Ari Hernández, enfermera salvadoreña radicada en Nueva York: “Me impacta ver personas jóvenes que se agravan”

La compatriota, quien trabaja en un hospital neoyorquino, narra cómo el COVID-19 ha marcado su vida profesional y personal.

descripción de la imagen

Por Susana Joma

2020-03-27 10:42:02

Sin arrepentimiento alguno por la opción profesional que tomó, Ari Hernández, compatriota que trabaja como enfermera en un hospital de Nueva York, Estados Unidos, aseguró que su vida en aquella pujante y cosmopolita urbe ha cambiado drásticamente, con sus calles desoladas tras la llegada del COVID-19.

“Más que nunca es un privilegio volver a casa y abrazar a la familia. Hay que vivir un día a la vez, como le digo a mis pacientes y a mis seres queridos, aprovecharlos al máximo”, afirmó la salvadoreña.

El centro hospitalario en donde labora es uno de los más grandes de Long Island, área en donde reside, pero por razones éticas y legales pidió guardar el nombre de la institución.

Ari Hernández también será parte de la Asociación Honorífica de Enfermeras Sigma Theta Tau Internacional. Foto EDH/ Cortesía

Hernández, quien tiene 33 años, vio cómo el 13 de marzo la unidad de cuidados intermedios en donde labora se convertía en punto de atención de pacientes con COVID-19 que no necesitan cuidados intensivos.

 

Cumple ahí de 3 a 4 turnos de 12 horas por semana, horas que se convierten en 14 o 16.

Recordó que el primer día, para ella y sus compañeros, fue de mucha preocupación por el temor de contaminarse y llevar el virus a sus hogares, en donde en su caso la espera su pequeña hija Isabel, su esposo y una tía también salvadoreña a la que la cuarentena la agarró de visita.

Señaló que, tras los primeros días de caos, para ella y sus colegas ha comenzado también un proceso de aprendizaje sobre un mal que hasta entonces no habían enfrentado, y al que muchos, algo que ella reconoce también, inicialmente subestimaron porque lo veían como algo que pasaba al otro lado del mundo. Hoy la historia es otra.

Me impacta ver personas jóvenes que no tienen historial de otras enfermedades crónicas, y se agravan (con el coronavirus). El otro día teníamos un paciente en sus veintes que tuvo que ser intubado, como muchos otros de todas las edades. Los síntomas son diferentes en cada organismo. Tomamos signos vitales frecuentes porque se pueden deteriorar en horas, por ejemplo, estar estables en la noche y en el turno de la mañana hay que intubar y trasladar a UCI. Me impresiona lo impredecible que puede ser”, comentó.

Ari Hernández, ahora ciudadana estadounidense, llegó a esa nación de forma ilegal en 2007, cuando tenía 20 años, y desde entonces ha trabajado y estudiado duro hasta lograr graduarse con honores, en mayo del año pasado, como licenciada en Ciencias de la Enfermería de la Adelphi Universtity, de Long Island.

Hoy la vida le ha vuelto a poner frente a una nueva lucha: “Nunca imaginé algo así, provoca mucha ansiedad, la incertidumbre, saber que los números se multiplican, que no vamos a dar abasto. Los ventiladores no van a ser suficientes, eso lo estamos viviendo ya”.

Externó que siempre ha sido cuidadosa, y ahora el extremar medidas no es para menos ante un virus al cual califica de “impredecible” y que, según su testimonio, allá está impactando bastante a adultos mayores con enfermedades crónicas: diabéticos, hipertensos y asmáticos.

Según cuenta, en todas las salas de emergencia de los hospitales neoyorquinos están en alerta para recibir pacientes con sospecha de COVID-19 y también han designado unidades especiales para ello.

“Nosotros comenzamos con la nuestra (unidad) y ahora muchas otras han tenido que ser designadas también: todas las cirugías electivas, tratamientos no emergentes o necesarios han tenido que ponerse en pausa”, precisó.

Aseguró que el entrenamiento de cómo usar el equipo de protección (PPE) se los enseñan desde que son estudiantes e incluso para hacer las horas clínicas van a un “fit testing”, en donde les miden sus máscaras N95, que son los respiradores que se usan para enfermedades “airborne”, es decir aquellas en donde el paciente expele partículas muy pequeñas que se transmiten a través del aire, como la tuberculosis.

“Cuando comencé a trabajar en esta institución nos dieron un entrenamiento. Sin embargo, es algo que no hacíamos a diario o con tanta frecuencia, por eso nos han dado un refuerzo. La enfermera educadora hace sus rondas y supervisa si lo hacemos correctamente”, comentó sobre su nueva rutina laboral que ahora puede alcanzar las doce horas.

Y es que, de acuerdo a lo que expuso, en ese centro médico el personal tiene mucha experiencia en bioseguridad dado que se prepararon para al amenaza del virus del Ébola.

De su mente no se borra la escena que vivió un día de esta semana cuando le tocó atender a un paciente tosiendo sangre. “Me impresionó porque me sentí muy expuesta. Quería sostenerlo pero sabía que estaba muy cerca. La incertidumbre de saber si mi respirador estaba intacto y si me estaba protegiendo lo suficiente. Llegar un día y preguntar por mi paciente del día anterior y saber que ya no está. Es triste”, describió.

“En esto todos los días se aprende, porque una cosa ese cuidarse de cometer un error, otra cosa es hacer todo eficiente y en menos tiempo posible. Es importante firmar la hora de entrada y salida a la habitación para tener un récord de tiempo y saber en qué ocasiones hubo exposición y a cuáles pacientes. A veces es tedioso, pero creo que es importante. Cada vez que removemos cada pieza del PPE debemos lavarnos las manos: Por ejemplo, quitarse el traje, lavar las manos; remover guantes, lavar las manos, etc. Un pequeño error nos puede costar nuestra salud”, detalló.

Las medidas de prevención se extienden más allá para proteger también a su familia. Si bien antes se cambiaba la ropa con que fue a trabajar antes de entrar a casa, ahora lo hace en cuanto cruza la puerta del hospital, ya en el carro.

“Llevo zapatos diferentes solo para manejar mi carro, desinfecto mi carro cada vez que salgo del hospital por temor a haberlo contaminado con la ropa cuando salí; dejo la lavadora lista para en cuanto me desvista en la entrada ponerla a lavar. Los zapatos nunca los he usado en casa, ahora con más razón. Mis manos están partidas de resequedad, de tanto lavarlas, del alcohol gel. Me baño de inmediato al venir como siempre lo he hecho. Mi familia tiene temor de que traiga el virus a casa, yo también”, aseguró.

La compatriota tiene una doble preocupación pues su esposo labora como oficial de policía y corre riesgo por exposición.

Frente a esta situación, expone que al igual que su rutina, también su percepción de la vida ha cambiado; hoy valora más las cosas pequeñas como una salida al parque a tomar aire fresco, y está más consciente de varias cosas, entre ellas la importancia de tener salud; de cómo respirar con pulmones saludables y sin dificultad es un privilegio, al igual que disponer de alimentos, de un lugar en donde refugiarse con los seres amados.

Aunque ahora Ari Hernández ha aprendido que todo puede cambiar de un momento a otro, aseguró convencida que “nunca” se arrepiente de ser enfermera. “Es mi vocación. Estos pacientes no ven a nadie más que no seamos nosotros. Lo menos que necesitan es alguien que solo piensa en no contaminarse, por cuidar de ellos mismos. Este es mi llamado, así lo ha querido Dios. Ahora hay que prepararnos y dar lo mejor de nosotros”, manifestó.

Como profesional que vive en primera línea los efectos de la pandemia pide a todos los que viven en su natal El Salvador que no subestimen la situación, porque nuestro sistema de salud es precario.

“Si aquí estamos pasando una situación difícil, bien difícil, con mayores recursos y aun así no hay suficiente equipo de protección, no hay suficientes camas de cuidados intensivos, no hay suficientes ventiladores… El problema es que si nos enfermamos todos al mismo tiempo no hay recursos (que alcancen)”, aseveró.