.

Las 40 familias están compuestas por un aproximado de más de 150 personas, la mayoría son de los apellidos Marquina, Torres y Martínez; todos son originarios del municipio de San Alejo, La Unión.

De acuerdo con los lugareños, varios asiáticos llegaron a la isla hace algunas semanas para indagar si el terreno aún estaba en venta; algunos de los visitantes fueron directos y pidieron ayuda a uno de los residentes para que convenciera a los otros de desalojar el lugar, porque una empresa llegaría a instalarse ahí, relataron, ayer, los isleños.

María Torres tiene 40 años de vivir en la isla y dijo que hace una semana llegaron unos extranjeros a visitarlos, “con solo verlos en el rostro nos dimos cuenta que eran chinos, nos preguntaron cuántos vivíamos ahí y que, si estábamos de acuerdo en algún futuro proyecto, y se hizo una fotografía conmigo, luego me regaló 20 dólares para los refrescos”, agregó.

Pedro Ángel Marquina, de 67 años, desconocía que la isla se había vendido, pero que los extranjeros le pidieron que les ayudara en convencer al resto de personas para abandonar la isla, “me preguntó si los demás estarían de acuerdo en salirse de la isla”, indicó.

Hombres, mujeres y niños se mantienen a la expectativa de la llegada de cualquier foráneo porque temen al desalojo y sienten que, ahora más que en otros tiempos, no cuentan con el apoyo de las instituciones del Estado.

Delmi Marquina es madre de cinco niños, el menor tiene 3 años; ella asegura que el patrimonio que pensaba dejarle a sus hijos se le derrumbó al conocer que la isla fue comprada.

“De qué vamos a vivir, nos preocupa porque aquí hemos hecho nuestra vida, tenemos de una u otra forma de cómo sobrevivir”, agregó Marquina.

Francisca Torres, tiene 75 años, y sus padres vivieron por muchos años en la isla, es así como se logró formar la comunidad a la que ahora se resisten en abandonar. El poco apoyo que han tenido los isleños fue de la embajada de Estados Unidos y de organizaciones no gubernamentales como la Fundación Salvadoreña de residentes en La Florida (Fusaflor).

 

Mirna Mayén, residente de La Unión, es una de las personas que por años ha llevado juguetes y diversión a los niños de la isla Perico, lo hace con el apoyo de Fusaflor.

 

Mayén empezó a llegar en el año 2,000 llevando piñatas y juguetes para los niños, como un aporte de salvadoreños residentes en el exterior. “En una de las visitas, me di cuenta que las mujeres de la isla nunca se habían hecho un examen de citología, y muchas morían de cáncer porque ellas se metían al lodo para trabajar y sacar las conchas y es ahí donde les llevé campañas médicas en conjunto con la Fuerza Naval”, narró Mayén.

El pequeño islote, cuya propiedad estaba dividida entre el Estado (quien sigue siendo dueño del área protegida) y de varios miembros de una misma familia, ha atraído el interés público, político y de empresario por su ubicación geográfica entre la bahía de La Unión y la desembocadura entre el Golfo de Fonseca y el río Goascorán.

Hace siete décadas, las personas comenzaron a llegar a Perico atraídos por el trabajo que había en una granja de producción de pollo que había montado el propietario de la isla.

La granja estaba en tierra firme pero los empleados iban al islote para moler las conchas del mar y convertirlas en alimentación para las aves.

El propietario de la empresa les construyó ranchos para que vivieran y trabajaran en la isla. De acuerdo con los isleños, al inicio solo eran empleados, traídos desde el municipio de San Alejo, los que vivían ahí; pero ellos comenzaron a establecerse y formar sus respectivas familias.

Con el transcurso del tiempo, la comunidad construyó una escuelita de láminas, y una pequeña ermita que posteriormente con grandes esfuerzos fueron mejorando.

Lograron hacer de la pesca artesanal y la extracción de curil, cascos de burro y almejas, su fuente de trabajo para sobrevivir en el lugar.

En la escuelita se impartían clases desde parvularia hasta sexto grado. Los niños para continuar con sus estudios deben viajar a San Alejo y terminar ahí el noveno grado.

Son escasos los jóvenes que lograron sacar sus bachilleratos, y lo hicieron gracias a unas becas que les concedió la fundación Fusaflor, incluso una de las beneficiadas logró graduarse en enfermería, actualmente vive en San Alejo.