Carlos, el policía que vive en la clandestinidad por defenderse de las pandillas

El agente enfrentó una acusación de homicidio agravado. Perdió todo lo que construyó durante toda su vida y ahora vive oculto con su familia. Afirma que no tiene el apoyo de nadie a pesar de rogar ayuda a muchas instituciones.

Por Óscar Iraheta

2019-12-02 5:45:54

En sus 43 años de edad, la vida de Carlos nunca había estado en peligro, a pesar de ser policía desde hace varios años y de vivir en una zona donde las pandillas asesinan a su antojo. Pero aquel miércoles 1 de mayo de 2019, el policía estuvo a punto de morir, cuando un pandillero lo atacó con un cuchillo a pocas cuadras de su casa en un cantón del municipio de Apopa.

El valor de no morir y la agilidad que tenía para usar un corvo, como un hombre de campo, le valió a Carlos ese mediodía para defenderse y lograr salir vivo del hecho que le cambió la vida a él y a toda su familia. Carlos lleva seis meses viviendo en la clandestinidad en El Salvador junto a esposa e hijos sin la ayuda de nadie.

Donde Carlos vivía los pandilleros habitaron desde hace más de 15 años, pero el agente dice que “se vivía con una aparente tranquilidad”, pero desde hace ocho años, los pandilleros más antiguos murieron y otros cayeron presos. Los más jóvenes tomaron el control. Eran los hijos de sus vecinos y niños que él vio crecer y más de alguna vez les dio de comer.

Mataron a directivos comunales, vecinos, vendedores, personas particulares, pandilleros contrarios y de su mismo grupo. Cobraban extorsión a los vendedores de golosinas que entraban al cantón para proveer a las tiendas, se dedicaron a robar en casas y asaltar a las personas. La pandilla 18 de la ala revolucionaria hizo del lugar, un infierno.

Carlos sólo lamentaba los hechos de violencia que ocurrían en el cantón, mientras seguía ocultando su profesión de policía. Pero en diciembre de 2018, los pandilleros sospecharon que era integrante de la corporación policial y desde entonces empezó el calvario.

La pandilla 18 mató a un pariente de Carlos porque al parecer no quiso entregarlo. La misión era que el joven, tenía que engañar al policía para que llegara a un lugar donde ellos lo estaban esperando para matarlo. Pero el joven se negó y el 1 de diciembre de 2018, los mareros lo mataron a balazos frente a su madre. Fue un golpe muy duro.

Carlos recuerda que estaba de turno esa tarde cuando le avisaron de la trágica noticia. De inmediato, se vistió con ropa particular, tomó su arma 9 milímetros y se movilizó al lugar. Al llegar, tuvo que representar a su familia y fue él quien habló con los policías que se encargaron de procesar la escena.

Pero Carlos cometió un error, aún llevaba puestas sus botas de policía y recuerda que una mujer que colaboraba con la pandilla se percató de eso y fue ella quien les comentó a los pandilleros de la sospecha. Sin embargo, los pandilleros no lograban confirmar del todo que Carlos era policía.

Semanas después, los pandilleros acosaron a Carlos y lo extorsionaron con $1,000. El policía no tuvo otra salida y decidió pagar. Vendió un aparato de soldadura que tenía guardado y del bono que le había entregado la corporación policial, entregó el dinero a la pandilla. También los pandilleros extorsionaron a los hermanos del agente; $500, $700, $250, les pedían diferentes cantidades de dinero. Todos pagaron por temor a morir. Otros parientes decidieron huir del lugar.

En la entrada del cantón, la única casa de dos niveles era la de la familia del policía. Foto EDH / Oscar Iraheta

El ataque a muerte donde Carlos se defendió

Después de cinco meses de haber pagado la extorsión, cuando todo en el cantón estaba en aparente en calma, el 1 de mayo al mediodía, Carlos decidió reparar la calle que lleva a su casa. Ese día vestía una calzoneta deportiva, una camisa sport y sandalias. Carlos estaba trabajando solo, acarreaba tierra en un espacio de diez metros con una carreta, tenía una pala y un corvo.

Recuerda que después de 30 minutos de trabajar, pasó una mujer que vendía ropa interior en todo el pueblo. No saludó como lo hacía siempre, y al final de la calle, se ocultó con el celular en la mano como haciendo una llamada. Carlos sospecha que la vendedora fue quien le avisó a los pandilleros que él estaba en el lugar.

Después de cinco minutos, al final de la calle, venía con paso apresurado un pandillero a quien Carlos conocía como El Tufy, era Wilmer Alexander Hércules, de 20 años de edad. El sujeto llegó hasta donde él y expresó: “Hey perro, no te vayas a ir, quieren hablar con vos”. El pandillero le entregó un celular negro pequeño y al ver la pantalla, Carlos observó que habían tres números enlazados en la misma llamada.

Carlos habló y quien respondió fue un pandillero apodado Mencho. El policía lo conocía muy bien. “Perro, así te queríamos encontrar, sólo y desarmado. Ya sabemos que sos jura y hoy te vamos a matar”, expresó con voz amenazante un pandillero a través del celular.

Prosiguió: “tenés que darnos $1,000 si querés que no te matemos, te vamos dar una oportunidad”. Carlos respondió que no tenía dinero y que solo podría entregar $400 pero tenían que darle tiempo.

El marero le expresó: “esos $400 que te sirvan para las candelas, a nosotros no nos vas a ver la cara de pendejos”. Carlos dejó de hablar y entregó el celular al Tufy.

El Tufy quitó el altavoz del celular y habló con sus compinches. El policía dice que alcanzó a escuchar que los mareros le ordenaron al Tufy que lo matara. El pandillero le dio la espalda y miró hacia arriba. En segundos el agente agarró un corvo que tenía entre la tierra y lo ocultó entre la calzoneta.

La entrada al cantón es a través de una cancha de fútbol donde los mareros se mantenían reunidos. Foto EDH / Oscar Iraheta

El tufy colgó la llamada y expresó “caminá para adelante, quieren hablar con vos en persona”, al tiempo que tenía la mano adentro de una mochila como amenazando que sacaría una arma.

Carlos empezó a caminar de lado, ocultando el corvo. Así caminaron dos cuadras, pero cuando Carlos vio que iban en dirección a una casa destroyer donde los mareros se reunían, se detuvo y le expresó “ya no voy a caminar, si me vas a matar, matame acá”.

“Sentí que una voz de la nada me dijo que ya no caminara. Tomé valor y lo decidí así. Se me vino a la mente como mataron en pedazos a un vecino y pensé que ese era también mi destino”, recuerda el agente.

De inmediato el pandillero se enfureció y sacó un cuchillo tipo yatagán y se abalanzó contra el policía, pero Carlos dice que se resbaló y sólo sufrió una herida en los dedos de la mano izquierda. El sujeto lo siguió y trató de herirlo en el suelo, pero el agente rodó varias veces y en segundos se logró levantar y con todas sus fuerzas lanzó un machetazo e hirió al marero en el rostro.

El Tufy corrió herido y gritando en dirección a la casa del policía. Carlos llamó al Sistema de Emergencias de la Policía para pedir apoyo, mientras corría hacia su casa, ya que pensaba que el pandillero le haría daño a sus hijos y esposa.

Huyó de su casa sólo con la ropa que vestía, sus hijos y su arma de fuego en la mano

Carlos llegó a la casa apresurado, tomó su arma de fuego y contó a la familia lo que había ocurrido. El policía sabía que los pandilleros lo buscarían para hacerle daño porque lesionó a unos de los suyos, y en el lugar mataban por cosas menores que eso.

De inmediato, comenzó a caminar por la calle principal con su familia, eran momentos duros, dice. Pero Carlos, recuerda que iba cargado de cólera y adrenalina. En su huida, se encontró con los policías de la zona quienes le acuerparon y sacaron del lugar junto a su familia.

Horas después, el policía confesó lo ocurrido en una delegación policial, pero mientras lo hacía, por los radios operadores de los agentes se confirmó que el pandillero, alias Tufy, estaba muerto en una quebrada de la zona.

En la vivienda de la familia del policía aún están objetos viejos e inservibles que dejaronabandonados. Vecinos dicen que algunos fueron robados por pandilleros. Foto EDH / Oscar Iraheta

De víctima a victimario

Tras la noticia, los investigadores y un fiscal, se enfrascaron en que Carlos era culpable y comenzó la tortura judicial en la que el agente sigue luchando. “Me pedían que me hiciera cargo del homicidio cuando yo sólo me defendí del ataque del pandillero. Había sido víctima de extorsión toda mi familia. Nunca quise hacerle daño a nadie”, afirma el policía.

Carlos quedó detenido mientras era acusado por la Fiscalía ante un juez. Lo trasladaron como un reo común a una bartolina donde estaban pandilleros y personas que habían sido detenidas por otros delitos.

“Me remitieron a la bartolina. No me dieron atención médica. Un reo en la bartolina me curó con café listo y con orines me sané las heridas. Pero lo que más me atormentaba era que no sabía dónde estaban mis hijos. Eso era tormentoso para mí, algo muy duro. Lloraba en silencio”, declara el agente.

La mara mató al Tufy y no Carlos, como lo creyó la Fiscalía

En la audiencia inicial una jueza razonó que Carlos actuó en defensa propia, por eso le dejó medidas alternas a la detención, pero el caso siguió en la etapa de instrucción y a juicio.

Pero para sorpresa de Carlos, cuando tuvo acceso a los documentos junto a su abogado, Adrián Sosa, se enteró que el Tufy tenía múltiples lesiones en su rostro y cuerpo. Algo que el policía nunca hizo. “Los pandilleros lo mataron, fueron ellos, al ver que no pudo asesinarme, lo mataron a él en señal de castigo, así actúa la pandilla. Le robaron el celular para que no encontraran los registros de las llamadas, no estaba el yatagán, ni su mochila. No iban a dejar evidencia de lo que pasó y por eso tampoco no habían pruebas contra mí”, dice Carlos.

La familia del agente dejó sus casas abandonadas tras huir del acoso y peligro de las pandillas.

Dejó sus bienes y su casa en el abandono

Carlos vivía en una zona rural, calles de tierra y cultivos rodeaban la casa del policía que construyó hace varios años. Tenía 40 años de vivir en el lugar, donde también habitaban hermanos, cuñados, primos y otras familias. Todos huyeron por miedo a morir.

Dejaron todo. Pero después de varias semanas, se enteraron que los pandilleros querían robar las viviendas. Carlos llegó junto con otros policías a recuperar lo que podía. Sacó algunos electrodomésticos, ropa y dos camas. Lo demás, quedó ahí, los sartenes quemados y todo en el suelo, ya que el día de los hechos su esposa cocinaba el almuerzo.

La familia de Carlos vive en la clandestinidad, se ocultan lo más que pueden. Sus hijos no estudian, no juegan en ningún parque y no caminan en las calles por miedo. A la familia de Carlos ninguna institución le ha brindado apoyo, cargan esa cruz solos y sin la ayuda de nadie.

*El Diario de Hoy usó nombres falsos para proteger la identidad de las víctimas y la de sus familias.