Paisajes de palabras: peregrinajes desde la angustia hacia la esperanza

“Imposible pensarlo. Jamás se caerá Roma”

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Parte de la pintura "The Canterbury Pilgrms" de Thomas Stothard (1755-1830).

Por Katherine Miller

2020-04-12 9:13:17

Eventualmente, el imperio romano fue remplazado por federaciones bárbaras y, después, por un concepto abstracto del continente que dijeron los del oriente era Christendom —la Cristiandad— donde practicaron la religión de Cristo. Eventualmente, el continente llegó a ser una “Europa” donde murieron las ciudades y solo existió una suerte de red distanciada de monasterios, islas en un mar de bárbaros. Las ciudades murieron y Ammianus Marcellinus, historiador romano del siglo V, declaró que las bibliotecas, como sepulcros, se cerraron para siempre. En estos tiempos comenzó el fenómeno medieval del peregrinaje.

De forma paulatina, grupos de monjes dejaron sus claustros para viajar de monasterio en monasterio. A la misma vez, la gente común y hasta los aristócratas comenzaron sus peregrinajes. Este fenómeno de viajar en grupos por los caminos peligrosos, por razones de seguridad, unió la conciencia social y preparó las condiciones para la renovación de la economía y del orden social. En el transcurso de sus peregrinajes, los monjes y la gente laica compartieron con las personas de las aldeas y los mercados. Trajeron las noticias del mundo conocido y también bienes para intercambio. Prestaron y regalaron libros y manuscritos de otras partes para ser copiados o traducidos, como ordena la Regla de San Benito promulgada en el siglo VI por todos los monasterios del continente, con el objetivo de unificar al continente durante la Reforma Benedictina. Así prepararon las condiciones para una nueva vida.

Gracias al efecto de los peregrinajes, el continente experimentó, ola tras ola, los “renacimientos”, algunos momentos de iluminación, como la Reforma Gregoriana del Papa Gregorio el Grande, la evangelización de San Benito de Nursia con su manual e instrumento para la unificación, la Regla de San Benito y el Renacimiento de Chartres con nuevas teologías y música.

Durante el Renacimiento Carolingio, el emperador Carlomagno ordenó que cada monasterio y catedral debía abrir una escuela. Aparecieron a la misma vez, durante la expansión medieval del Islam, las madrasas, donde tradujeron los conocimientos de los griegos al idioma de los árabes. Es que la Biblia Griega y la literatura de la Grecia Antigua habían sido preservadas en Constantinopla, en Bizancio. Una vez traducidos al árabe, estos documentos pudieron ser traducidos al latín, idioma legible para los eruditos europeos que no conocieron el griego.

La gente usualmente comenzaba su peregrinaje en un estado emocionante de angustia, y los peregrinos buscaban el alivio en la esperanza, como leemos en La Divina Comedia de Dante Alighieri, en donde el peregrino comienza su camino como un hombre perdido en un bosque de error y angustia, y termina en la unión mística con Dios en el Paradiso.

Manuscritos del siglo XV “San Brendan and the Whale”. Página “Chi Rho” del Book of Kells. Y pintura del Salteério de Luttrel, Peregrino de Santiago, c. 1325.

Históricamente hablando, se puede decir que el fenómeno del peregrinaje se vislumbra hasta en los siglos antes de la cristiandad, por ejemplo, en la Odisea de Homero, en la que un excombatiente de la Guerra en Troya emprende un viaje por todo el mar Mediterráneo, desde Troya —en lo que es ahora Turquía— hasta su hogar, para reunirse con su familia, su hijo, su padre y su esposa. Como los peregrinajes son viajes de búsqueda cultural, educación y penitencia, Odiseo viaja con un grupo de otros combatientes y sufren episodios de educación y de penitencia por los actos en que se han equivocado.

En la Edad Media, aparecen los caballeros errantes buscando la salvación moral —y las aventuras para comprobarla. Otros peregrinos medievales fueron a Roma, Jerusalén, para llevar la cruz como cruzado a la Tierra Santa, mientras otros se dedicaron a buscar el Santo Grial.

Pero había momentos en los tiempos medievales cuando una parte de la humanidad en el continente europeo estaba celebrando Pascua mientras que, simultáneamente, la otra mitad estaba todavía en Cuaresma. Era necesario unificar a la iglesia. Es que, durante unos siglos, los celtas (en este caso, los irlandeses), practicaban una liturgia y doctrina distinta de la de los europeos en el continente, quienes utilizaron los ritos latinos y el calendario litúrgico de Roma. La gente de Constantinopla en Bizancio, de otro modo, celebraba Pascua en una tercera forma, la del rito ortodoxo griego.

Así que, una de las preguntas de suma importancia durante los tiempos de la temprana Edad Media era ¿cómo determinar la fecha de Pascua? Porque, en todos los calendarios de Christendom, Pascua es, hasta hoy, una festividad movible; no es celebrada en la misma fecha cada año. La fecha es determinada según el calendario o rito en que está celebrada. Para la unificación de la fe y, por lo tanto, de la institucionalidad de la religión, era necesario implantar una sola fórmula para determinar la fecha de Pascua cada año en la sociedad a futuro para garantizar un orden. Pero, aunque San Beda el Venerable de Northumbria en Inglaterra escribió Sobre el Tiempo, un libro muy largo y grande estableciendo como determinar la fecha de Pascua según los ritos romanos, los celtas en lo que es ahora Irlanda y Gales la determinaron de otra manera.

En el año 661, la abadesa celta Hilda de Whitby, siguiendo las instrucciones del papa en Roma, convocó a un sínodo con representantes de toda Europa con el objetivo de determinar la fórmula para establecer la Pascua en cada año. El resultado fue el Sínodo de Whitby, en el norte de Inglaterra, en el que tomaron una decisión a favor de los ritos romanos de Roma y del Vaticano. Y los celtas de Irlanda aceptaron la disciplina de los ritos romanos, pero insistieron en elevar a Santa Brígida, la santa más irlandesa, hasta el mismo nivel de adoración de la devoción ofrecida a la Virgen María en los ritos latinos. La historia de siglos hubiera tomado un camino distinto, en el cruce de caminos en Whitby, si hubieran decidido a favor de los ritos célticos.

Esta gran decisión de determinar la fecha de Pascua según la cristiandad romana es conmemorada en una literatura fabulosa y mística, en, por ejemplo, el poema largo con el nombre del “Viaje de San Brendan” que presenta no una visión en un sueño, si no un viaje material y real, que podía ser procesado por la conciencia material de la gente medieval.

San Brendan, un santo irlandés conocido como Brendan el Navegador, era un monje del siglo VII que se dice emprendió un peregrinaje con unos monjes en un barco cubierto de cueros de animales. Después de Cuaresma, S. Brendan y sus monjes pasan siete años en búsqueda de la revelación de la verdadera fórmula para determinar la Pascua. Otros peregrinos célticos zarparon en barquitos sin remos, depositando su destino en las manos de Dios. San Brendan dice que encontró en sus viajes unos pilares enormes de cristal (bloques de hielo flotante, ¿icebergs?), unas ovejas gigantescas y unos pájaros que cantaban los Salmos, entre muchas hazañas más, como la de cenar en la espalda de una ballena.

Leído alegóricamente, el poema puede significar la superación de situaciones inimaginablemente enormes, que, después de muchos errores de juicio y muchas aventuras en su peregrinaje por Islandia y las islas cercanas al círculo polar ártico, llegó al Paraíso exactamente en la fecha correcta de Pascua.

Lecturas recomendadas sobre el tema.

Los peregrinajes siempre se tratan de una aventura para superar adversidades y para pasar por el velo colgado entre el mundo físico y el mundo espiritual. El motor sicológico es el de experimentar el poder del sufrimiento, como en el Purgatorio de Dante, donde las almas cargan piedras grandes en sus espaldas para aprender lecciones de humildad por la fuerza física. De esta manera, el peso de las piedras los hace experimentar el sufrimiento y la humildad de doblar sus cuerpos de tal manera que buscan los diseños creados por Dios y grabados en la terraza de piedra debajo de sus pies.

En el siglo XIV, la gente de todas partes de Europa medieval, sufriendo la plaga bubónica, se lanzaban como peregrinos para escapar de la pandemia que ellos consideraban no solamente una enfermedad física, pero, adicionalmente, una crisis moral y económica en sus sociedades y en la vida espiritual de cada individuo. Buscaban iluminación para visualizar el futuro después de este padecimiento que les trajo el desorden social y personal.

Así que, en el siglo XIV, encontramos otra clase de peregrinos —esta vez presentados por Giovanni Boccaccio—. En el Decamerón de Boccaccio, unos jóvenes huyen urgentemente de la ciudad de Florencia que es infestada de la peste negra. Cuentan cuentos de la vida alegre para hacer comedia del desastre y la obscenidad de la vida moral quebrada que produce la plaga. La literatura ofrece la salvación sicológica en su viaje por el paisaje del campo en las afueras rurales de la ciudad infestada. A la misma vez, la gente de toda Europa crea un torrente magnífico de peregrinajes por el Camino de Santiago de Compostela.

Geoffrey Chaucer, también en el siglo XIV, presenta una serie de cuentos de peregrinos que inician su peregrinaje en el mes de abril, en la primavera: “Cuando abril, con sus lluvias dulces….”. Don Geoffrey nos cuenta que estos peregrinos tienen como objetivo llegar al santuario, en la catedral de Canterbury, de Santo Tomás-a-Becket, “para buscar el santo y bendecido mártir que los ayudaba cuando estaban enfermos” dice Chaucer, él mismo un peregrino entre ellos.

Menos conocido es el peregrinaje de todo el pueblo inglés, en otro poema del siglo XIV escrito por William Langland, contemporáneo de Chaucer. En Pedro el Labrador, la gente de toda la sociedad sigue a una figura de Cristo representada por un campesino reformador social: el mismo Pedro el Labrador. La meta es la búsqueda de la racionalidad económica después de la peste negra, en, por ejemplo, cómo determinar los sueldos de los pocos labradores que sobrevivieron el virus y pidieron sueldos exageradamente altos e inalcanzables, que desestabilizaron la sociedad agrícola. Eso porque tantos habían muerto y así quedó diezmada la fuerza laboral después de la pandemia.

El motif del peregrinaje desde la noche oscura del alma y la angustia de la enfermedad de los virus mortales hacia la visión de una sociedad reconstruida, ha sobrevivido en unos libros clásicos modernos que memorializan el peregrinaje de la vida y como entenderla cuando caen los desastres. Hay el ejemplo en La Montaña Mágica de Thomas Mann del siglo XX, quien examina un peregrinaje de exploración en la búsqueda, por el protagonista joven, Hans Castorp. La novela elabora un viaje moral en el que él busca el significado de la pandemia política y moral del fascismo, representada en la metáfora de la plaga de tuberculosis, que requiere la cuarentena en los Alpes en momentos en que el fascismo, históricamente, estaba creciendo en Alemania y en toda Europa, antes de la Segunda Guerra Mundial.

Pero no todas las novelas de viaje se tratan de peregrinajes. Hay novelas sobre peregrinajes medievales para nuestros días. Juan el Peregrino, de Mika Walthari, es una novela en la que un joven explora el mundo mediterráneo medieval del siglo XV, en el tiempo interno del libro, en que la situación moral ardiente en la doctrina teológica y la consiguiente angustia que separó Roma de Bizancio, ambos afligidos por la peste negra.

En la novela moderna Opus Nigrum, escrita en francés, por Marguerite Yourcenar, y traducida elegantemente al español, participamos, por medio de la lectura, en el peregrinaje en la exquisita descripción de otro joven, esta vez, durante el siglo XV, en la trama interna de sus páginas. El protagonista, el joven peregrino Zenón, hijo natural de un clérigo, pasa por el torbellino de la Reforma y Contra-Refoma y la Santa Inquisición, además de por todas las plagas físicas y morales de España, Bélgica, Francia y los Países Bajos de sus tiempos.

Hay que considerar también novelas de América Latina como El Peregrino de Paulo Coelho sobre el Camino de Santiago. O, en la literatura céltica del siglo XX, la novela Bizancio de Steven Lawhead, de unos monjes que salen de su claustro en Lindisfarne, en la costa de Irlanda, con una copia del Book of Kells, empastado e incrustado con ricas y exóticas joyas en su exterior, y de joyas espirituales adentro, para llevarlo en su peregrinaje como regalo para el emperador de Bizancio. Viven momentos de angustia, aislamiento, desaventuras y cuarentena por las plagas, pero logran superar todo para presentar el regalo magnífico del Book of Kells al emperador en Constantinopla, al final de su peregrinaje hacia la esperanza.

Quizás William Butler Yeats, poeta irlandés del siglo XX, tiene la última palabra para la actualidad en su poema sobre el peregrinaje espiritual moderno que significa una llegada a la esperanza. Visita, en las cortas líneas de este poema, los momentos más crueles de la vida, y decide levantar las velas de su barco humano, y zarpar hacia Bizancio, ciudad mágica de iluminación en la esperanza de la eternidad. Termina con estas palabras:

“And therefore I have sailed the seas and come To the holy city of Byzantium”.

(“Y por eso he viajado por los mares y he llegado A la ciudad sagrada de Bizancio”.)

FIN