Último adiós al fundador de Jardines del Recuerdo en El Salvador

Un hombre que hizo mucha obra en silencio, sin buscar fama, don Alfonso Carbonell falleció el martes anterior, dejando un legado de empuje, fuerza empresarial y servicio a los más necesitados.

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Don Alfonso Carbonell, empresario, filántropo, diplomático, tuvo la visión de fundar Jardines del Recuerdo a finales de los años 70. Foto EDH / Cortesía

Por Mario González

2020-08-20 4:30:27

Es un hecho que los salvadoreños, sobre todo los capitalinos, conocen el camposanto Jardines del Recuerdo y una generación tiene a sus deudos enterrados allí. Cuando se fundó, a finales de los años 70, este parque jardín rompió el modelo de los tradicionales cementerios, para marcar un antes y un después y ofrecer una alternativa, no de dolor y tristeza, sino de paz y encuentro familiar.

De manera muy silente, pero visionaria, detrás de esta obra estuvo don Alfonso Carbonell, un empresario, filántropo y diplomático que hizo mucha obra por el país y los necesitados, sin buscar fama, su principal virtud.

Además de ser un sitio remanso donde se escucha el canto de los pájaros, se contemplan las hermosas estribaciones de Los Planes de Renderos y hay una vista espectacular de la ciudad de San Salvador, su empresa dio trabajo a cientos de personas, fue una alternativa laboral incluso para personas mayores y madres solteras, y sus planes permitieron a los salvadoreños adquirir nichos con planes accesibles.

Don Alfonso murió el pasado 17 de agosto en San Salvador.

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Alfonso Tomás Carbonell Carbia nació en la ciudad de San Salvador, el 28 de agosto de 1928 en el seno de una familia muy trabajadora de lo cual estaba muy orgulloso, hijo de Alfonso Tomas Carbonell, de origen español, y Sara Cendán Carbia, salvadoreña de nacimiento.

Su familia recuerda que vivió como un salvadoreño más. Junto a su hermano Jorge, vivió en las ciudades de Santa Ana y San Salvador con las costumbres propias de esa época: ir a bañarse al lago de Coatepeque, pasear en el parque, regalar micos de Corpus, reventar cascarones de martes de carnaval, jugar basquetbol e ir a presentaciones de sociedad en el Casino Santaneco.

“Mi papá era un hombre muy humilde y trabajador… siempre nos hizo énfasis en el trabajo, en el ayudar y el compartir”, recuerda María Elena Carbonell de Westerhousen, hija de don Alfonso.

Jardines del Recuerdo marcó un antes y un después en el modelo de cementerios, como remansos de paz y encuentro familiar. Foto EDH / Cortesía

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Destacó siempre en los estudios y ardía en él una pasión por la vida y los negocios que lo llevó desde muy temprano a iniciarse en la compra y venta de cualquier objeto que le sobrara a alguien y que lo necesitara otro. Así es como en un pick up reconstruido por el mismo subía al volcán de Santa Ana y llevaba barriles para las familias que allí vivián y que necesitan recolectar agua y bajaba tercios de leña y naranjas que luego vendía en las tiendas de Santa Ana. Ese estilo de encontrar todas las oportunidades de hacer negocio lo mantuvo durante su vida.

Hasta sus últimos días, don Alfonso fue un hombre muy activo en el campo de los negocios, recuerda don Francisco Calleja, empresario, su socio en varios proyectos y amigo de toda la vida.

Es así como don Alfonso construyó empresas de todo tipo, desde un gran banco, aseguradora y financieras, hasta importar carros desde Estados Unidos, los que traía el mismo conduciéndolos por todo México, junto a su hijo Tuti. No se limitó a crear empresas en El Salvador, se lanzó por todo el continente: en México tuvo una empresa de grasas, en Ecuador vendió equipos de hospital, en Chile estableció una gran cadena de cementerios y donde este país lo reconocía como salvadoreño de nacimiento, pero chileno de corazón, vendió carne de Nicaragua, fue representante de la línea aérea Canadian Pacific. En El Salvador fue parte de múltiples sociedades, cultivo caña, benefició y vendió café, compró y vendió terrenos. En cada una de ellas sus acertadas decisiones hicieron que fueran empresas de éxito.

Además, dirigió la Planta de Torrefacción de Café, Plantosa, de la cual fue fundador, dedicada a la transformación del café producido en los cafetales salvadoreños a café soluble y café tostado y molido. Primera y única planta de producción de café soluble, fue pionero en esta obra de ingeniería y cuna de marcas como Coscafé y Doreña, primeras marcas comerciales del país.

Cuando don Alfonso funda Jardines del Recuerdo, junto a otros empresarios, lo hace pensando que fuera para la meditación, la veneración y el recuerdo apacible de los salvadoreños sobre sus seres queridos, reseña José Miguel Carbonell, hijo de don Alfonso.

En la empresa siempre trató de ayudar al personal a superarse, “no sólo dar pescado sino enseñar a pescar”, agregó.

Fue un esposo, padre, abuelo y bisabuelo entregado a su familia, la cual deja un legado de tenacidad, de enorme gusto por la vida, de grandeza de espíritu. Se cuenta que los fines de semana se reunía exclusivamente con sus nietos para inducirlos a los negocios, pero también al servicio a los demás. Foto EDH / Cortesía

Altruismo

“Él de una manera u otra siempre estaba tratando de ayudar a los demás”, dice doña María Elena Carbonell. Fue así como ayudó en sus obras a la Institución Carmelitana, que se fundó el 2 de febrero de 1987, en el municipio de Soyapango.

La hermana María Dolores Guerra, originaria de Barcelona pero con 53 años de servir en El Salvador, recuerda que su congregación daba atención en el Hospital Policlínica Salvadoreña, pero después del terremoto de 1986 fueron despedidas y no tenían dónde ir. Sin embargo, don Alfonso las alojó en una de sus casas por once años.

Posteriormente, les consiguió el terreno donde ahora funciona el proyecto de clínica médica El Carmelo con muchas especialidades y precios asequibles y también la escuela que apoya con su educación a 1263 alumnos. Inicialmente tuvieron talleres de oficios varios. El propósito es favorecer a la gente pobre, que tengan acceso a especialidades médicas accesibles a todos. “Viene gente hasta de Honduras”, afirma.

En el mundo diplomático

El licenciado Ricardo Morán Ferracutti recuerda que con don Alfonso fueron, por más de 20 años, Agregados a la Dirección General de Protocolo del Ministerio de Relaciones Exteriores, donde participaban en la organización de eventos importantes.

“La calidad humana de Alfonso era superlativa… él ayudaba con una sencillez, a pesar de que era un gran empresario… El era un hombre humilde, trabajador, con una educación superlativa y una cultura envidiable, sobre todo un gran amigo”, reseña.

Por mucho tiempo fue además Cónsul Honorario de Chile.

Con la colaboración de las Damas Diplomáticas del país, logro conseguir ayudas para comprar costosos aparatos para que puedan servir a los niños en el Hospital Bloom. Por medio de su cargo obtenido en la embajada de Chile fue una de las personas que ha colaborado desprendidamente en la Escuela República de Chile y el Kínder Gabriela Mistral.

Hermana María Dolores atiende en la clínica de El Carmelo, patrocinada desde hace muchos años por don Alfonso Carbonell. Foto EDH / Cortesía

Sus empleados recuerdan que don Alfonso tuvo una especial relación con sus colaboradores, nunca estableció distancia con ninguna persona, sus oficinas estaban abiertas para todos. Sabía quién estaba pasando por dificultades y el personalmente conseguía medicinas, láminas, libros, doctores, e incluso inyectaba Neurobion o antigripales a quien lo necesitara. Lo que fuera necesario para aliviar el sufrimiento y preocupación a sus empleados y a sus amigos, Su corazón era generoso y solidario. No le gustaba que se supiera que a quien ayudaba, lo que una mano hacía, no lo deshacía con la otra.

Todo lo que don Alfonso era se resume en una frase de don Francisco Calleja: “El Salvador ha perdido un buen hijo, y yo, un buen amigo…”.