500 años de la vuelta al mundo de Magallanes y Elcano

El 10 de agosto de 1519, el portugués Fernando de Magallanes y el español Juan Sebastián Elcano partieron de Sevilla en la primera circunnavegación de la historia. Esa fue la hazaña más grande de su tiempo, que convirtió al navegante luso en una leyenda.

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Por EFE

2019-08-08 3:58:19

“Pequeño, borroso y reservado”. Así describe el escritor Stefan Zweig a Fernando de Magallanes a quien, sin embargo, cataloga también de “hombre único”. Experto navegante, previsor y calculador, perdió la vida en una absurda escaramuza a un paso de la gloria que merecía por su hazaña.

Pocas certezas hay sobre sus orígenes. Nacido hacia 1480, con 12 años abandona su casa, en el norte de Portugal -Oporto o Ponte de Barca, aunque también se baraja Sabrosa- y valiéndose de su noble linaje ingresa en la corte de la reina Leonor, donde aprende geografía y náutica.

Pronto se embarca en expediciones a la India y Marruecos -donde resulta herido- y estudia las Molucas. Gran marino y militar, se convence de la existencia de un paso entre los océanos Atlántico y Pacífico. Una vía rápida para el comercio.

Se obsesiona. Investiga con su amigo Rui Faleiro, cosmógrafo, y se presenta ante el rey Manuel de Portugal. Tiene 35 años y no quiere esperar. Le ofrece una ruta rápida a las Molucas, las Islas de las Especias.

Pero el monarca rechaza su plan sin darle esperanzas. Portugal tiene ya medio mundo, India, Brasil… No le interesa un conflicto con España por una ruta quimérica.

Magallanes no se amedrenta. Renuncia a Portugal y busca la ayuda de Carlos I. En el camino, amigos fieles le abren puertas, como el comerciante sevillano Diego Barbosa, que a la postre se convertiría en su suegro.

“Partid en buena hora” le escribe el emperador español. Detrás, la presión portuguesa por frenar su salida. Todo vale para lograrlo, incluso su muerte.

“No era un traidor, era solo un noble que quería servir a una corona que le apoyase en sus proyectos”, pero “al colocarse al servicio de la corona de Castilla el rey de Portugal quiso asesinarlo”, apunta a Efe el catedrático luso Joao Paulo Oliveira.

Flamante caballero de Santiago, el 10 de agosto de 1519 arranca el descenso por el Guadalquivir al mando de cinco barcos y 237 hombres. Atrás queda su esposa, Beatriz, y dos hijos pequeños.

“Todo lo que un mortal es capaz de calcular y prever, lo tengo calculado y previsto”, dice antes de partir. Hasta una conspiración.

“Sus capitanes lo odiaban”, escribiría el italiano Antonio Pigafetta, cronista de la epopeya. “No poseyó ni un gramo de don de gentes”.

No cede al desánimo, ni siquiera cuando descubre que el río de la Plata no llega al Pacífico. Ni durante los meses sin viento que paralizan la expedición mientras el escorbuto diezma la tripulación.

“Nada afable ni comunicativo, siempre envuelto en una nube misteriosa”, “solitario eterno”, “ninguno conoció su intimo sentir” escribe Zweig en su magnífica biografía.

Partieron de Cádiz, tocaron Río de Janeiro, exploraron el estuario del Plata y la costa patagónica hasta llegar al “Mar del sur”. Pero su mayor audacia fue cruzar el estrecho de Todos los Santos -luego de Magallanes- por las gélidas aguas antárticas.

Nadie se había arriesgado a esas corrientes. El “grande” marino portugués logró su hazaña. Encontró el paso entre el Atlántico y el Pacífico. Aunque, quizá, no como había soñado.

“Su viaje tuvo unos excelentes resultados geográficos pero no económicos ni comerciales. Está políticamente muerto: no puede volver a Castilla sin riquezas ni puede volver a Portugal”, apunta Oliveira.

Avanza por el Pacífico hasta San Lázaro (Filipinas). Cree que se adentra en intereses portugueses y que habrá consecuencias. En Mactán, se lanza a una escaramuza estéril para sofocar una revuelta indígena.

Si, como sostienen algunos historiadores, combatió para proteger a un supuesto su hijo ilegítimo -Cristovao Rebelo- o si, como defienden otros, fue un acto heroico y desesperado, no queda claro. Como su nacimiento, su muerte es un capítulo confuso.

“No podía volver a España deshonroso ni tampoco a Portugal, por eso casi se suicidó en ese combate fatal para él”, explica a Efe el historiador José Manuel García.

“Para un hombre de su clase en aquella época un suicidio heroico era la única solución plausible. Psicológicamente está perdido; porque triunfó desde el punto de vista geográfico pero fracasó en el comercial porque percibió que no había ruta mercantil”, puntualiza Oliveira.

Pigafetta relata que no hubo tiempo para reaccionar. Una flecha envenenada alcanza a Magallanes. Cae y los indígenas se abalanzan sobre él. Es 27 de abril de 1521.

Nunca se recupera su cuerpo. Al mando del español Juan Sebastián Elcano la expedición vuelve a España el 6 de septiembre de 1522. Solo un barco y 18 hombres. ¿Era ese el sueño de Magallanes?

Su diario nunca fue encontrado. Su mujer y sus hijos murieron antes de 1522. Con él desapareció su estirpe. La desgracia se cebó con sus amigos. Los españoles cruzaron México y Panamá para llegar al Pacífico. No era rentable la ruta antártica. Nadie quedó para reivindicar su hazaña.

Pero Fernando de Magallanes le ganó al olvido y se tornó leyenda. La suya fue la primera gesta global. La más grande de su tiempo.