Coronavirus. Historia y Globalización

Algunos datos para reflexionar sobre el impacto de esta enfermedad en la economía mundial.

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Napoleón Campos, experto internacional.

Por Napoleón Campos

2020-03-04 11:28:42

El periodo entre 1346 y 1450 fue la tormenta perfecta para Europa: peste bubónica, guerras, hambre y otras
enfermedades contagiosas. La peste fue llamada “Muerte Negra” por las marcas oscuras que presentaban los
infectados. No es atribuible la devastación en su totalidad a la “Muerte Negra”, pero estudios científicos recientes
cifran en 50 millones los fallecidos en aquella Europa de 80 millones de habitantes.

Tradicionalmente, se creyó que la peste se originó en China. La peste la produce el bacilo Yersinia Pestis alojado en las pulgas de ratas y se habría diseminado desde las estepas rusas.

Su despegue fue el río Volga en el mar Caspio. El primer brote en esa región, gracias al salto de las pulgas a los humanos, coincidió con el ataque de los mongoles contra el puerto de Kaffa (hoy Feodosia), entonces un
neurálgico enclave comercial.

Las ratas subieron a los veleros mercantes que huían de Kaffa, en su mayoría italianos. Las rutas comerciales
facilitaron el desembarco de las ratas y desde los puertos se movilizaron tierra adentro. La peste alcanzó las Islas Británicas. Esa Europa tuvo la creencia común de que la peste era un castigo divino.

La “Muerte Negra” finalizó formalmente en 1450, un año antes que naciera Cristóbal Colón. Aislados del resto del planeta desde el arribo de las migraciones asiáticas, los pobladores americanos fueron diezmados por las enfermedades portadas por los europeos desde 1492. Estudios recientes estiman que el 95 % de los americanos murieron entre 1492 y 1622. Cuatro epidemias destacan junto a la violencia de la conquista: la de viruela comenzó en Santo Domingo en 1518 y alcanzó el Imperio Inca en 1525; luego irrumpió el sarampión en 1530-31; el tifus en 1546; y la gripe en 1558.

Cada hito de conectividad de la humanidad tiene como constante: la violencia a gran escala, las epidemias y la muerte de millones de personas.

Hoy el mundo está sacudido por un nuevo coronavirus nombrado “COVID-19” por la ONU. La conectividad
del Siglo XXI ha facilitado que supere al anterior coronavirus, el SARS, que infectó a 8,000 personas y mató a 774 en todo el planeta.

El COVID-19 elevará los daños no sólo humanos (infectados/fallecidos/desintegración familiar y comunitaria)
sino también económicos, financieros y comerciales.

El COVID-19 irrumpe para China en el curso de la tensión con EE. UU. que ya afecta a la economía mundial. Las principales plazas financieras acumulan pérdidas de 2 semanas que recuerdan la crisis 2008-09. No sólo
se enfrían las importaciones hacia China sino las exportaciones desde China que impactan cadenas productivas
y de suministros con varios países y regiones. Al emerger focos de contagio desde países altamente globalizados
como Corea del Sur e Italia, el efecto deletéreo sobre las relaciones internacionales se profundiza.

Los controles migratorios aplicados para contener al COVID-19 afectan la industria turística justo antes de la
primavera boreal que enciende la temporada alta. Eventos como la Eurocopa de fútbol y los Juegos Olímpicos
de Tokio están al borde de ser suspendidos, quizás cancelados.}

Por ahora, para nosotros -consumidores netos de crudo y refinadosla única “ganancia” es la baja de los
petroprecios al caer la demanda. Ningún enfriamiento de la economía mundial es benéfico para Centroamérica
ni para nuestra diáspora en EE.UU. pues impacta sobre aquellos empleos de los connacionales sostenidos por el consumo vinculado a la economía global y a China en particular.

Esta ganancia sabrá a poco, por la casi nula cultura de ahorro reinante en nuestros países pequeños y
periféricos. El cargo pagadero al COVID-19, aún sin sufrir fallecidos, será mucho mayor y más complejo
que este efímero beneficio, aunque el coronavirus no sea la “Muerte Negra” del Siglo XXI. Contamos
con la evidencia científica que la enfermedad pasó a los humanos en Wuhan por la explotación irresponsable
de animales silvestres y que Wuhan no es el único sitio donde esa explotación sucede.}

Afortunadamente, por el avance de la ciencia y los recursos de la globalización misma, ninguna una enfermedad,
antigua o “nueva”, posee el potencial de aquella peste o las epidemias que diezmaron las colectividades americanas originarias.

En un planeta marcado por la ola de indignación ciudadana hacia la política, el COVID-19 desnuda la dimensión
más incomoda de la globalización. Los manifestantes en Hong Kong han afirmado que las protestas pro-democracia en la calle volverán cuando se contenga al coronavirus. ¿Será?