INFORME ESPECIAL: Jugadores denuncian que iban a partidos de Primera desprotegidos y sin cuerpo médico

(SEGUNDA ENTREGA) La Primera División de Fútbol es deportivamente superior a sus hermanas menores. Pero hay un apartado donde la Primera a veces se equipara con ellas, y es en el tema de gestión y administración. Acá una serie de hechos que afectan al desarrollo de los partidos en el país

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El mexicano José Piñeiro es cargado por su compañero Dixon Rivas, ambos del Pasaquina. Hoy en día Piñeiro se recupera de una grave lesión en su país natal sin tener apoyo del equipo. Foto: EDH/cortesía deL canal 33

Por Robbie Ruud

2019-06-05 6:48:04

“El Sombrero”. Cuando escuché ese apodo a mi cabeza solo me vino la imagen de un gigante con chistera extraviado en tierras norteñas, y que por descuidado se hundió en las malignas arenas movedizas en las se erige hoy en día el estadio; este gigante no tuvo quién le ayudara, y entonces, permaneció soterrado en el traicionero terreno, quedando así solo su enorme sombrero de roca en la superficie. Junto al Gregorio Martínez no hay registros históricos documentados de que la tierra en la que fue levantado tuviera la composición sedimentaria sugerida, pero me gusta pensar que el recinto chalateco es una ruina arqueológica que la modernidad recompuso para albergar los juegos del equipo de fútbol más famoso del departamento. Dicha arquitectura luce colores uva y leche, vibra muy poco al son de los cánticos, y suele “escuchar” más improperios que consignas que ensalcen al A.D. Chalatenango.

Afuera del “Sombrero” se instalan justo cerca de la entrada unas cuantas ventas ambulantes sobre el grueso polvo y la grava que brindan la apariencia al parqueo. En su mayoría los vendedores ofrecen golosinas y bebidas para los asistentes, no son muy ruidosos como las personas que trabajan en un mercado común, más bien se conforman con esperar a los clientes al calor de una conversación con otros colegas o gente encargada de seguridad. Previo al portón de acceso hay unas formaciones de cemento en el suelo que no parecen tener un propósito útil, ciertamente cumplen con hacer accidentado el paso para alguien con dificultades de motricidad o intentar derribar a algún que otro distraído.

Pasando el portón principal hay unas ventas acomodadas sobre los costados para proveer al aficionado un elaborado bocadillo o una bebida. A mano izquierda está instalado un chalet metálico donde una señora vende bebidas no alcohólicas, mientras que a mano derecha está un toldo que resguarda un notable comercio artesanal de hamburguesas, carne asada, panes con pollo, y otra serie de viandas que activan con sus humeantes encantos hasta el hambre de la persona más satisfecha. El olor a carne inunda el espacio vital pero a solo unos cuantos metros están los chicos de las reservas dejando la piel en busca de un resultado conveniente.

Los últimos minutos del juego entre las reservas del Chalatenango y Santa Tecla corren como agua en un bravo río. Los morados se esfuerzan por sostener el resultado de 1-0 y los colineros alimentan sus esperanzas de empatar; quizás a un minuto del final llegó la ansiada igualdad para la visita, entonces la frustración abrazó de inmediato a los pocos hinchas locales que se dieron cita para observar a las promesas locales (1-1). Tras el pitazo definitivo ambos equipos se tumban en la grama, con la diferencia de que el conjunto tecleño sigue ejercicios de recuperación por parte del preparador físico, mientras que los chalatecos solo descansan y esperan por los hidratantes correspondientes.

Un miembro del cuerpo técnico de Chalatenango recoge la basura dejada cerca de la cancha. Si no hay plata para pagar personal de ornato durante los juegos, hay voluntad, y pocos entienden de eso. Foto: EDH/Jorge Reyes

Luego de evitar contracciones y espasmos mediante movimientos específicos, los futbolistas del Santa Tecla toman agua, esencialmente; mientras que los chalatecos toman suero obsequiado por una compañía que se encarga de hidratar a los futbolistas en todos los juegos la liga. En eso un futbolista tecleño se acerca a uno chalateco para pedirle un frasco del poderoso hidratante, entonces el jugador morado procede a solicitar uno, lo abre, toma un pequeño sorbo y luego se lo regala. Ni la  rivalidad ni el resultado restaron en ningún momento a los futbolistas en cuestión la necesidad de pedir, o el interés por ayudar; esta solidaridad comúnmente ya no se observa en los equipos mayores.

Gran parte de los reservistas arrojan los desperdicios plásticos en la grama y fuera de ella. No hay educación suficiente, o voluntad, para aproximarse al basurero más cercano; tampoco hay personal del estadio que vele por el ornato de manera consistente y diligente. Sin embargo, minutos después aparecen esos héroes anónimos que se encargaron de levantar la basura generada con el mayor de los gustos. La iniciativa limpia el espacio cerca de los banquillos para proceder con el juego entre planteles absolutos.

Como si de una tradición se tratara, ya esperan una mesa y una silla metálicas al árbitro administrativo en turno: ahora es Ernesto López. Con la ayuda de dichos objetos “don Neto” podrá colocar documentos, su maderoso tablero, y en teoría podría sentarse. La mesa está en aceptables condiciones pese cierto deterioro, pero la silla despintada y corroída luce tan frágil que seguro podría despedazarse con el pícaro paso de un fuerte ventarrón.

Santa Tecla llegó a Chalatenango muy bien equipado, como se demuestra acá. Foto: EDH/Jorge Reyes
Los reservistas del Chalatenango, lejos de tener un refrigerio improvisado, degustaban de una comida caliente completa. Foto: EDH/Jorge Reyes

Así como los precarios muebles a disposición de árbitro administrativo no parece que sean reemplazados por algo mejor, así hay otra cosa que surge en el panorama cerca de la pista asfáltica que rodea a la cancha. Esta pseudopista que funciona para el tránsito de una ambulancia u otro vehículo no tan grande, se presenta sumamente deteriorada. Ese desgaste puede verse en arena, grava y tierra enclavada justo en la orilla de la cancha, algo que representa un peligro para jugadores que vayan a pelear un balón en la banda. Pero ese riesgo suele ser evitado ya que la mayoría conoce el compromiso de pisar a gran velocidad sobre dicha franja.

Una novedad que no conocía en el estadio fue la malla metálica que separa la tribuna de la cancha, ahora está reforzada y es más alta. En la parte superior cuenta con una inclinación de 135 grados para evitar estorbar en demasía la visión del aficionado. Tras contemplar algo que seguramente importa a pocos, noté que los reservistas chalatecos, decididos a ver el juego de sus experimentados pares, regresaban de afuera con cenas típicas en mano y confinadas en depósitos de durapax. Detrás les seguía un señor con una carretilla de albañilería llena de bolsas con agua, una forma pintoresca y práctica de cargar los cuantiosos hidratantes.

Los equipos mayores saltan a la cancha para calentar y los instrumentos que ocupan se ven en óptimas condiciones. Al fondo de dicho cuadro, en las pequeñas colinas que se elevan como parte del ecosistema chalateco, una lluvia descarga iracunda todo su poder y amenaza con hacer lo mismo más tarde justo en el estadio. Desde el centro de la cancha se contempla una especie de ying-yang en el cielo, un costado era oscuro y frío por la lluvia y el otro despejado, luminoso. Más tarde esa diferencia ya no sería perceptible y el agua caería con baja intensidad sobre unos agitados futbolistas.

En las afueras del estadio Gregorio Martínez se ubican unos cuantos vendedores en busca de refrescar o alimentar a los aficionados. Foto: EDH/Robbie Ruud

Hay una circunstancia que se da en todos los juegos de Liga Mayor, y sin mucha ciencia, solo resta voluntad y un poco de orden para poder corregirla. Las alineaciones suelen ser llenadas a mano, pero independiente a esto, no suelen entregarse a nadie de prensa y menos aún son puestas en un lugar visible para ser anotadas. Pedirlas una hora antes del partido, como ocurre en otras latitudes, es una utopía. Generalmente la caligrafía juega una mala pasada al periodista que persigue -literalmente- la información de los oncenos respectivos. Esta situación se puede modificar para que ya no parezca que se está en unos intramuros de escuela, o en un juego de la ADFA (Asociación Departamental de Fútbol Aficionado), categoría que sucede de forma descendente tras la Tercera División Profesional. Para evitar este escenario los equipos podrían presentarse dos horas antes cuanto menos al estadio, y luego así sale en una hora la alineación.

Pocos minutos antes del juego algo gracioso sucedió en la cabina desde donde se manipula el sonido del altoparlante. El encargado arrancó con canciones de moda que regularmente se escuchan en juegos colegiales, radios populares o discotecas de bajo precio, estas no parecían animar a nadie y no veía una tan sola persona tratando al menos de cantar las letras de estas melodías hechas para jóvenes y pubertos. Minutos después de semejante inicio tengo la impresión de que el verdadero encargado llegó para cambiar drásticamente el género tropical que escurría por las bocinas y así empezó a sonar John Fogerty, Roy Orbinson y hasta Billy Joel; con ello, varias personas se engancharon para cantar los coros de las canciones y hasta los reservistas chalatecos empezaron a bailar sentados. Quiero creer que tan rotundo cambio fue por iniciativa y no por tratarse de una playlist muy random (aleatoria); lo bueno, repito, es que acústicamente cerró bastante bien antes de sonar el himno del Chalatenango, y por supuesto, el Himno Nacional. Por cierto, la gente instalada en “Sombrero”, al igual que en el resto de estadios narrados, aplaudió infamemente tras el Himno, recordemos que eso es una absoluta falta de educación en cualquier acto protocolario.

Durante el juego todo transcurrió con normalidad. Si había algún futbolista golpeado los partes médicos llegaban para solucionar cualquier complicación con sus instrumentos completos. Cerca de la media hora de juego la lluvia llegó y obligó a los aficionados que estaban en las gradas sin techar a subir escalones para resguardarse, menos mal para fortuna de estos había varios asientos disponibles en dicha franja. Entre esos afortunados estaba el presidente de Santa Tecla, quien con su familia evaluaron con paciencia dónde podrían ver mejor el juego desde una nueva posición. Todos los asientos a mi alrededor fueron ocupados.

Esos asientos repletos fueron vaciados poco después de cuarenta minutos, justo cuando el Tecla anotó gracias a un gol en propia meta de Raúl González el 0-2 final en contra de Chalate; pero hubo quienes se excusaron -ante la probabilidad de una lluvia más fuerte- para largarse del “Sombrero”, en lugar de admitir que la desesperanza reinó, y a varios, les facilitó al menos zafarse del microtráfico del estacionamiento al final del duelo.

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Un señor que trabaja como portero del recinto unionense nos saluda sin decir una sola palabra al momento de abrirnos el portón de acceso. No está claro de una si dicho gesto fue nacido de su simpleza de carácter o si el calor del mediodía le tenía tan reseca la boca que si la abría sería para escupir arena, polvo o sal. Ese día en La Unión Centro, cabecera del departamento más oriental del país, hacían bien unos 40 celsius de térmica, aunque en el pleno sol la sensación fuera de unos 48 quizás. Polvo rojo y blanco, rocas, y una resistente flora, aunque escasa, nos daban también la bienvenida previo al ingreso definitivo a la cancha Marcelino Imbers. Esa misma donde aún permanecen delineados los colores del gran Atlético Balboa, un equipo que fue subcampeón de liga la pasada década bajo el mando del querido y entrañable entrenador argentino Juan Quartarone Carbone (descanse en paz). El rojo, el negro y el blanco eran los pigmentos de aquel equipo unionense que tuvo a excelentes futbolistas como Nelson Reyes, Armando Mercado, Abraham Monterrosa, Juan Carlos Mosquera, Víctor Turcios o Nidelson Silva De Melo. Ahora Pasaquina, cuadro del norte de La Unión, es el inquilino en dicho estadio; pero eso no se nota porque no hay un tan solo distintivo del equipo amarillo y azul en dicha estructura, nada. El equipo de los burros parece que arrendara una casa en la que no se siente cómodo, pero la verdad es que esa sensación de inconformidad, de nula pertenencia, la sufren más los aficionados équidos, tanto los que asisten como los que no llegan a la Imbers para apoyar al equipo de sus amores.

El juego de reservas ya está 0-2 a favor del Chalatenango, que con mucha dinámica e idea le da un repaso notable a Pasaquina. Los “locales” hacen lo que pueden, no juegan como un conjunto, y con sus aciertos y errores, cada quien busca destacar al menos individualmente; la decisión, es cuanto menos, el único camino que parecen tener. No hay ni diez personas congregadas para ver el juego, donde estoy las gradas son inmensas, y para alivio de cualquiera que llegue, hay al menos dos hileras de mini escalones que llevan a cualquiera de estas sin problema. De momento  mujer presencia el juego, y la primera impresión de su es que está decepcionada como el resto de seguidores del Pasaquina. El entrenador del Chalatenango parado en las gradas gritando en cada ocasión de gol desperdiciada por parte de sus dirigidos, sus alaridos son justificados, y parece querer arrancarse el cabello por la falta de acierto norteño. Lo vacío del estadio hace que cada reclamo suene calador, también la única mujer que apoya al Pasaquina se anima a gritar a los jugadores, pidiendo que se saque de la cancha a los elementos más inoperantes del cuadro y lamentando claro está la falta de efectividad en lo poco que llegan los burritos al arco.

Magdalena, seguidora acérrima del equipo desde hace mucho tiempo y pasaquinense de corazón, busca todo el tiempo la oportunidad de seguir a su equipo al menos cuando juega de local; sale muy poco de la ciudad y no repara en trasladarse al centro de La Unión para apoyar a su predilecto equipo y a su hijo, quien juega en las reservas de los burros. Magdalena ha extendido una toalla para sentarse y soportar menos calor, y es que a pesar de la sombra el concreto está bastante caliente. El poder solar y térmico es tal, que los rayos golpean con descomunal fuerza el techo de lámina y la pared del graderío; eso provoca que toda la estructura actúe inevitablemente como un horno, mejor estar de pie para dejar de sentir que se está donde el sol quema.

– ¿Ya se acostumbró a venir hasta acá, no?

– Sí, ya. La distancia no es excusa para dejar de apoyar al equipo, mire. Me vengo con mi hijo en la ruta (línea de colectivo) 342, esa va a Pasaquina, Santa Rosa de Lima y viene acá a La Unión. Por todo el recorrido se tarda más o menos una hora y salen cada cinco minutos del punto, así que no tengo problema para venir.

– Hay pocas mujeres apoyando al Pasaquina acá, bueno de momento solo está usted

– Fíjese que lo malo de venir a La Unión es que las mujeres, los adultos mayores y la gente que anda en silla de ruedas o muletas ya no se mueve para apoyar al equipo. Toda la gente apoyaba bien chivo (tranquilamente) allá en San Sebastián, pero hasta acá ya no vienen.

– ¿Quién es su hijo, está jugando?

– No, está acá (señala el banquillo) es el número 53, se llama Alcides Guadalupe y juega como extremo, es el último (menor) de mis hijos. El mayor quiso jugar en otros equipos pero nunca le dieron la oportunidad, viera que era bueno.

– ¿Con quién tiene la mayor rivalidad el Pasaquina?

– Con Águila y Alianza, aunque usted no lo crea, yo por lo menos así lo siento. Está bien quererle ganar al Limeño, al Jocoro, pero esos se miran como hermanos y la rivalidad no se siente tanto como con esos que le dije.

– ¿Qué siente al apoyar a su hijo con esto del fútbol?

– Pues yo me siento contenta de andar con él para arriba y para abajo. Afuera casi no voy, pero aquí (en La Unión) no falto, y tampoco cerca (Morazán o San Miguel). Viera que yo le digo a él es que no deje de estudiar, que lleve las dos cosas a la par y que se esfuerce por salir adelante, que la vida cuesta, cuesta mucho, aquí (en El Salvador).

– ¿Aún estudia?

– Sí, estudia Bachillerato en Software, le gusta mucho, por ahora lleva las dos cosas muy bien. Pero esto del fútbol hoy es y mañana no es. Yo le digo que abajo de ese árbol puede ponerse a arreglar carros, que ponga su taller. O sino que ponga una su peluquería, que yo le consigo los espejos y lo que necesite, ahí es, ve, donde se come. Con el fútbol es bien difícil y no quisiera que pasara por momentos difíciles como los de la mayor.

– ¿Acá es puro horno todo, no?

– Ayy, olvídese. Ahí donde juegan papi fútbol hoy hubo varios palitos que daban una sombra bien rica. Pero luego de que los volaron más calor se siente. Acá de por sí ya hace calor, pero con eso que hicieron se siente peor, y eso fue hace ratos ya. Los de papi fútbol juegan en esa cancha (señala a un costado de la oficial para juegos de Liga Mayor) de noche, si ellos jugaran de día ahí quedan (tirados) esos pobres.

– ¿Los muchachos siempre juegan al mediodía, no?

– Sí, mis muchachitos siempre juegan a esta hora donde el sol es tan cruel. Admiro el aguante que tienen para jugar, menos mal les dan agua cada media hora, porque con este sol toda la que toman antes se les consume rápido. Va a creer que mi hijo no quiso desayunar nada y solo se tomó una leche. No sé cómo hace.

– ¿Y esos pequeños que le acompañan?

– Son mis nietos, acá les traigo tortillita con queso para que puedan comer si tienen hambre, aunque así como andan carrereando hasta se les olvida comer, pero yo no les dejo de traer. Aquí ando unas bolsitas de agua también por si me piden, que es casi seguro.

– Todos ellos son pasaquinenses de corazón…

– Sí hombe, desde chiquitos se les enseña el amor por el equipo, aunque a veces ni atención les pongan a los partidos, pero uno les dice (hace una pausa) espero mi muchachito juegue hoy, viera cómo le gusta esto del fútbol, pero menos mal no descuida sus estudios. Esto también me lo tiene alejado de la calle y de tonteras. Estoy muy contenta que él pueda jugar en la reserva del Pasaquina.

Luego se animan a conversar conmigo una escandalosa y graciosa vendedora del estadio llamada Coralia López, y un señor al que llamaremos “Don Tito”. Cada quien da su punto de vista sobre la situación del equipo, pero a la par de la crítica acostumbrada de un aficionado común, también se ríen y disfrutan de los juegos del Pasaquina tanto de los chicos como de los mayores. Pero el atrevimiento de “doña Cora”, como es conocida por los pasaquinenses y unionenses, es tan grande… empieza contándonos que ese día -donde parece que las piedras se derretían- había “un fresco clima”, no como en otras ocasiones. Ante tal afirmación, y al constatar que no bromeaba ,ella se rió abundantemente al ver mi reacción.

Don Tito es un señor, como dirían en el campo “que ya se ve bien vencido”, las arrugas le abundan, su espalda es arqueada quizás como en muchos de sus aleros. Su cabello y su barba son blancos con algunas plateadas excepciones, sus ojos claros son pequeños y se notan un poco rojos, tal vez no durmió bien la noche anterior. Una gorra le otorga cierta protección fuera de cualquier techo, usa ropa color verde olivo y gris, llena de polvo y pliegues, aunque estos últimos en mucha menor disposición que en su rostro. Habla carraspeado, como si hiciese un gran esfuerzo vocal para pronunciarse.

Luego de gritar airadamente algunas “indicaciones” al entrenador de las reservas del Pasaquina, doña Cora procede a arrojar varias huacaladas de agua sobre los graderíos vacíos para refrescar un poco la tribuna. El agua estaba fría en un depósito que parecía aún “más vencido” que don Tito, pero al fin útil para guardar todo hidratante que ella vende partido a partido. Pese a estar en la sombra, el agua se evapora en cuestión de minutos, y para desgracia propia, poco o nada ayudó al ambiente caluroso en el mejor sector del estadio. Dicha medida de enfriamiento fue agradecida por los pocos aficionados presentes, quienes en sus interiores asumieron mucho más los reclamos de doña Cora, quien no se guardó nada durante el partido, ni para el entrenador de la mayor, José Romero, ni tampoco para Abilio Menjívar, el presidente del equipo.

Coralia López es una vendedora del Estadio Marcelino Imbers, ella arroja agua fría para mejorar el clima en un graderío que “hierve” en la sombra. Foto: EDH/Marcela Moreno

No reproduciré lo dicho por doña Cora, pero esbozo que sus gritos sacaban las risas de todos los presentes: aficionados y periodistas por igual. Había que decir que llegaba hasta amenizar más que unas cuantas y simplonas canciones que sonaron antes del juego y en el entretiempo. Doña Cora tenía el poder de la palabra, esa palabra que era autoridad en aquel horno en forma de cancha, esa palabra que era una ley evadida por Romero y Menjívar, esa palabra que para cualquiera, era difícil de refutar.

Don Tito es un tipo muy contrario a doña Cora, y con calma cuenta algunas cosas que no comparte, él se suma al descontento general con otros aficionados del Pasaquina sobre el cambio de sede. A él se le ve triste porque los chicos a estas alturas del partido van perdiendo 0-4 contra los de Chalatenango. “Ya no se componen de estos goles”, vocifera.

– ¿Es raro que vayan perdiendo así, no (0-4 en ese momento)?

– Ni modo, los muchachos… se esfuerzan.

– Con este calor es difícil, aunque ellos ya están acostumbrados ¿no?

– Ahhh, pero aunque estén acostumbrados este sol es cruel.

– Algunos se ven ya bien agotados

– Mire que algunos a saber si comen para venir

– Bueno, tienen qué, sino cómo van a jugar acá, hay que prepararse

– Sí, pues sí

– Menos mal vienen de cerca, así les queda chance para poder prepararse

– Fíjese que una vez supe que a un futbolista lo asaltaron y le quitaron hasta los tacos los muchachos

– ¿Pero cómo? Quizás se fue después del juego a algún lugar a pasar el tiempo

– Nooo ¡si venía de su casa para acá cuando le pasó!

– ¿En serio? Cuénteme

– Solo recuerdo que a uno de los jugadores lo asaltaron en el micro en que venía al estadio, si ellos se vienen como pueden

– ¿No tienen transporte para acá?

– No, no, eso depende de cada quién, cuando van afuera sí

– Bueno, pero acá los tratan bien, les dan agua cada media hora de partido y al descanso

– Sí, pero solo eso, yo he visto que el suero no les alcanza.

– Ahora que terminó el juego veo que ellos no tienen refrigerio ¿los llevarán a comer a algún lado?

– No, ya va a ver, aquí se van a comprar algo. Afuera (cuando juegan de visita) les dan, pero acá a saber por qué no.

– Mire Don Tito, Pasaquina es pequeño, pero qué orgullo que los muchachos representen bien al pueblo gracias al equipo

– Mjm, pero hay pocos muchachos del pueblo

– ¿De veras?

– Siiii, si son contados son los del pueblo, casi todos son de afuera

– ¿Pero, por qué será?

– A saber… dicen que los muchachos que escogen son hijos de don no sé quién, de no sé aquel

– Apoyan poco a los chicos del municipio de Pasaquina

– Pues sí, pero a saber por qué son así

Los chicos se acercan a donde se sitúa doña Cora con sus nueras, ellas venden sodas, hidratantes isotónicos y tacos fritos con pollo; estos últimos llevan una guarnición de curtido con mayonesa y salsa inglesa (de soya). Varios futbolistas de la reserva del Pasaquina llegan para pedir varios y sodas. Hasta su entrenador llega e invita a unos cuantos. Todos se toman con calma la derrota, nadie hace dramas. Varios se quedan comiendo ya para tratar de descansar y ver el juego de sus colegas mayores. Doña Marina Álvarez, quien se encarga de sacar cualquier bebida del contenedor, tiene 17 años como vendedora y sirve a los chicos lo que le pidan. También hace pupusas, y hasta cuenta que en La Unión a la gente no le gusta las pupusas que no sean “tradicionales”.

Marina Álvarez vende tacos fritos con pollo a reservistas del Pasaquina, quienes luego acompañan el bocadillo unionense con soda; ese es el “manjar” a devorar tras jugar. Foto: EDH/Marcela Moreno

En el parqueo de la Marcelino Imbers, en ese tierrero infernal, está estacionado el autobús que transporta a los chicos de la reserva del Chalatenango. Ya hay varios de ellos dentro de la unidad y se nota que hay un ambiente alegre tras la goliza propinada al Pasaquina. Uno de ellos saluda efusivamente saliendo un poco desde una ventana. A pesar de las carencias, del rigor del clima, la sonrisa tras la victoria no la borra nada. Su juventud también queda en evidencia y lejos de festejar o reflexionar con mesura como lo haría un adulto todos los chicos del Chalate gritan, saltan y revolean sus camisas. Gozan de una etapa en la que disfrutar es la premisa.

Inicia el juego entre las categorías mayores de Pasaquina y Chalatenango, previo a ello hubo un minuto de silencio en honor a Don Arnoldo Batres Milla, otrora periodista y firpense de todo corazón. La gente en la Imbers guardó el momento con el respeto debido y el juego procedió sin mayores sobresaltos. Llamó la atención, eso sí, que no hubiera recogepelotas, una barra organizada alentando a Pasaquina o unos baños debidamente rotulados. Al menos ahora el cuarto árbitro tuvo un par de sillas plásticas para tomar breves descansos de vez en cuando; más lejos algunos aficionados se pararon justo bajo la sombra de algunos árboles que rodeaban la cancha y doña Cora siguió dando sus sonoras “indicaciones” a jugadores, entrenador y hasta al presidente de Pasaquina.

Ante algunas faltas fuertes los jugadores parecían purgar el doble, primero por el dolor de un fuerte contacto y segundo por el calor de la grama; la mayoría pareció retorcerse sobre unas llamas de carbón encendido. Comandos de Salvamento, encargado de sacar a cualquier jugador en camilla, brillaba por su ausencia en la cancha,  todos los miembros permanecían a un costado para esperar la autorización del árbitro, algo que doña Cora no sabía y por lo que les reclamaba una y otra vez, sobre todo si se trataba de un jugador del Pasaquina. “¡¡¡¡Vayan a auxiliar al muchacho!!!!! para pedir comida son verg****, pero para volar ver** nada, semejantes c******s”, reclamaba con varios decibelios.

El juego quedó 1-1, y los periodistas preguntaban a los futbolistas de Pasaquina cómo iba la situación salarial. Jeison Quiñónez, delantero nueve del equipo burro en ese momento, habló sobre ello:

“Somos un equipo chico que juega todos los partidos como unas finales. La dirigencia está trabajando para sanar el problema económico, nos dijeron que esta semana nos resolverán la situación, y nosotros a demostrar en la cancha con nuestras ganas. Creo que jugamos como si estuviéramos al día ¿no? Corremos como si tuviéramos pago ¿no? La verdad que en este equipo, uno de sufrir tanto aquí ya le coge cariño, estamos encariñados aquí y corremos hasta la última pelota. Antes de los entrenamientos es inevitable hablar sobre la situación económica, pero ya cuando entrenamos, cuando estamos en la cancha ya se nos olvida eso. Es un privilegio poder jugar al fútbol, pero ya cuando salgo del entrenamiento o del partido y veo mi billetera que ya no tiene ni una cora (0.25 ctvs) entonces ya me preocupo”.

El colombiano Dilan Lloreda sale del campo tras complicaciones en su espalda. Comandos de Salvamento no le asistió pese a estar a un costado de la cancha. Lloreda salió del campo sin poder completar el primer tiempo de juego. Foto: EDH/Marcela Moreno
Lloreda es revisado, sus molestias de espalda no desaparecieron y Pasaquina tuvo un cambio obligado antes del descanso. Foto: EDH/Marcela Moreno
En resumen Comandos de Salvamento no tuvo acción ese día. Lloreda pudo haber sido trasladado en camilla, pero eso no ocurrió. Foto: EDH/Marcela Moreno

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Pero el interior del país no es sinónimo de pobreza, tampoco de falta de gestión administrativa o deportiva. Hay una excepción importante fuera de las cabeceras departamentales y del área metropolitana, se trata de un “lunar”, pero blanco como la cal, esa materia prima que simboliza el esfuerzo y el afán por hacer las cosas bien en un municipio pequeño, alejado y muy especial. Ese municipio es Metapán, del departamento de Santa Ana.

El estadio del Isidro Metapán, equipo más famoso y laureado de dicho municipio, está enclavado en una manzana completa, cuenta con varios accesos y en un costado tiene una serie de restaurantes y souvenirs. El calor de Semana Santa envuelve todos los espacios. Una lluvia copiosa se divisa a unos cuantos kilómetros, viene de Guatemala y su propósito sería refrescar la tierra del “jaguar”, la mascota del equipo. Las instalaciones lucen impecables, paredes y graderíos pulcros, no hay objetos random estorbando el paso o la visual del aficionado. Todo luce fantástico, excepto el baño mixto para los aficionados que está contiguo a la sala de conferencias del recinto.

Juegan las reservas de Metapán y Pasaquina, los jaguares ganan con comodidad y no se despeinan mucho para cortar las nimias sociedades que proponen los burros, a quienes se les nota ansiosos, nerviosos y con una importante carencia de pegada. Hay varias personas presenciando el juego el lado que los metapanecos denominan como tribuna y sombra. El ambiente es bastante familiar y hay muchos niños presentes. La gente, a diferencia de otros estadios, en ese momento, aprovechó para usar los basureros disponibles, si alguien bota basura donde no corresponde alguien la recoge, y si no, llama la atención de quien generó el descuido. Del costado preferente, una sección popular donde cabe la mayoría del público del “Calero”, está bastante vacía; se pueden contar con los dedos de una mano.

Constaté que el engramillado del estadio metapaneco está bastante potable salvo a algunas pronunciadas acumulaciones de grama, cuestión que engaña al ojo lejano haciéndole creer la presencia de agujeros. Es una excelente cancha para practicar el fútbol en comparación a otras. A Pasaquina no le costaba por esto armar un juego más rápido y con mejor toque en comparación al realizado como local, donde está acostumbrado a tirar pelotazos. El único detalle por el que los orientales no se asomaron en el marcador fue por la falta de definición, oportunidades tuvieron para discutirle los papeles a Metapán pero no aprovecharon. La mayoría de los futbolistas de ambos equipos no tuvieron miedo de tomar línea de fondo para enviar un centro pese al muro que se halla a escasos pasos del renglón último de cal. En cada breve hidratación tal vez los chicos no tenían tiempo por el trajín del juego la chance de depositar la basura generada en un lugar adecuada, pero gente de ambos cuerpos técnicos la recogió diligentemente.

Los banquillos en Metapán se mostraron impecables gracias a la colaboración de los miembros del cuerpo técnico y empleados del equipo. Foto: EDH/Robbie Ruud

El juego de reservas terminó 4-1 a favor de Metapán. Ambos equipos se retiran hacia sus banquillos para reponer los minerales, a ninguno se le ve con refrigerio, pero sí bien hidratados. El calor marca una térmica de 32 celsius, los chicos se ven agotados pero no fundidos como si hubiesen jugado en el brasero de oriente. “Fútbol, la dinámica de lo impensado”, es el nombre de un libro escrito por Dante Panzeri; no hay una estadística que ampare la construcción del titular de Panzeri, pero hay casos que sirven para caer en la tentación de tomar como verdad absoluta dicha construcción gramatical. En ese día hay algo que marcó al Pasaquina previo al juego; tal vez eso no hubiese evitado la derrota, pero los mermó: jugó con un solo cambio, ni uno más. La expresión de equipo corto se quedaba ciertamente lacónica, así que la expresión de “impensado” no era para ilusionarse por una remontada, sino para caer en cuenta que ni siquiera acudía el equipo completo al juego. Por si fuese poco Pasaquina también viajó a Metapán sin médico y sin camillas tal y como lo hiciera ante Alianza en el Cuscatlán en fase regular; donde incluso una foto de un jugador cargando a otro con un vendaje atípico se hizo viral. El mexicano José Manuel Piñeiro, gravemente lesionado en el duelo entre elefantes y burros, fue cargado por Dixon Rivas para salir del estadio, ya que Comandos de Salvamento, que le había asistido de forma impecable con camilla en mano durante el juego, se marchó del estadio tras cumplir con la responsabilidad durante el partido.

Pero antes de continuar ilustrando al estadio calero y las condiciones en las que está el equipo, platiqué con Piñeiro, centrocampista del Pasaquina, para conocer su versión de los hechos descritos. Esto contó:

“Acá ando en las terapias, dándole todos los días, llevo 15 días de muletas y son seis meses de rehabilitación. Me operaron el 24 de abril, necesito estar un mes y medio con las muletas; me hicieron una sutura de menisco además del injerto de ligamento. La sutura del menisco es delicada porque me lo salvaron todo (el menisco) y no me quitaron nada; tarda tiempo en cicatrizar por lo que llevará varios meses volver a pisar; tuve una ruptura de ligamento cruzado colateral y de menisco en la pierna derecha. Casi todo ha sido costeado de mi parte, lo único que pagó Pasaquina a regañadientes fue la resonancia para determinar el daño que tuve, pero de ahí me tocó a mí, pagar las muletas, las rodilleras, la operación, las terapias… hoy en día el presidente no me contesta los mensajes, ni nadie de la directiva; una vergüenza esto que me ha pasado. La resonancia me la hice en San Salvador, me lesioné contra Alianza en el Cuscatlán. No había quien me apoyara tras el juego, entonces Dixon me cargó sobre sus espaldas y con cartón me hicieron un vendaje para sostener la rodilla, me dejaron en el vestidor y nadie de los directivos apareció para ver cómo me encontraba. Si no presionamos a uno de ellos para que me hicieran la resonancia todos se hubiesen ido sin saber cómo estaba. Para irme del estadio me tomaron dos compañeros y me llevaron al coche de un amigo para retirarme. Al término del partido los de Pasaquina me dijeron que me harían la resonancia al llegar a San Miguel, pero no era cierto, solo querían darle largas al asunto y no querían hacérmela; pero junto a los compañeros forzamos a la directiva para que me la hicieran luego del partido. La directiva del Pasaquina me decía que tenía que desinflamarse la rodilla para hacer la resonancia y no era cierto. Fuimos con el doctor de Alianza para preguntarle y nos dijo que era mentira, que en cuanto fuese posible debía hacerse la resonancia a su rodilla. Fui a hacerme la resonancia y luego el equipo me hizo el reembolso porque me tocó pagarla en el momento, a los días me lo cancelaron, pero nada más. Con Pasaquina viajamos varios partidos sin doctor, y hubo una vez que ni querían darnos de almorzar, sino fuese porque metimos presión no nos daban de comer, esa vez pasamos por una gasolinera por pizza, burritos y un café, con eso nos fuimos a jugar contra Sonsonate. Yo en El Salvador estaba tirado en cama y solo me daban largas y largas por mi situación, hasta el boleto de avión a México lo pagué, todo, todo con tal de recuperar mi salud. ‘El día de mañana te resolvemos, el día de mañana te pagamos todo lo que te debemos’, me decían, y nada. Por eso tomé la decisión de volver a mi país y adelantar todo, a lo mejor al día de hoy no estaría ni operado si los hubiese esperado a ellos (directivos del Pasaquina). Los seis meses de recuperación los cumplo en octubre, así que tengo noviembre y diciembre para regresar y solventar mi situación. Podré jugar normal, me operó el doctor Rafael Ortega, un médico muy bueno y con fama de atender a varios futbolistas profesionales acá en México. Los compañeros me escriben bastante seguido para saber de mí, de hecho a los otros extranjeros ni les han terminado de pagar, les pagaron solo la mitad de la deuda y así los mandaron a sus países. Lo bueno es que nadie ha firmado finiquito, por lo que no podrán inscribir al equipo el próximo torneo a menos de que hagan un gran desembolso o falsifiquen las firmas de los finiquitos, o algo así, porque deben mucho dinero, a casi todos nos deben tres meses de salario. Nunca en mi vida había estado en una situación así, donde uno como jugador se sintiera tan poco valorado, tan poco cuidado, que les valiera madres el equipo, no le ponen el interés que debía tener. Deshumanizados por completo, parecíamos un equipo de barrio, pero de verdad, he estado en equipos como dicen allá, de cantón, invitado, y he estado mucho más cuidado y valorado que en el Pasaquina. Ya me asesoré con la Comisión del Jugador en México porque quiero hacer las cosas bien, a nadie le conviene una demanda, quiero hacer las cosas por las buenas, pero creo que la directiva no lo entiende así, y tocará demandar, en estas semanas esperaré a ver qué me dicen los abogados de la comisión para determinar qué será lo mejor. Es muy complicado, me tuve que mudar de Estado para hacer mis terapias, tengo que ir solo, trasladarme solo, llevo todo solo, hacerme de comer, no voy bien con eso, y la lógica dificultad de desplazarme. Espero todo se arregle”.

EDH Deportes intentó contactarse con Abilio Menjívar, presidente del equipo de Pasaquina, para que respondiera sobre el trato que se les da los reservistas, al plantel mayor, y en especial por el complejo caso del volante mexicano Piñeiro, pero no fue posible de forma telefónica. A Eduardo Somoza, también directivo del equipo burro, se le preguntó directamente por Piñeiro pero ignoró los mensajes recibidos; asismismo tampoco atendió su teléfono cuando se le llamó para que diera su versión de los hechos descritos. El fútbol sufre, y se sufre con él.

De vuelta a Metapán, conocí a una aficionada como pocas. Nohemí Cabrera Ruiz, conocida como “Doña Mimí”, es una hincha acérrima del Isidro Metapán; encontrar a su par en cuanto a recuerdos, experiencias vividas y conocimiento del equipo jaguar, es una tarea más difícil que dar con ella. Doña Mimí es una señora de tez blanca y ojos marrones claros, de unos 150 centímetros de estatura y con una sonrisa tremendamente cálida para quien le salude. Pragmática, con una camisa blanca, fresca, un pasaríos de mezclilla y un par de tenis, se dispone para ver entonces el juego del equipo mayor tras haber disfrutado el duelo de las reservas. Su conversación es amena, y en cada aseveración sonríe de forma natural, tiene el listado de recuerdos y vivencias tan a la mano que ni el mejor procesador que saldrá en 20 años tendrá fijo esa rapidez. Doña Mimí es como una pistolera de memorias, vacila cero en disparar, y seguro sin que la logre ver, sopla rápidamente la boca de su arma con la suspicacia de un vaquero de película.

Doña “Mimí”, una hincha fiel de Metapán desde hace más de una década. Su experiencia trabajando con el equipo le ha dejado muchos recuerdos. Foto: EDH/Marcela Moreno

– ¿Desde cuándo hincha por el Metapán?

– Desde el 2003 sigo al equipo, pero casi siempre de local; pocas veces salí para verlo. El estadio me queda apenas a unas cuadras, así que siempre me vengo a pie, con alguno de mis hijos, para ver los juegos del Metapán. La gente me conoce y me conocen también varios jugadores y exjugadores. Es el equipo de toda mi vida.

– Seguro conoce muy bien al profesor Portillo (DT del Metapán) es un orgullo para la ciudad.

– Sí, sí, él fue mi profesor de educación física en la escuela, siempre que lo veo lo saludo o él a mí. Todavía da clases y veo cuando se pone a jugar con los chicos.

– ¿Tiene algún hijo o familiar jugando acá?

– No, para nada. Mi hijo mayor hizo hace rato el nivel 5 acá, pero de ahí nadie más. Una vez el “Zarco” Rodríguez me preguntó si yo tenía a alguien jugando porque me veía en los juegos de las reservas, la mayor y hasta los entrenos, y cuando yo lo decía que no, que no tenía a nadie él se sorprendía y sonreía.

– Sorprendente ¿y qué tal se portan los jugadores con usted? ¿También la reconocen y saludan?

– Sí, sí, también varios exjugadores me conocen y hablan. Es que yo trabajé con el equipo y le lavé en un tiempo los uniformes de entreno. Ahí es donde también me hice amiga de Misael Alfaro, de su familia, de Amaya del Cid, del “Zarco”, de Alexander Escobar y de Roberto Aquino por decir algunos.

– Si los exjugadores la aprecian de esa manera es porque usted se los ganó

– Viera que son bien agradecidos con uno. Saben que trabajé con ellos y los apoyé en todo momento desde la grada. Con Roberto Aquino nos hablamos en redes sociales todavía, hace poco se le murió el papá y un tiempo se fue a trabajar a Estados Unidos, ahora está en Honduras otra vez y ahí va. Pero no todos los exjugadores son así (de buena onda). Una vez vi que se quejaba el “Pibe” Bautista porque el profe Portillo no lo ponía y yo le dije “Mirá Pibe, si tenés los pantalones bien puestos decí por qué no te ponen entonces, decilo para que la gente se dé cuenta”, y viera, él solo se me quedaba viendo y no me decía nada pero me hacía unos ojos. Él no fue honesto y buena persona y por eso acá no lo quieren. Ahí viene con Pasaquina, ya va a ver todo lo que le dicen.

– ¿Usted trabajó para el Metapán?

– Yo les hacía la comida que pedían para los convivios que tenían el plantel mayor y la reserva. Me pedían casi siempre carne asada, y con unas amigas cocinábamos para ellos. Viera qué bonito porque ahí se ve que en el equipo no se hace ninguna distinción si son bichos (jóvenes) o si son adultos, veteranos… todos conviven y son uno solo porque sirven al equipo.

– El trato entonces para ambos equipos de Metapán es justo el mismo

– Sí, usted puede ver que los muchachos andan con todo lo que necesitan, el doctor, las cosas para atenderlos. Todo para que estén ellos bien y rindan, por eso es que a cada rato si usted se fija tenemos varios jugadores que de la reserva pasan al equipo mayor. Es bien bonito porque se nota el esfuerzo por atenderlos a todos.

– En su casa debe tener un montón de cosas del equipo entonces

– Sí, tengo una bandera, la camisa del último juego de Misael… la bandera una vez se la presté al Canal 4 para que la anduviera el gato (una botarga) en una final. Tenía miedo que no me la devolvieran, pero Tom Coreas, quien me la pidió, me prometió que me la devolvería y así fue. La bandera dice “cementeros” y ahí salió en la tele.

De vuelta al único estadio del país que posee todas sus localidades techadas, hay que destacar también la conciencia de la gente para mantener limpio el recinto; al menos donde se localizaban los basureros. En el sector popular no había ninguno, por lo que tras el juego quedó todo muy puerco, los graderíos lleno de restos de empaques para comida y botellas plásticas de bebida. Esa pobreza cultural dentro del recinto es curiosa de contrastar, ya que en los alrededores del estadio, en los andenes, en la calle, en las fachadas de las casas, la limpieza es moneda común.

Ese día cayó una tormenta muy copiosa en Metapán, y eso refrescó a los futbolistas jaguares y burros, quienes pudieron hacer un juego bastante aceptable pese al diluvio. Quienes no la pasaron muy bien fueron los recogepelotas, quienes no tuvieron manera de cómo refugiarse durante buena parte del juego; al menos al charrúa-cuscatleco Agustín Suárez le llevaron una sombrilla en el segundo tiempo. En los alrededores del banquillo miembros del cuerpo técnico de los equipos mayores se preocuparon por dejar aseado y libre de cualquier residuo contaminante. El “Calero” Suárez bien podría ser catalogado como el estadio más simpático, ordenado, y con el entorno más encantador de la Liga Mayor.


Haga clic en este enlace a continuación para leer la primera entrega: “La pobreza en la Liga Mayor (I parte)”.

Si desea revisar la tercera entrega y definitiva sobre este tema haga clic en el siguiente enlace: “La pobreza en la Liga Mayor (capítulo final)”


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Nota aclaratoria

Las intenciones del texto narrado tienen como uno de sus objetivos fundamentales describir todas aquellas situaciones y objetos que suelen pasar inadvertidos por el sediento hincha de fútbol. En ningún momento se busca perseguir otro fin que el de resaltar todos los escenarios de pobreza material, moral, así como las pésimas o nulas gestiones de las juntas directivas que dominan el actual panorama del balompié en la Liga Mayor. Algunos nombres de las fuentes citadas son ficticios para salvaguardar identidades y evitar represalias. Esta crónica buscó también acercar a las personas que no tienen la posibilidad de ir a un estadio en El Salvador, para así ponerlas en contexto y brindarles información que no se consigna en los afanes periodísticos cotidianos. El fin último y más ambicioso de este retrato escrito es que ni las autoridades del fútbol, ni los futbolistas, ni los aficionados, ni cualquier otro actor del máximo circuito del deporte rey baje los brazos ante los panoramas acá descritos. Todos estamos en la obligación de velar -desde donde nos corresponda- por un mejor trato y ambiente tanto para voluntarios como para empleados y público en general. Por último, se omitieron los estadios Arturo Simeón Magaña así como el Héroes y Mártires del 30 de julio de 1975 por no ser los recintos recurrentes de FAS y Santa Tecla, tampoco se juntaron mayores detalles sobre el Estadio Cuscatlán -recinto donde juega Alianza- por superar de forma sobrada los cánones de pobreza esbozados en este escrito.