Arnoldo Batres (hijo) eligió a elsalvador.com para hacer pública su carta de despedida a su papá, el gran locutor y narrador del deporte salvadoreño, fallecido recientemente.
Mensaje de despedida a mi papá
Antes de entonar una elegía o recitar una panegírico, prefiero hacer una remembranza sencilla, cotidiana y
familiar de un hijo acerca de su padres.
Es curioso que cuando pienso en mi papá, acude su nombre e, inmediatamente, su mote de guerra
profesional “Tío Noldy”. Luego repica en mi cerebro su grave voz con su saludo habitual al micrófono: José
Arnoldo Batres Milla… “De los Milla pobres de Berlín”.
En cierta forma, esto lo describe de cuerpo entero y no necesitaría agregar nada más. Decir su nombre era
toda una declaración de sinceridad, sin atenuantes y sin amarguras. Porque mi papá fue, a su modo y a su
talante, un hombre feliz.
Como cualquier otro mortal padecía de las prisas y ansiedades del cotidiano vivir así como de sus constantes
vicisitudes, pero para eso siempre tuvo a su lado a una luchadora inclauidicable, su esposa, su querida y
amada Saby o Sabilita.
Es cierto que en sus dilatados 61 años de vida matrimonial hubo de todo “como en botica de pueblo”, pero
entre ellos prevaleció un pacto silente y profundo: “pasara lo que pasara se amarían y estarían juntos para
siempre”. Ambos han cumplido su promesa.
Después de nuestra mamá y antes de nosotros o muy cercano a nosotros, sus hijos, su otro gran amor y
pasión fue la Radio.
Y la Radio fue otra hermana, también fue proveedora, amiga y compañera; tanto que siempre tuvo “su” lugar
en la mesa familiar. En esa misma mesa en la que estaba Susy, su “Shanita”, la niña de sus ojos, su
primogénita o, como a él le gustaba decir “mi hija” con ese velado tono de burla para los demás. La verdad es
que nunca nos importó pues sabíamos que cada uno tenía un lugar en su espacioso corazón.
También Paty, la “chelita”, la niña aplicada y bien portada, la que corría a despedirlo y le pedía, como un
recuerdo, que le amarrara los zapatos. – “pero bien duro papito” para conservarlos así hasta su regreso.
Carolina (“Coly”), su pequeña niña en la que, en cierta forma, vació la paciencia y tolerancia, que no tuvo con
los demás.
Y yo, su hijo varón, su “niño Noldito”, mote que me puso y perduró hasta este día, producto de una de las
tantas andanzas y mal andanzas vividas en las infinitas tarde de futbol que tuve la dicha de compartir con él.
Sin duda, como toda relación de hijos con padres, tuvimos nuestros más y nuestro menos. Estoy convencido,
por ejemplo, que para Don Arnoldo, el epítome de tener un hijo hubiese sido que fuera un futbolista del pelo
largo. Con el tiempo digirió la idea de que no traía ninguna aptitud para el deporte y terminó comprendiendo
que hay personas normales que vivimos en prosa pero que nuestras metas las pensamos en verso.
Y finalmente la Radio. Del “Tío Noldy” puedo decir que es de los escasos individuos que he conocido que
lograban conectar con gracia y vertiginosa velocidad el cerebro con la lengua; de ahí su chispeante verbo.