El drama de dos hermanas salvadoreñas por evitar el coronavirus en Italia

Las hermanas Servellón luchan contra el virus en Milán, una de las regiones más golpeadas de Europa. Una sigue trabajando pero teme llevar la enfermedad a su hogar; la otra dice que vive un encierro total, pero teme que su esposo sea el portador y los infecte.

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Cinisello Balsamo es una ciudad de 73,000 habitantes y se ubica a unos 35 minutos de Milán. Una vista al interior del metro en un día de la semana anterior. Foto EDH / Cortesía

Por Milton Rodríguez

2020-03-31 9:07:04

Un virus letal, el colapso del sistema de salud y el lugar dónde incinerar los cuerpos de miles de fallecidos a causa del COVID-19 han sido los principales problemas que han enfrentado las autoridades italianas.

No es para menos, Italia ya registra más de 12,000 muertes por la pandemia, más del 60 % en la zona norte donde residen miles de trabajadores salvadoreños. Entre ellos están dos hermanas originarias de La Paz, quienes residen en Milán, una de las regiones más golpeadas.

Impotencia, temor, tristeza. Así definen estas compatriotas la situación que han vivido durante el último mes debido a la emergencia mundial.

“La verdad, en muchos momentos he perdido mi equilibrio de paz y de calma, regresando a casa me he soltado en llanto porque el temor grande es que yo ando en la metropolitana, en los buses y uno no sabe quién anda contagiado; para mí ha sido difícil viajar en el bus y ver a la gente que se sube, porque siento desconfianza”, manifestó Silvia Servellón, quien reside en Cinisello Balsamo, una ciudad de 73,000 habitantes aproximadamente, ubicada a 35 minutos de la provincia de Milán.

Silvia tiene la residencia italiana, ya que vive en este país desde hace 28 años. Ella viajó a Europa como turista en 1987, dos años después de que falleciera su padre. “Me vine como consecuencia de la muerte de mi padre y porque en El Salvador estaba la guerra y el país no me ofrecía mucho; aquí vi una fuente de superarme a través de un trabajito”, explicó.

Es madre soltera y trabaja como asistente de adultos mayores

Silvia explica lo alarmante que le resultó conocer sobre el primer caso de COVID, el cual fue registrado en Codogno, un pueblo ubicado a 40 minutos de Milán. “Fue alarmante porque cerraron y no dejaron entrar ni salir a nadie de ese lugar, nunca imaginé que en dos semanas escucharía altas estadísticas de contagios, y contagios y más contagios”, comentó.

Silvia dice que ya casi cumplen un mes de permanecer en cuarentena, y durante este tiempo ha tenido que salir a su trabajo mientras sus hijas se quedan en casa.

“Muy honestamente se los digo que salgo de casa con mucho temor, claramente protegida por una energía que es Dios, protegida por todos los medios que nos han recomendado como son mascarillas, guantes, y si es posible cambio los guantes cada hora, e incluso, aplico gel antibacterial; siempre llevo el documento que autoriza mi salida de casa”, añade.

Otra de las prácticas de prevención que realiza para proteger su vida y la de su familia es dejar los zapatos y ropa afuera de casa cuando llega del trabajo, se lava las manos con detergente y agua caliente; desinfecta superficies y demás cosas que usa, lava la ropa a 50 grados centígrados, y normalmente bebe té caliente.

Cada vez que sale al trabajo, Silvia dice sentir una especie de desequilibrio y tristeza, sobre todo cuando pasa por Milán, donde solo ve y escucha las ambulancias, un panorama muy opuesto a lo que caracterizaba a esta ciudad: llena de comercio, una ciudad viva, en la que daba gusto pasear, trabajar y establecer un hogar.

La salvadoreña Silvia Servellón reside en Cinisello Balsamo, una ciudad italiana de 73,000 habitantes aproximadamente. Foto Cortesía

Sufrimiento emocional por amigos

Silvia dice que toda esta situación por la pandemia le ha afectado emocionalmente, porque los efectos del virus los ha visto de cerca, varias amistades y personas cercanas han resultado positivas al COVID-19, a esto se suma la incertidumbre de qué pasará con estos contagiados si los hospitales de Milán están colapsados.

“Este día he tenido una mala noticia, mi gran amiga Paty C. resultó positiva al virus, fue infestada por su jefe y tristemente por no haber espacio en el hospital tendrá que pasar el proceso de recuperación en su casa, encerrada totalmente, sin ningún contacto con nadie de su familia para evitar contagio, este proceso dura un mes. Mi amiga solo está tomando taquipirina cada cuatro horas para que le baje la fiebre, esas son las cosas que me generan mucha incertidumbre”, dice Silvia.

Los efectos también son económicos. Ella dice que que no se ha visto muy afectada porque tiene residencia y sigue trabajando, pero sabe que otros compatriotas sí sufren. “A muchos paisanos míos sí les ha afectado en una forma muy drástica, por el hecho que no tienen los documentos legales, ellos se están viendo en la enorme dificultad de no poder pagar un cuarto o la comida de cada semana; y eso me da impotencia”, lamenta.

“Yo tengo tres amigas que sufren esa situación y en lo que está a mi alcance he podido echarles una mano para que tengan al menos lo básico en la mesa”, agregó.

Silvia es madre de dos hijas, una de 16 años y la otra de 12, quienes pasan la cuarentena en su casa y reciben clases en línea desde las 9:00 a. m. hasta la 1:00 p. m.; y por la tarde hacen las tareas para el siguiente día. “Cuando llego en la noche disfruto a mis hijas mucho porque creo que esta situación nos tiene que enseñar a valorar más a nuestros seres queridos”, dice a manera de reflexión.

Aunque dice que disfruta ver a sus hijas después del trabajo, también siente temor de ser ella un vehículo y meter el virus en su hogar. “Por eso yo les digo a todos que no salgan de su casa si no hay necesidad, por lo que más quieran”, recomienda.

La experiencia de su hermana

A 20 minutos de Milán vive Emma, la hermana de Silvia. Vive en Cologno Monzese, allí está resguardada junto con su familia.

“Yo llevo más de 20 días encerrada con mi hijo, y la parte que a mí me afecta bastante es cuando mi esposo regresa de su trabajo porque me tengo que llevar al pequeño a su cuarto, y él se cambia inmediatamente, deja afuera de la puerta sus zapatos, se desinfecta el cuerpo y rostro, lava su ropa, y aún en casa mantenemos la distancia de un metro como medida de prevención”, resume Emma la situación crítica en que viven aún dentro del hogar

Ella está casada con un italiano, con quien tienen un hijo de seis años, y cuenta que tras 24 días de estar en cuarentena junto a su pequeño, le causa incomodidad por no poder sacarlo a jugar y correr como antes.

Su esposo sigue laborando. Él trabaja en la vigilancia de carros que transportan valores, los cuales entregan y retiran dinero de los bancos, farmacias y centros comerciales.

Emma es una las hermanas menores de la familia Servellón. Viajó como turista a ese país en 1999 porque no logró ingresar a la Universidad de El Salvado, entonces optó por emigrar a Italia, pues ya estaban sus hermanas en dicho lugar.

“Es difícil hablar del COVID – 19, mi experiencia ha sido bastante tranquila, ya que cuido a mi hijo y estoy en casa desde el 5 de marzo”, dice Emma, pero sabe que otros la pasan muy mal y al ver tanto contagios cada día, eso le afecta emocionalmente.

“Aquí cada día se registran 15 a 20 casos nuevos y la verdad eso tensiona, he tenido crisis de llanto, y el llorar ayuda porque liberamos esa tensión y miedo; gracias a Dios ataques de pánico no he tenido, el escuchar música y mantenerme ocupada ha sido de gran ayuda”, expresó Emma.

Pero la tensión aumenta cuando los contagios ocurren o son descubiertos cerca del hogar. La semana pasada, cuenta, llegó una ambulancia al edificio de enfrente donde vive una amiga, otra salvadoreña originaria de Chalatenango. Ella le dijo que estaban bien pero que las autoridades llegaron a sanitizar todo el lugar porque hay una familia contagiada del virus.

Los casos de pacientes de menor gravedad los dejan en su casa debido a que ya no hay espacio en los hospitales, no hay camas y tampoco oxígeno, comparte esta compatriota.

“Las estadísticas de fallecidos (en Italia) son alarmantes, hay muchos muertos y el problema es la cremación, pues ya no hay donde incinerarlos y eso es preocupante también”, expuso la salvadoreña.

Según la compatriota, también de la crisis ha aprendido muchas cosas, una de ellas creer que es el momento de luchar y mantener su fe en alto, confiando en que esto pasará.

“No pierdo mi fe, y con mi hijo invento cosas nuevas, a modo de hacerle esta situación un poco divertido; como él sabe que no podemos salir de nuestra casa, acá jugamos a escondidas, le hago pasar bajo de la silla, saltar en los cojines del sillón, saltar en la cama, nadar en la bañera, pintar; y en días de sol lo saco al balcón porque aquí ya es primavera, todo eso a modo que él no sufra el encierro”, explica Emma,