El día que El Castaño se reveló contra la pandilla 18

La comunidad ha vuelto a ser lo que era antes de que el Chimbolo organizara la pandilla para luego esclavizar a todos sus vecinos, incluyendo a su propia familia.

Por Jorge Beltrán

2019-11-03 9:39:36

El calvario para más de 80 familias del cantón El Castaño, en el municipio de Caluco, Sonsonate comenzó a gestarse allá por el 2013 cuando Marvin Valencia, apodado Chimbolo, se convirtió en pandillero y comenzó a llevar a su casa a sus compinches de Izalco o de caseríos vecinos.

La mamá del Chimbolo le dio una golpiza cuando vio que su hijo se había tatuado, pero ya no podía hacer nada. Al cabo de algunos meses hasta tuvo que tolerar que su hijo llevase a sus compinches y convivir entre no menos de una docena de pandilleros armados con pistolas, fusiles y escopetas.

En El Castaño la familia Barrientos es una de las más numerosas. Y el Chimbolo era parte de esa familia.

A los vecinos no les quedó otra alternativa que tolerarlos y soportar los desmanes cuya gravedad aumentaba conforme pasaba el tiempo: reclutamiento de jóvenes, exigencia de dinero como extorsión, exigencia de colaboración en alimentación, recargas de saldo a teléfonos celulares y hasta de hacer vigilancia a cualquier hora, de día o de noche.

El yugo comenzó. Casi sin darse cuenta se habían convertido en, prácticamente, esclavos del Chimbolo y sus secuaces. Los pandilleros conseguían todo lo que pedían a los habitantes de ese lugar.

Las tiendas que había en la comunidad fueron cerrando una a una; quienes tenían vehículo preferían poncharles las llantas, no ponerle combustible, o arruinarlos intencionalmente para que los pandilleros no les pidieran que los trasladaran a cualquier lugar.

“Ellos se acabaron las tiendas. Sólo mandaban a pedir el montón de cervezas y otras cosas; la gente decidió ya no surtirlas. Además de que ningún vendedor entraba al cantón por temor”, dice Dagoberto Morán, un lugareño que asegura lo intentaron matar al menos tres veces.

Un agricultor asegura que atrás de las casas que los pandilleros ocupaban encontraban decenas de botellas de cerveza o licor. “Cuando venía a trabajar (en el cultivo de yuca) eran costaladas de envases de cervezas los que hallaba atrás de la casa. Yo lo que hacía era botarlas en el río”, afirma el campesino.

Cualquier habitante de El Castaño tenía que obedecerles, por ejemplo, si a las 10:00 de la noche le pedían 20 dólares en una recarga telefónica, no había excusa. Había que cumplir el deseo, el mandato.

La comunidad ha vuelto a ser lo que era antes de que el Chimbolo organizara la pandilla para luego esclavizar a todos sus vecinos, incluyendo a su propia familia.

“Era una maldición tener tienda, tener carro, tienda o familiares en Estados Unidos. A esa pobre niña Adelita Cruz le sacaron dinero en barbaridad. Solo llegaban y le decían que en dos horas, en cinco horas querían 200 dólares. Es que sabían que tenía familiares en  los Estados (Unidos)”, cuenta un vecino.

“A mí una vez vinieron a tocarme la puerta. Ya estaba acostada, cuando me dijeron que querían 20 dólares de saldo. Yo les dije que no tenía dinero y que ya era noche, pero ellos me dijeron que eso no era problema de ellos, que me daban dos horas para cumplir, cuenta Marina, nombre ficticio.

Marina dice que tuvo que cumplir. Le habló a un pariente que vive fuera del municipio y le explicó el problema que tenía. Ese pariente puso la recarga al número indicado.
Y de repente escalaron a hechos violentos. Contra la vida.

El 28 de agosto de 2014, la pandilla 18 asesinó a un policía que se desplazaba en su motocicleta en el cantón Plan de Amayo, aledaño a El Castaño. Lo mataron los mismos pandilleros que para entonces se habían envalentonado.

A pesar de la fuerte presencia de pandilleros, de vez en cuando, entre los pobladores más longevos, surgían atisbos de hastío contra los criminales. Abraham Córdoba fue asesinado por atreverse a amenazar a El Crespudo quien maltrataba a un joven lugareño en la cancha de fútbol. Le dijo que con el machete que andaba lo haría nueve pedazos.

No pasaron muchas horas en que ese altercado tuviera un desenlace fatal pero contra Abraham. A la siguiente mañana, cuando el campesino fue a ordeñar sus vacas, un grupo de pandilleros lo interceptó y lo hizo nueve pedazos, lo aventaron en una sepultura que ya habían cavado y le echaron mucha cal para evitar el mal olor. Pero un hijo de la víctima lo encontró ese mismo día.  Ese homicidio fue cometido el 27 de mayo de 2015.

Los hombres de la familia Barrientos eran otros que juraban que no se someterían a los pandilleros. Pero al cabo de un tiempo tuvieron que tragarse sus palabras. Uno de los suyos era parte de la pandilla.

Algunas personas también aseguran que un par de mujeres de apellido Barrientos toleraban a algunos pandilleros. Tal vez por ser familias del Chimbolo, tal vez por la misma presión de los pandilleros.

Y aunque había encontronazos, los pandilleros les ganaron una batalla, cuando el 13 de septiembre de 2016 fue asesinado Francisco Zepeda Barrientos, de 64 años.

Algunos lugareños comentan que a Francisco ya lo habían amenazado, pero él decía que con su pistola en la mano (9 mm.) no lo iban a tocar. Las amenazas le llegaron porque se relacionó maritalmente con la hermana de un pandillero.

Y el 13 de septiembre lo mataron. Le llegaron por la espalda. Señalan al Chimbolo, al Enano, al Blindado y al Crespudo. No le dieron tiempo de defenderse. Lo agarraron comiendo.

Dos semanas antes, a finales de agosto, habían matado, Yesenia Guadalupe Martínez, de 20 años, fue acribillada a balazos por pandilleros de la 18 en el cantón Plan de Amayo. Ella estaba emparentada con los Barrientos.

El día después de enterrar a Francisco, todos los Barrientos abandonaron sus casas y se fueron de El Castaño.

Ese día, el cantón quedó casi desocupado. Solo se quedaron, si acaso, tres familias, el resto buscó refugio en otros municipios donde tenían familia y quienes no, se fueron a acomodar a la cancha de baloncesto del propio centro de la población de Caluco, donde las autoridades municipales improvisaron un albergue.

Los pandilleros habían ganado, en apariencia, la guerra. Pero en realidad era el comienzo de su derrota.

¿Por qué se apoderaron de El Castaño?

La mayoría de vecinos entrevistados coinciden en dos causas: una, porque le tuvieron lástima al Chimbolo. Jamás pensaron que aquel niño flacucho, nacido en el caserío, se erguiría como un sanguinario verdugo.

La otra razón es que por más que buscaron la ayuda de las autoridades policiales, hubo un gran desinterés de éstas por ayudarles. Ahora comprenden que había una percepción errónea: pensaban que todos los de El Castaño colaboraban de buena gana con los pandilleros.

“Aquí sufríamos por las pandillas y por los soldados o policías. Si uno informaba de algo a los policías, estos ya lo empezaban a molestar a uno porque creían que lo que una sabía era porque estaba en complicidad con los pandilleros”, comentó Mirna.

“Quien diga que nunca colaboró con los pandilleros es un mentiroso. Aquí todos colaborábamos pero era por amenazas. Mire, una vez, le rajaron la cabeza a un muchacho porque lo mandaban a postear (vigilar) y él no quiso. Hoy ese muchacho está preso porque lo agarró la policía como colaborador”, explica un agricultor a quien los pandilleros le exigían 200 dólares por cada tarea de yuca cultivada.

Los habitantes de El Castaño aseguran que muchos jóvenes que no estaban involucrados con pandillas, sufrieron abuso policial porque éstos pensaban que todos en ese lugar eran pandilleros.

Cuando mataron a Francisco Barrientos, que era uno de los hombres que más alzaba la voz, la gente decidió marcharse. Salieron con lo que tenían más a mano. Abandonaron sus cosechas, ganado, gallinas, negocios…

Sabían que de la policía no podía esperar nada bueno. Ya habían intentado varias veces buscar ayuda en ellos.

Pero estaban equivocados. El desplazamiento forzado causó alarma y conmoción social tras conocerse públicamente. Los medios de comunicación nacionales e internacionales informaron ampliamente del fenómeno.

Y la policía reaccionó enviando un contingente de policías de élite apoyados por militares y fueron tras el Chimbolo y sus secuaces. Los capturaron en cuestión de horas. Cayeron casi todos, incluyendo algunos que nada tenían que ver, aseguran lugareños.

Pero la gente no confió de inmediato. La experiencia que habían tenido con las autoridades no daba para tanto. Y decidieron esperar.  La policía se quedó en El Castaño y la gente fue llegando poco a poco. Asustadizos pero con ganas de volver a recuperar sus casas.

Que nunca se vaya la autoridad

Son tres años desde que los habitantes de El Castaño volvieron. “Sobrarían dedos de las manos si contamos a los que ya no quisieron volver”, dice el dueño de una tienda, quien mientras conversa sobre el tema deja entrever su mayor temor: que el puesto policial sea retirado.

“Es que entonces sí nos van a matar a todos”, resume el tendero, frente a su mujer, sus dos hijas y su suegro, uno de los hombres más longevos del lugar.

Ahora la relación entre la comunidad y las autoridades es diferente, de confianza y colaboración recíproca. De acuerdo con lugareños, a los policías se les provee, ocasionalmente, de comida, se les apoya con gas propano o se les convida a comer tamales en algún festejo.

Aquellos días de desconfianza mutua quedaron atrás, afirman los lugareños quienes aseguran que no van a cometer el error del pasado, cuando permitieron que su terruño les fuera arrebatado por una veintena de delincuentes.

Fue un mal sueño que les costó sepultar a varios de los suyos. Ahora no piensan permitir que se repita.