Lo aislado del lugar y la distancia en que está el centro escolar supone un riesgo para los estudiantes. A eso se suma la agresión sexual de dos de sus niñas. Foto EDH / Óscar Iraheta
Entre el kilómetro 47 de la carretera nueva hacia Santa Ana, donde ocurrió el asalto en el autobús, y el lugar donde fueron violadas las niñas, podría haber una distancia de entre cuatro a cinco kilómetros en línea recta o campo traviesa.
Niños ya no van a la escuela
La violación sexual de las dos menores ha infundido temor entre las 32 familias que conforman la comunidad donde viven las víctimas.
Los padres de los 20 niños han optado por no enviar a sus hijos a la escuela, aunque los profesores del centro escolar les han dicho que buscarán las alternativas para que no pierdan el año escolar.
Algunos padres de familia indicaron que posiblemente sus hijos reanuden la asistencia a clases después de las vacaciones de agosto, aunque eso implicará gastos adicionales, pues tendrán que pagar transporte de manera colectiva.
También afirmaron que el miércoles anterior, por la tarde, los profesores de la escuela a la que asistían las víctimas y los otros menores, llegarían a la comunidad para barajar alternativas para que los niños no sigan corriendo riesgo al caminar por veredas y para que tampoco pierdan el año lectivo.
De acuerdo con padres de familia y los mismos niños, en la escuela de la comunidad, la educación es muy deficiente debido a que solo hay un profesor para atender desde primero a cuarto grado.
Por esa razón, muchos optan por enviar a sus hijos a la escuela del cantón vecino, pero eso implica que los niños deben caminar por veredas empinadas por donde no hay casas cerca en la mayor parte del trecho que caminan.
Aunque todos los entrevistados afirmaron que la comunidad es sana y no se registra hechos de violencia, sí están conscientes de que en los alrededores se mueven hombres desconocidos, a veces con armas a la vista, pero que hasta el viernes 19 de julio, nunca habían hecho daño a nadie de la comunidad y menos a niños escolares.
El cinismo de un violador: pedir perdón a una de sus víctimas
El viernes 19 de julio, como es su rutina, los estudiantes dejaron una estrecha calle de tierra para internarse por una estrecha vereda flanqueada por cultivos de maíz ya en elote.
De repente, dos hombres les cortaron el paso encañonándolos y pidiéndoles que les entregaran los celulares. Los menores, todos, dijeron que no llevaban. Entonces los hampones les dijeron que si les encontraban uno, los matarían, y comenzaron a registrarlos.
Ningún estudiante llevaba teléfono.
A los varones les dijeron que se tendieran boca abajo, mientras separaban a las dos adolescentes y las hacían caminar unos 25 metros adentro de la milpa.
Antes de que los cinco escolares fueran interceptados, los criminales ya habían detenido a una mujer que acompañaba a su hija y a otra niña, de 14 y 15 años, que también iban a sus clases. Ellas estaban cerca de donde dejaron a los tres adolescentes, tendidos boca abajo.
Luego, estas seis personas comenzaron a escuchar los gritos de las dos jovencitas quienes eran golpeadas y violadas.
La milpa les impedía ver lo que ocurría, además de que los maleantes los amenazaron diciéndoles que cerraran los ojos y que no levantaran la cabeza porque los matarían si lo hacían. Todos obedecieron, aseguran.
No obstante, la mujer con las dos menores se pusieron de rodillas a rezar para que no les fueran a hacer el mismo daño a ellas.
Así transcurrieron quizá unos treinta minutos, sometidos a la voluntad de aquellos dos hombres que andaban vestidos con short, uno de ellos con un centro color blanco.
Luego de que cometieron la violación, escucharon a uno de los criminales pedirle perdón a una de las niñas, a la menor de ellas.
El violador le dijo a su víctima que lo perdonara, que él tenía una hija de la misma edad y que deseaba que nunca le hicieran un daño similar, agregando que era una orden que les habían dado.
Antes de escapar, los dos delincuentes les dijeron a todos (a las dos víctimas y a los seis testigos) que esperaran media hora para retirarse del lugar; que le dispararían a quien lo hiciera antes de tiempo.
Pero ellos no obedecieron totalmente aquella orden. Aseguran que a los pocos minutos se levantaron y caminaron de regreso a la comunidad, incluyendo las dos menores vejadas.
Los padres de ambas las llevaron de inmediato a un hospital.
Desde aquel viernes, todos los niños y adolescentes de la comunidad se han quedado en sus casas; no han ido a clases por temor a caminar por los mismos senderos.
Si lo hicieran por otra ruta, tendrían que caminar por lo menos media hora hasta llegar a la carretera, donde tendrían que pagar transportes, lo cual implicaría más o menos dos dólares diarios.
Violadores no son conocidos
En la comunidad donde viven las víctimas todos se conocen debido a que son pocos los habitantes: unas 32 familias. Esto les hace estar convencidos de que los criminales que violaron a las dos adolescentes y mantuvieron privadas de libertad a otras seis personas, no son conocidos.
Y a pesar de que los delincuentes no andaban con los rostros cubiertos, lo denso de la milpa impidió que sus rostros fueran vistos totalmente por sus víctimas.
El Diario de Hoy intentó obtener la versión policial sobre este crimen, pero en el puesto policial de El Congo, si bien confirmaron el hecho, se negaron a dar detalles.
(Para no exponer a las víctimas, no se menciona sus nombres, el nombre de la comunidad ni el nombre del centro escolar donde estudian).