A Fátima Calderón, de 29 años, nunca le dijeron que algo era imposible y creció sin miedos ni ataduras. Sus zapatos lucen desgastados y las medias ralladas le llegan hasta la rodilla. Lleva un balón alargado bajo el brazo y un silbato plateado le cuelga del cuello: libertad y poder. El intenso sol le tiñe de dorado la piel.
Cuando toma el balón entre sus manos se transforma en un lince que corre por el campo, esquivando y con el objetivo fijo en la victoria. Más tarde, cuando el silbato llega a sus labios, se vuelve un halcón que persigue con la mirada, imparcial y justa; no se le escapa detalle. “Este es un deporte en donde los valores no solo se dicen, sino que se llevan a la cancha”, asegura.
Desde 2015, Fátima practica el rugby no solo como deporte sino como norma de vida, en donde “la disciplina, el respeto, la integridad, la pasión y la solidaridad” son lo más importante, según su visión de un deporte que, en sus palabras, hace mucho dejó de ser exclusivo para hombres. Se siente orgullosa de romper brecha. “El rugby es capaz de enseñarle a las mujeres que ellas mismas ya lo tienen todo y si algo no sale bien, tienen hermanas que las apoyan”, afirma con una seguridad entrañable.