La vida al borde del abismo: Familias a la orilla del Acelhuate vieron sus casas desplomarse por la tormenta Amanda

Decenas de personas viven con la zozobra de que sus hogares se encuentran en las orillas del río Acelhuate. Piden una solución que no implique solo reparar temporalmente.

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Foto EDH / Lissette Lemus

Por Marvin Romero

2020-06-02 11:30:33

Las decenas de familias que residen en la comunidad San Martín Privado, de San Salvador, viven con la angustia de que, en cualquier momento, sus hogares se derrumben sobre las aguas del Río Acelhuate.

La mañana del domingo, luego que la tormenta Amanda dejara torrenciales lluvias sobre el territorio salvadoreño, la parte trasera de tres viviendas sucumbió a la fuerza del torrente.

Sus ocupantes se encontraban aún adentro (un aproximado de 20 personas), pero en una de las habitaciones contiguas. Sin embargo, fueron testigos de cómo, ladrillo a ladrillo, los muros se desprendían de sus soportes y se precipitaron al abismo.

Ocurrió un poco después de las 6:00 de la mañana. Nadie había conseguido dormir en toda la noche y el sonido de la lluvia y el viento golpeando las láminas se perdía en el rugido del Acelhuate “bravo”, como lo describen ahora los sobrevivientes.

Idalia vivió por siete años en la casa que resultó dañada y afirma que no volverá. Foto EDH / Lissette Lemus

En todas las casas desocuparon las habitaciones junto al río y se resguardaron en las más lejanas. Son casas de no más de 10 metros de largo. No podían salir a la calle, pues la tormenta estaba en su punto de mayor fuerza. Rogaban que el sol saliera y que la lluvia dejara de caer.

“Cuando pude ver, me di cuenta que estaba bien crecido el río”, recuerda Idalia Zelaya. “Me dio miedo. Lo que hicimos fue salir hacia el lado de la puerta”, relata la mujer de 39 años. Su esposo y su hija estaban también dentro de la vivienda.

Idalia Zelaya saca algunas de sus pertenencias. Foto EDH/ Lissette Lemus

“Entonces solo escuché un estruendo y todo comenzó a hundirse”, dice con lágrimas en sus ojos.

Johanna Vásquez estaba junto a su familia, otras nueve personas, en la casa de al lado. “Estábamos acostados en el suelo, por la puerta, cuando se escuchó que la pared se quebró”, dice y añade que, en ese momento, su suegra tuvo que hacerla reaccionar pues quedó paralizada al ver cómo las uniones de las paredes se separaban y la luz del sol comenzó a entrar por las grietas.

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De inmediato, los vecinos de la comunidad evacuaron las casas dañadas y aquellas que corrían riesgo por estar continuas. “Ayer perdí todo y perdí la tranquilidad”, expresa Idalia, quien ahora está viviendo en un albergue improvisado en la casa comunal del barrio.

Johana se dedica a vender pero por el momento no tienen ingresos por la cuarentena y ahora también se quedó sin casa. Foto EDH/ Lissette Lemus

Johanna está preocupada por sus dos hijos: Oliver y Jonathan, que no paran de preguntar y llorar desde la mañana del domingo. Todos los residentes coinciden en que es primera vez que sucede algo como esto en la zona; sin embargo, denuncian que nadie se ha acercado al lugar para evaluar los daños o brindar asistencia, ni de la comuna capitalina o del gobierno central.

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Son los residentes de la comunidad quienes se han organizado para solventar las necesidades de los afectados y para mitigar el riesgo latente que, probablemente, no los dejará dormir por varias noches más.

Carlos perdió sus máquinas de coser y las herramientas para reparar televisores. Foto EDH / Lissette Lemus