“La final del Mundo”; “La mejor final de la historia”, “La peor final de la Historia”, “La final interminable”. De todo se ha escuchado y leído desde hace casi un mes cuando se definió que Boca y River sabían que iban a jugar el partido menos deseado para sus aficionados. Y al fin terminó ayer como debería haber sido siempre: un partido de fútbol. Ni más ni menos que eso.
En el medio, suspensiones, suspicacias políticas, operativos de seguridad sospechados, campañas mediáticas, barras violentos, miserias de dirigentes, periodistas y hasta de futbolistas. Lo peor del fútbol argentino salió a la superficie en esta “final de finales”.
Este domingo el Santiago Bernabéu y España dieron un ejemplo de como armar un espectáculo deportivo y poder organizar un partido de fútbol. Y todo fue ejemplar: el comportamiento de los aficionados y de los protagonistas. Desde los gestos entre ganadores y perdedores hasta la postal del presidente de River abrazando al técnico de Boca en el centro del campo.
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El cuadro "millonario" se coronó por cuarta ocasión en el torneo sudamericano, gracias a su definición en el tiempo extra ante Boca Juniors, en el Estadio Santiago Bernabéu
Varias cuestiones para entender por qué este partido se jugó en España y no en el territorio natural, Argentina. Una vez consumados los incidentes, el negocio le volvió a a ganar el juego. Y una vez definida la suspensión, el partido se rifó al mejor postor: iba a ser en Doha, ganó la pulseada Madrid.
El fútbol argentino está tomado por las barras, de los que no se pueden librar como sí han hecho en otros países del mundo con el mismo flagelo. El ejemplo de Inglaterra con la erradicación de sus “hooligans” no cabe en Argentina. ¿Por qué? Porque las barras forman parte del sistema y no son violentos aislados. Los utilizan los dirigentes deportivos y también los políticos. Son fuerza de choque y también tienen su porción en el pastel del fútbol: desde los pases de jugadores, merchandising, parqueos y venta de drogas, entre otros “negocios”.
El miedo a perder y las “gastadas” (bromas) del día después le quitaron protagonismo al placer del triunfo. En el juego y en el resultado, River fue mejor y se llevó la ansiada copa. Se tuvieron que ir lejos, muy lejos, para darse cuenta de que se trataba solo de un juego de fútbol.