Agricultor: “No solo se vive del cultivo del maíz y el frijol, hay más opciones”

La agroecología es una práctica sustentable que realiza este agricultor de Tamanique desde hace diez años. La perseverancia y la innovación lo han recompensado con una variedad de hortalizas, frutas, vegetales y animales.

descripción de la imagen
Foto EDH / Jessica Orellana

Por Jessica Orellana

2020-09-21 3:33:53

José Antonio Echeverría, conocido como “Don Toño”, y originario del municipio de Tamanique, en La Libertad, desde niño aprendió que el cultivo de frijol y maíz era la única alternativa para que un campesino llevara ingresos a su familia. Pero desde hace diez años, don Toño comenzó a pensar y cultivar de forma diferente. Su huerto familiar, al que conocen como “El Mango”, se ha convertido en una de las primeras parcelas desarrolladas bajo técnicas agroecológicas en El Salvador.

Actualmente cultiva más de 100 productos diferentes, entre hortalizas, frutas y plantas ornamentales: tomates, chiles, cebollas, pipianes, chufles, ejotes, maíz, frijol, cebollín, berenjena, plátanos, güisquiles, papa, yuca, plantas ornamentales, mango, guineos, guayabas y otras variedades.

Foto EDH / Jessica Orellana

En su ladera, de aproximadamente siete mil metros cuadrados, Echeverría ha puesto en práctica más de 30 procesos agroecológicos, entre ellos: los policultivos, la elaboración de abonos orgánicos mejorados, biofertilizantes; el uso, selección y conservación de semillas nativas, la conservación del bosque y ha creado barreras vivas y muertas.

Bajo un sistema de policultivos, Echeverría siembra una diversidad de cultivos en su parcela, aprovechando cada espacio de su terreno, modalidad que le ha permitido bajar costos de producción y obtener mayor rentabilidad.

Cada cultivo es preparado de forma natural, almácigos elaborados de papel reciclado, abonados reciclando nutrientes locales, como es el abono conocido como bocashi que fertiliza a las plantas y al mismo tiempo va nutriendo la tierra, así las plantas son abonadas con materiales orgánicos, sin químicos.

“Cada experiencia es aprendida, cada día nos vamos adaptando a los cultivos y sus necesidades. Nuestros ancestros sembraban sus semillas nativas y posteriormente criollas. Nosotros tratamos de sembrar lo más orgánico, sin alejarnos de cómo nuestros antepasados lo hacían, pero también incorporando nuevas técnicas para el buen uso de los recursos”, explica Echeverría.

Foto EDH / Jessica Orellana

Adalberto Blanco, técnico de FECORACEN, recalca la necesidad de que la producción agrícola comience a estar en consonancia con la misma naturaleza. “No se puede obtener seguridad alimentaria, sin antes obtener soberanía”, dice. Considera necesario el cuido de las semillas nativas por parte de los campesinos por su factibilidad de adaptación al clima y condiciones de los terrenos salvadoreños, para así no depender de la compra de semillas para cada siembra.

FECORACEN (Federación de Cooperativas de la Reforma Agraria de la Región Central es la principal instancia encargada de impulsar en El Salvador esta nueva forma de “hacer agricultura” y es la que ha capacitado a don Toño y esposa.

Según un informe presentado por el Banco de Desarrollo de El Salvador, BANDESAL para el año 2016, la agricultura en El Salvador estaba caracterizada por explotaciones pequeñas (94.4 %) poco tecnificadas (únicamente el 4 % de la superficie en producción contaba con riego) y con casi un 30 % de productores de subsistencias, en una superficie total de producción de 1 millón de manzanas cultivadas que está concentrada principalmente en granos básicos como maíz, frijol, sorgo y arroz en un 69 %, seguido de café (19 %), caña de azúcar (11 %) y solo el 2 % lo abarcan otros productos como hortalizas y frutas.

Foto EDH / Jessica Orellana

“Con mi esposa empezamos a capacitarnos con Caritas, FECORACEN y otras organizaciones. Fue así como hace 10 años empezamos con un huertito. Fuimos agarrando experiencia gracias a las capacitaciones que nos daban, ahora ya tenemos una manzana de cultivos agroecológicos”, relata Echeverría.

Él y otros 126 socios forman la cooperativa San Isidro, que otorga a los agricultores las manzanas de tierra necesarias para cultivo. “La tierra no es nuestra y eso impide que nos podamos expandir, pero la manzana que tenemos la cuidamos como nuestra vida”, dice.

Don Toño acomoda sobre su cabeza su característico sombrero. Viste una camisa celeste, un jeans y unas botas de hule negras. A cada paso, entre las plantas, va observando y verificando con detenimiento si hay hojas marchitas que cortar, si hay cultivos ya maduros para recoger, si hay alguna plaga que las ataca o si todo progresa en el orden correcto. Asegura que recorre durante el día unas 20 veces el mismo sendero que rodea su casa.

“Lo importante es saber que sí se puede hacer las cosas. Que vean que no sólo se vive de maíz y frijol, hay más opciones también”, dice. Él es padre de ocho hijos, a quienes ha sacado adelante con su esfuerzo y dedicación por el cultivo y mantenimiento de la tierra.

Foto EDH / Jessica Orellana

“Es más rentable tener un cultivo diversificado que cultivar sólo maíz y frijoles; la dieta es más variada porque podemos sembrar para comer nosotros y para también vender. Yo acá tengo empleo todo el tiempo, la comida nunca nos falta y más en estos tiempos de pandemia”, expresa el agricultor.

Trasladar sus productos para venderlos no es fácil para la familia. Hay que sacarlos a pie al punto más cercano de una calle que está a dos kilómetros de la casa. Ahí los espera el conductor de un pick up para llevarlos al mercado de Chiltiupán todos los fines de semana. Así han hecho durante ocho años, sin interrupción, hasta que el COVID-19 les impidió distribuir sus productos agrícolas.

“Durante la pandemia no hemos podido ir a vender, los hemos vendido acá con los vecinos, otros amigos y conocidos que suben hasta acá. Pero no es suficiente pues la calle no es de fácil acceso, hay que caminar mucho, aunque la experiencia y el paisaje es muy bonito desde acá”, expresa Echeverría.

“No sólo genero trabajo a mis hijos, también hay para nietos y otros amigos de la comunidad. Eso nos permite ir creciendo y generar una cadena de trabajo; nos hemos vuelto un ejemplo para la comunidad”, menciona.

Henry Echeverría tiene ocho años, cursa segundo grado y es uno de los nietos más pequeños de don Toño. Él constantemente sube al terreno para ayudarle. El pequeño quiere seguir los pasos de su abuelo y en el futuro llegar a ser Ingeniero Agrónomo.

EDH / Jessica Orellana

“Con mi mamá también hemos sembrado pepinos, como los siembra papito (así nombra a su abuelo) y los fuimos a vender. Ganamos bastante, y como yo era el que los cuidaba, gané dinero. Antes iba con mi papito a vender y él me daba por ayudarle. Yo soy bien feliz ayudándole a mi abuelo”, dice Henry.

A la parcela han llegado agrónomos, estudiantes y líderes comunales para aprender del trabajo que don Toño ha realizado en todos estos años y cómo su experiencia puede ser replicada en otros lugares.

Echeverría asegura que la importancia de una producción agroecológica es que da un beneficio a los salvadoreños, en nutrición, ingresos y conservación de los suelos y la naturaleza. Insiste que no sólo se puede vivir de frijoles y maíz y que se debe diversificar los cultivos para tener una buena alimentación. “La misma parcela que voy manteniendo me mantiene a mí”, concluye.

Don Toño cultiva más de 100 productos bajo un sistema de policultivos