Es, junto a Mauricio “Pipo” Rodríguez, uno de los dos salvadoreños que han participado en las dos clasificaciones mundialistas de El Salvador. Salvador Mariona fue durante casi una década el mejor zaguero central del país y fue, además, el cuscatleco en portar el gafete de capitán en una Copa del Mundo.
A 50 años de su primer Mundial, “el Gigante de Ébano” vive como si fuese ayer las emociones que experimentaron durante el Himno Nacional en el estadio Azteca, la cólera del medio tiempo ante México y las dificultades de ser futbolista profesional en aquellos días.
La primera imagen de Chamba Mariona en el Mundial es el saludo con el capitán de Bélgica en el estadio Azteca. ¿Cómo se siente al ver esa imagen, 50 años después?
Es una fecha muy memorable, agradable para los que aún estamos aquí, respirando oxígeno. Todavía me escriben de Polonia y me mandan unas tarjetas de gente que es coleccionista y que quieren que les autografíe las fotos. Un amigo fanático del fútbol me regaló unos DVD con los partidos. Para que usted vea la grandeza de ese éxito.
¿Y cuáles fueron sus sensaciones minutos antes de su debut en la Copa del Mundo?
Indudablemente los vivimos esos momentos con mucho nerviosismos, mucha duda. Tampoco tuvimos grandes fogueos como preparación. Allá en México, teníamos siempre en mente que no teníamos nada que perder y mucho que ganar. Ya habíamos ganado con sólo estar ahí en el Mundial, porque fuimos los primeros en Centroamérica en conseguirlo. Eso motivó sin duda a los demás países a intentarlo.
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¿Cómo vivió el momento de cantar el Himno Nacional, parado ahí en fila al pie de la cancha, con sus compañeros?
Aunque había salvadoreños en el estadio, no sentíamos ese apoyo de la gente contra Bélgica, y ni se diga contra México. Yo en lo personal, y después eso lo platiqué con Mon (Martínez), en el Himno Nacional, cuando teníamos la mano en el pecho, no dejamos que nos temblara la mano. Sentí un escalofrío de las piernas para arriba. Y teníamos un concepto de que la primer pelota que uno tocaba, era un pase bien dado. A mí me daba mucha confianza, y me llenaba de mucha satisfacción y orgullo.
¿Es cierto que la altura de la Ciudad de México pudo afectarles durante el torneo?
La cancha era pesada y se sentía la altura, pero era momentáneo. Nosotros ya teníamos la experiencia de jugar ahí con Honduras (1969), esa vez nos dijeron que llegáramos un día antes. Acoplarse era difícil, pero estando allí 15 días antes, nos aclimatamos y entrenando uno se adapta. Fue más la superioridad y el profesionalismo de todos esos jugadores que nos tocó enfrentar.
Viendo el partido México-El Salvador, estuvieron cerca de cambiar la historia con el tiro al poste de Pipo Rodríguez.
Sí, y lamentamos mucho que no entrase esa pelota. Se parecía al gol que le metió a Honduras. Así es el fútbol, los postes son para que se mire por dónde entra el balón y esa vez no entró. El marcador habría sido diferente y no habríamos tenido esa chabacanada de Kandil (árbitro); ahí prácticamente se terminó el primer tiempo y eso nos afectó mucho porque nos perjudicó: entramos al segundo tiempo con mucho malestar, más con cosas de vengarnos y pegar más patadas a los mexicanos y nos hicieron tres goles más (4-0).
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¿Cuál fue el mejor partido que jugó esa selección en ese Mundial?
El de la Unión Soviétiva (derrota 0-2). Se habló de despedirnos de la mejor manera, el primer tiempo fue 0-0 y creo que es algo de mencionarlo y de valorarlo, porque la URSS era una potencia política y deportiva en el planeta. En el Flor Blanca, nos ganaron 2-0 (23 de febrero de 1970) y creo que con autogol de Ninón Osorio; en México (1970), nos hicieron dos goles ya por el cansancio y la preparación de ellos, que era diferente a la nuestra. Incluso yo fui a cabecear un córner y “simasito” pasó encima de la portería, el arquero solo se quedó parado. A medida que jugábamos había más confianza, más acoplamiento y había mejor adaptación al medio ambiente y a la afición.
Antes habló de falta de preparación para al Mundial, pero también hubo otros problemas en la previa: impago de la federación, cambio de entrenador, injerencia de los directivos. ¿Cómo afectó eso a los mundialistas?
En esa época, el presidente de la Fesfut dijo que ya no se convocara a los que estábamos protestando, que se nos diera algo del dinero que la FIFA da a las federaciones clasificadas. (…) Como ha sido costumbre aquí, siguen sucediendo las mismas cosas durante años. Esa vez no nos pagaron viáticos y Guillermo Castro (defensa) me mencionaba que nunca se nos había pagado. Seguimos con aquella inquietud que, quizás, nunca se nos reconoció ese gran éxito que tuvimos a nivel centroamericano, porque fuimos los primeros (en la región) en clasificar a una Copa del Mundo. Todavía estamos esperando para ver si alguien nos reconoce esa hazaña, que fue no solo una vez y que le correspondería a la Federación. Este aniversario sería una oportunidad grande para que las autoridades consideren que nos puedan dar un apoyo.
¿Cómo se llevaban los jugadores con los militares que dirigían la federación?
El coronel Guerrero y los directivos casi nunca se reunían con nosotros. Ni cuenta nos dimos del dinero que la FIFA le dio a la Federación. Nosotros nos enteramos de que se lo repartieron entre los equipos que habían prestado jugadores a la selección, pero no nos dieron a nosotros nada de eso. Hicimos una huelga porque nos daban solo $3 diarios de viático, y por ahí peleando y platicando aceptamos $5, pero nunca nos los dieron. Cuando el doctor Álvaro Magaña fue presidente de la federación, en el 72, nos llamaron a conformar nuevamente la selección para unas eliminatorias, y unos que estuvimos en el Mundial y les dijimos que si nos pagaban lo que nos debían, no íbamos. Por ser el capitán de ese grupo me castigaron con un año sin jugar, aunque eso me sirvió para a dirigir al Alianza (1972-73).