La Selección mayor de fútbol de El Salvador no es un símbolo patrio, pero está cerca de serlo para muchos ciudadanos que la consideran una parte de su identidad nacional, así como uno de los pocos símbolos capaces de unir a una sociedad esencialmente dividida.
Los siguientes destinos de la Selecta en la octogonal
Los mediados y finales de la década de los 60 fueron el parteaguas histórico de la Selecta, gracias a que sus éxitos en el Norceca 1964 y en las eliminatorias para los Juegos Olímpicos de 1968 y para la Copa del Mundo 1970 le garantizaron para muchos años el cariño y la admiración de toda una generación de salvadoreños.
Sin embargo, la historia de la Selecta se ha visto marcada también por catastróficas derrotas que suelen minar ese encanto y esa ilusión que cada cierto tiempo despiertan en el país futbolero. Procesos como de eliminatorias mundialistas de 1982, 1994, 1998 y 2010 son ejemplo de ese sube y baja de emociones, ese estira y afloja entre lo sublime y lo nefasto que convergen en el azul y blanco.
El fútbol es una metáfora de la vida y la Selecta, una relación de amor y odio con el deporte mismo y con el "ser salvadoreño". Porque nos une y nos identifica en torno a un "nosotros", como un ejército pequeño que avanza contra el mundo en cada partido; pero también nos expone constantemente a la cruel y amarga derrota, de sentirnos muy lejos del país que realmente queremos ser.