Coincidían sobre el césped de Londres dos formas de concebir el fútbol. La alegría de Jürgen Klopp con la irritabilidad de Mourinho. La suerte de uno es la desgracia del otro y la victoria del Liverpool (0-1) condenó al Tottenham Hotspur en una tarde de contrastes en la capital inglesa.
A los dispares estado de ánimo de los entrenadores que ayer poblaban la banda del Tottenham Hotspur Stadium ayudan también la diferente situación de los equipos a los que entrenan.
El alemán, Klopp, puede permitirse un disparo al palo de Oxlade-Chamberlain en los primeros minutos y una salvada bajo palos del joven Japhet Tanganga. No necesita con desesperación que la pelota vaya dentro, lo contrario a Mourinho, que sabía que un disparo rodeado de jugadores desde la frontal era oro para su equipo. Escaso, necesario y muy valioso.
Por eso, cuando un centro no llegaba por centímetros a la cabeza de Firmino, Klopp se giraba a su banco, acortaba distancias con sus dedos y torcía el gesto esbozando una sonrisa. “Por qué poquito”, parecía decir con una ironía casi increíble.