Lecturas recomendadas sobre el tema.
Los peregrinajes siempre se tratan de una aventura para superar adversidades y para pasar por el velo colgado entre el mundo físico y el mundo espiritual. El motor sicológico es el de experimentar el poder del sufrimiento, como en el Purgatorio de Dante, donde las almas cargan piedras grandes en sus espaldas para aprender lecciones de humildad por la fuerza física. De esta manera, el peso de las piedras los hace experimentar el sufrimiento y la humildad de doblar sus cuerpos de tal manera que buscan los diseños creados por Dios y grabados en la terraza de piedra debajo de sus pies.
En el siglo XIV, la gente de todas partes de Europa medieval, sufriendo la plaga bubónica, se lanzaban como peregrinos para escapar de la pandemia que ellos consideraban no solamente una enfermedad física, pero, adicionalmente, una crisis moral y económica en sus sociedades y en la vida espiritual de cada individuo. Buscaban iluminación para visualizar el futuro después de este padecimiento que les trajo el desorden social y personal.
Así que, en el siglo XIV, encontramos otra clase de peregrinos —esta vez presentados por Giovanni Boccaccio—. En el Decamerón de Boccaccio, unos jóvenes huyen urgentemente de la ciudad de Florencia que es infestada de la peste negra. Cuentan cuentos de la vida alegre para hacer comedia del desastre y la obscenidad de la vida moral quebrada que produce la plaga. La literatura ofrece la salvación sicológica en su viaje por el paisaje del campo en las afueras rurales de la ciudad infestada. A la misma vez, la gente de toda Europa crea un torrente magnífico de peregrinajes por el Camino de Santiago de Compostela.
Geoffrey Chaucer, también en el siglo XIV, presenta una serie de cuentos de peregrinos que inician su peregrinaje en el mes de abril, en la primavera: “Cuando abril, con sus lluvias dulces….”. Don Geoffrey nos cuenta que estos peregrinos tienen como objetivo llegar al santuario, en la catedral de Canterbury, de Santo Tomás-a-Becket, “para buscar el santo y bendecido mártir que los ayudaba cuando estaban enfermos” dice Chaucer, él mismo un peregrino entre ellos.
Menos conocido es el peregrinaje de todo el pueblo inglés, en otro poema del siglo XIV escrito por William Langland, contemporáneo de Chaucer. En Pedro el Labrador, la gente de toda la sociedad sigue a una figura de Cristo representada por un campesino reformador social: el mismo Pedro el Labrador. La meta es la búsqueda de la racionalidad económica después de la peste negra, en, por ejemplo, cómo determinar los sueldos de los pocos labradores que sobrevivieron el virus y pidieron sueldos exageradamente altos e inalcanzables, que desestabilizaron la sociedad agrícola. Eso porque tantos habían muerto y así quedó diezmada la fuerza laboral después de la pandemia.
El motif del peregrinaje desde la noche oscura del alma y la angustia de la enfermedad de los virus mortales hacia la visión de una sociedad reconstruida, ha sobrevivido en unos libros clásicos modernos que memorializan el peregrinaje de la vida y como entenderla cuando caen los desastres. Hay el ejemplo en La Montaña Mágica de Thomas Mann del siglo XX, quien examina un peregrinaje de exploración en la búsqueda, por el protagonista joven, Hans Castorp. La novela elabora un viaje moral en el que él busca el significado de la pandemia política y moral del fascismo, representada en la metáfora de la plaga de tuberculosis, que requiere la cuarentena en los Alpes en momentos en que el fascismo, históricamente, estaba creciendo en Alemania y en toda Europa, antes de la Segunda Guerra Mundial.
Pero no todas las novelas de viaje se tratan de peregrinajes. Hay novelas sobre peregrinajes medievales para nuestros días. Juan el Peregrino, de Mika Walthari, es una novela en la que un joven explora el mundo mediterráneo medieval del siglo XV, en el tiempo interno del libro, en que la situación moral ardiente en la doctrina teológica y la consiguiente angustia que separó Roma de Bizancio, ambos afligidos por la peste negra.
En la novela moderna Opus Nigrum, escrita en francés, por Marguerite Yourcenar, y traducida elegantemente al español, participamos, por medio de la lectura, en el peregrinaje en la exquisita descripción de otro joven, esta vez, durante el siglo XV, en la trama interna de sus páginas. El protagonista, el joven peregrino Zenón, hijo natural de un clérigo, pasa por el torbellino de la Reforma y Contra-Refoma y la Santa Inquisición, además de por todas las plagas físicas y morales de España, Bélgica, Francia y los Países Bajos de sus tiempos.
Hay que considerar también novelas de América Latina como El Peregrino de Paulo Coelho sobre el Camino de Santiago. O, en la literatura céltica del siglo XX, la novela Bizancio de Steven Lawhead, de unos monjes que salen de su claustro en Lindisfarne, en la costa de Irlanda, con una copia del Book of Kells, empastado e incrustado con ricas y exóticas joyas en su exterior, y de joyas espirituales adentro, para llevarlo en su peregrinaje como regalo para el emperador de Bizancio. Viven momentos de angustia, aislamiento, desaventuras y cuarentena por las plagas, pero logran superar todo para presentar el regalo magnífico del Book of Kells al emperador en Constantinopla, al final de su peregrinaje hacia la esperanza.
Quizás William Butler Yeats, poeta irlandés del siglo XX, tiene la última palabra para la actualidad en su poema sobre el peregrinaje espiritual moderno que significa una llegada a la esperanza. Visita, en las cortas líneas de este poema, los momentos más crueles de la vida, y decide levantar las velas de su barco humano, y zarpar hacia Bizancio, ciudad mágica de iluminación en la esperanza de la eternidad. Termina con estas palabras:
“And therefore I have sailed the seas and come To the holy city of Byzantium”.
(“Y por eso he viajado por los mares y he llegado A la ciudad sagrada de Bizancio”.)
FIN