Desde niño, el fútbol es algo que ha formado una parte importante de mi vida. Vengo de una familia futbolera. Mi padre era gerente del Alianza cuando conoció a mi madre. Mi madre, la hija menor de una familia que estaba vinculada casi en su totalidad a la directiva del Águila.
Crecí escuchando historias de fútbol. Lo mejor de esto, es que hace 4 décadas, cuando yo era niño y aún no había permeado tanto la globalización, los protagonistas de esas historias eran gente de mi país. Eran jugadores que podía ir a ver al estadio los domingos, y en mi caso, eran personas que por mis padres pude llegar a conocer como parte “normal” de mi día a día.
Los jugadores salvadoreños de fútbol de finales de los 70’ y principios de los 80’ eran, para mí, los astros del fútbol. Los niños de hoy tienen como referente a Ter Stegen, yo tuve a Mora. Hoy se compran la camisa de Xavi, cuando en mi época querías la del Pájaro. Hoy se discute si es mejor Messi o Cristiano, cuando nosotros sabíamos no había discusión y que el mejor era Jorge.
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De todas las historias que escuchaba en casa día tras día, hubo una que siempre me despertó una gran curiosidad. La historia de la Selección del 82. Todos coincidían que era un equipazo y que clasificaron al Mundial con todo en contra. Eliminaron a México. Tenían al Mágico. Unieron a un país que estaba dividido por una guerra. Eran un motivo de orgullo para un país que necesitaba mucho poder inflar el pecho.
Perdimos 10-1 contra Hungría el primer partido del mundial de España. La peor goleada en la historia de los Mundiales. ¿Cómo podía ser esto posible? Tenía que haber una explicación.
En gran parte por curiosidad y en otra gran parte por querer reivindicar a quienes cuando crecía habían sido mis héroes deportivos, me puse a investigar la historia detrás de la cortina. Así nació “UNO: La Historia de un Gol”.
Conociendo la historia de nuestra última gran selección, encontré muchas lecciones valiosas. Una, fue que un accidente le pasa a cualquiera y que no es justo que nos recuerden solo por eso. Otra, es que aún después de una gran derrota, los salvadoreños tenemos suficiente corazón para podernos levantar sin importar que tan fuerte haya sido la caída. También aprendí que la falta de recursos complica mucho las cosas, pero que no es excusa para lograr lo que un salvadoreño se propone.
Pero quizás, la más importante de todas las lecciones, es que aún cuando un país está tan dividido como para que su gente esté dispuesta a matarse entre sí, siempre hay algo que nos puede unir, y esa es la lección que, en mi opinión, hoy a nuestro país, más le hace falta recordar.
Cuando ponemos arriba de todo el azul y blanco, todos somos UNO, y así, es que volvemos más fuertes.