Parecía que no habría mucha afición en el estadio Cuscatlán para apoyar a la Azul y Blanco contra Antigua y Barbuda, un equipo desconocido en el mundo del fútbol y, por tanto, no tan “atractivo” para verlo en vivo.
Desde las 4:00 p.m. se abrieron las puertas del Monumental, pero la gente era contada, y algunos revendedores lucían preocupados, mientras otros llamaban a la calma, y al viejo dicho que el salvadoreño siempre llega tarde a todo.
Mientras, las vendedoras preparaban sus puestos para asar la carne, el pollo, o la plancha para las pupusas. Y las heladas, bien heladas en la hielera. Al filo de la 5:00 llegó algo de gente, los más previsores, los que también buscaron imágenes de la llegada de la Selecta, que arribó a las 5:25. Minutos antes lo hizo Antigua. “Son altos” – se escuchó entre los periodistas y la afición escasa – “Más grandes eran los de Monserrat, pero les vamos a ganar”, fue la respuesta.
Ya para las 6:00 tomaba forma el asunto, e incluso muchas personas con discapacidades se asomaban. En sillas de ruedas, con bastones, como fuera, con ayuda, sin ella, para ver a la Azul y Blanco. A media hora, el ambiente era otro, el Coloso comenzaba a llenarse y la gente no para de llegar. Tanto así que comenzó el partido y a algunos que les agarró el tráfico tuvieron que pagar hasta el doble por los boletos a los revendedores. Total, la Selecta lo vale, aún, para la 12, la que no falla.
Pero también la que mete presión. Tanto así que cuando falló Bonilla, se le fueron encima. O cuando se comió otro la “Cabrita” Portillo. Ahí, bajo la lluvia leve que cayo, y que luego se incrementó, ahí celebraron el primer gol de Zavaleta, y aplaudieron, y gritaron y sufrieron las llegadas, escasas, pero de peligro, de Antigua. Ahí, en el Coloso, vivieron una noche más para la historia, su historia, de la que son parte, pese a todo y contra todo.