9F: Un año con la democracia bajo fuego y en peligro

A partir del 9 de febrero de 2020, Nayib Bukele ha empoderado peligrosamente a sus militares, quienes han sustentado sus desafíos al Estado de derecho.

descripción de la imagen
Durante su presidencia, Nayib Bukele ha recurrido a las Fuerzas Armadas y la Policía como los pilares que sustentan su poder, que en muchas ocasiones se ejerce con excesos. Foto EDH / Archivo

Por Ricardo Avelar

2021-02-10 10:17:49

En una república, el poder está compartido en diferentes órganos de Estado que, en teoría, colaboran y al mismo tiempo se controlan mutuamente.

En una democracia, diferentes formas de pensar pueden acceder a la toma de decisiones y un coro plural de voces puede cuestionar y criticar al poder.

Durante el último año, sin embargo, tanto la democracia como la república en El Salvador han estado bajo fuego y constante ataque por parte del gobierno de Nayib Bukele, sus cuerpos de seguridad y sus fanáticos más radicales.

El detonante

El 9 de febrero de 2020, al usurpar la silla del presidente de la Asamblea Legislativa, Nayib Bukele dio inicio a una sesión plenaria inconstitucional y, frente a un puñado de diputados que se plegaron a su golpe, periodistas que cubrían el suceso, y policías y militares fuertemente armados, dijo: “creo que está muy claro quién tiene el control de la situación”.

Y desde ahí, lo que parece estar muy claro es lo que Bukele asume por control.

Mira la miniserie documental, 9F: El retorno de los fusiles

La democracia que El Salvador empezó a construir el 16 de enero de 1992 está en grave peligro.

El silencio de los fusiles está siendo sustituido por actos de intimidación de opositores, periodistas y críticos de la gestión.

El carácter apolítico de los cuerpos de seguridad se ha desplazado por tropas acompañando entrega de paquetes de alimentos, acompañando a personas con distintivos partidarios afines al presidente.

El pluralismo político que se buscó construir está siendo desmantelado por una sed desmedida del control total y por intentos de silenciar voces opositoras. El mismo Departamento de Estado de la administración de Donald Trump en Estados Unidos dio cuenta de esto. Pese a sus múltiples esfuerzos por soslayar los abusos de Bukele, ese gobierno tuvo que reconocer en mayo de 2020 el debilitamiento de instituciones democráticas, así como esfuerzos por callar las voces críticas.

Nota relacionada: “La forma de evitar que vuelva a pasar el 9F es combatir la impunidad”, señalan diputados

El país que se soñaba en 1992 está hoy al borde del abismo. La democracia, la república, la idea de convivir pacíficamente y el intercambio cívico de ideas, bajo fuego.

De cara a las elecciones

En esas circunstancias, El Salvador se aproxima a su siguiente proceso electoral, que tendrá lugar el 28 de febrero y donde se elegirá diputados a la Asamblea Legislativa, alcaldes de las 262 municipalidades y los representantes de El Salvador en el Parlamento Centroamericano.

La aspiración del mandatario es, en apariencia, lograr el control total. Los candidatos de su partido no se han molestado en lanzar propuestas o plataformas legislativas. Su única apuesta parece ser plegarse a las iniciativas del presidente y darles trámite sin ejercer el control que debe hacer la Asamblea Legislativa.

Además, ha utilizado el músculo del Estado para entorpecer las campañas de sus opositores. A las alcaldías, les ha retenido el dinero del Fodes, que sirve para obras públicas y en muchas municipalidades, para el pago de planillas y gastos corrientes.

Lee también: Milena Mayorga restó importancia al impacto del 9F y luego se retiró de un foro virtual

A los partidos, no les ha dado la deuda política con la que pueden financiar gastos de campaña. Además, ha utilizado recursos públicos para proselitismo y algunos de sus funcionarios se han prevalecido de su cargo para hacer campaña a favor de un partido, algo prohibido en el artículo 218 de la Constitución y que reforzó la Sala de lo Constitucional en su sentencia del proceso 8-2014.

El 9 de febrero de 2020, Nayib Bukele abrió una puerta de difícil retorno. Al hacerse acompañar de los fusiles y volverlos herramienta política, ha empoderado peligrosamente a sus militares y policías, quienes se convirtieron en el sustento de sus constantes desafíos al Estado de derecho.