El 9F, el día en que el autoritarismo de Nayib Bukele quedó al desnudo

El presidente que se presentaba como un líder juvenil e innovador demostró que, ante retrasos a sus planes, elige casi siempre la fuerza y la intimidación.

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Nayib Bukele. Foto EDH / Archivo

Por Ricardo Avelar

2021-02-08 10:25:52

El mismo presidente que prometió pasar la página de la posguerra y que ofrecía un estilo relajado y juvenil de gobernar, protagonizó el retorno al pasado más agrio y peligroso de El Salvador: ese donde los militares eran instrumentos de intimidación del régimen despótico de turno.

El mismo presidente que se subió a la plataforma anticorrupción y exigió devolver lo robado decidió emplear recursos del Estado para movilizar a sus fanáticos en un intento por intimidar a los diputados.

A juicio de varios periodistas y analistas, poco tuvo que ver el préstamo de $109 millones con la toma violenta del Congreso. Más allá de la presión a los diputados, afirman, se trató de mandar un mensaje del estilo de gobernar de Nayib Bukele, menos preocupado por el diálogo y más por el espectáculo y avanzar su agenda sin controles.

Por ello, el 9F no luce como un evento aislado. No parece ser una equivocación ni un arrebato impulsivo del mandatario. Por el contrario, parece ser una pieza más en el rompecabezas de cómo Nayib Bukele ve su mandato y cómo, al perfilar enemigos e intentar derrotarlos, busca compensar la falta de planificación y de grandes programas de su gobierno.

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Carlos Martínez, periodista de El Faro, afirmó que Bukele “eligió construir una batalla de la que se sabía de antemano ganador”. Con el poco prestigio de los diputados y su popularidad, un despliegue de poder de esta magnitud lucía como una apuesta comunicacional ganadora.

El día de la toma, no se sabía realmente hasta dónde planeaba llegar el presidente y sus tropas. En las azoteas de los edificios aledaños, había francotiradores apostados. De diferentes puntos del país, con recursos del Estado se acarreó a seguidores partidarios. La seguridad del Congreso perdió el control del recinto. La noche anterior, la cúpula militar le juró lealtad máxima al presidente, lo que abonó a la incertidumbre. A juicio del diputado no partidario, Leonardo Bonilla, con todos estos signos Bukele “básicamente convocaba a las masas enardecidas, hizo un llamado a la insurrección” que podía llegar hasta las peores consecuencias.

Al final de la toma, después de que hubiera armas largas donde suele debatirse ideas en paz, Bukele afirma haber orado y que “Dios” le pidió paciencia. Esto no cayó bien en quienes esperaban ese día que se consolidara lo que ese día no sucedió, pero parece seguirse gestando: que el mismo presidente juvenil y que prometió un cambio, desprecia los límites a su poder y ante retrasos a sus planes, elige casi siempre el camino más viejo y podrido de la historia: la fuerza.

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Un año más tarde, se confirma que lo visto ahí no terminó esa tarde, a pesar de las amplia condenas internacionales y el repudio de los defensores de la democracia y el Estado de derecho.

Después de este evento, el gobierno de Bukele ha empoderado más a sus cuerpos de seguridad, ha desafiado fallos judiciales, ha seguido insultando a sus opositores. El 9F abrió una puerta que desnudó su estilo, y esto no ha parado.