Yuri Rodríguez habla sobre la pobreza en la que creció y el duro reto de entrenar en cuarentena
El fisicoculturista contó cómo ha estado su cuarentena, además de abordar temas de su carrera. El campeón se prepara para el Mundial pero también repasó su vida
No para de entrenar, de la mano de su filosofía de vida de siempre luchar. Ese es el fisicoculturista Yuri Rodríguez, campeón panamericano, y quien conversó en el programa El Banquillo. El atleta contó anécdotas de su vida y de su carrera deportiva, en este tiempo de cuarentena domiciliar por el Covid19.
Explicó que hace sus propias rutinas de ejercicios, con implementos que compró, y en ciclos de ocho días. “Llevo ya 30 días entrenando, por ahí con alguno o dos días de descanso, porque los músculos se fatigan y me puedo lesionar”, resumió.
De niño, su vida “fue de pobreza extrema”. “Después de los terremotos, vivimos cuatro años en una champa, en la zona verde de la iglesia. Luego, nos prestaron un lugar donde alquilábamos. Mi desayuno eran un café y un pan; mi almuerzo era baloncesto, pero no porque me fascinara, sino porque no tenía nada para comer, y prefería distraerme y no ver cómo otros comían; y la cena era modesta: frijoles, cuatro franceses, poquito de huevo, un café y a veces un pan dulce. Fue mucha pobreza, pero de alguna manera, lográs coraje y te das cuenta de que sí tenés la capacidad”.
Y más recientemente, experimentó un momento difícil para estabilizarse en cuanto a un lugar dónde vivir. “Pasamos cosas feas”, dice y continúa: “(Una) fue buscar un lugar dónde vivir (estaba en el Poli); donde estamos actualmente es donde vivíamos antes de irnos para el Mundial. Aquí, comenzaron a construir, es de los suegros, y ya no era habitable, pero en todo el tiempo en que estuvimos en el limbo, casi se terminó la obra, porque no está al cien por ciento”.
El delantero argentino, considerado ídolo por algunos aficionados aliancistas, hizo un repaso de lo que vivió en el cuadro paquidermo
Según Yuri, ahora ya se adecuó al espacio. Pero antes, pasó por otras circunstancias: “Nos tocó una semana en ningún lado. La primera noche, estuvimos enmotelados, porque no había un lugar dónde poder dormir. Las cosas las andábamos adentro del carro, y comíamos en una gasolinera, donde fuera que se podía”. Luego, un hermano lejano de la iglesia lo ayudó a “estar en un hostal”.