El pensamiento obsesivo que atormentó a Maradona hasta el fin de sus días

El pibe de oro solía hablar con su círculo íntimo de amigos sobre las cuestiones que inquietaban su paz mental.

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Diego Armando Maradona. Foto: Archivo / AFP

Por S. López / Agencias

2021-01-04 3:04:44

Diego Armando Maradona, siempre fue leyenda e ídolo mucho antes de su trágico deceso. Con todo su éxito, fama y “vida de rey” cuesta trabajo pensar que quizá ni su talento con el balón lo hicieran sentir pleno.

Quizá por ello resulte intrigante para los hinchas conocer el lado humano del pelusa. Un pasaje que luego de su muerte expuso desde hijos no reconocidos hasta otros excesos como drogas y violencia doméstica. Y a la fecha continúa dando de qué hablar.

De hecho, recientemente salió a la luz que Maradona tenía un pensamiento obsesivo que lo atormentó hasta el final de sus días.

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“¿Ustedes piensan que la gente se va a olvidar de mí?” fue una de las preguntas que de manera reiterativa hacía Diego Armando Maradona a sus más estrechos colaboradores y a su círculo más íntimo.

“Diego siempre preguntaba si el pueblo lo iba a querer para siempre”, revelaron su hermana Ana y su ex abogado Matías Morla durante su visita a Esquina, Corrientes hace unos días, dice un especial del portal Infobae.

“Los homenajes, en vida, maestro”, era una de sus máximas.

Esa sensación de que el lazo que había construido con el pueblo, con los fanáticos que hoy ya son sus fieles, podía quebrarse era uno de los pensamientos que atormentaban al ex capitán de la Selección durante los últimos días antes de su muerte. “Una de las cosas que mejor le hacían era cuando los chicos, que por ahí no lo habían visto jugar por un tema de edad, le demostraban su admiración. Eso para él era una caricia, porque se daba cuenta de que había trascendido más allá de las generaciones que pudieron seguirlo en una cancha”, cuenta alguien que lo acompañó en los últimos años.

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En algún punto, la raíz del temor radicaba en que el campeón del mundo en México 1986 sabía que dibujaba sueños con la pelota. Y en los últimos tiempos, por los achaques físicos y la operación en su rodilla derecha, solo podía hacerlo con el pizarrón, desde el banco de suplentes. Quizá nunca llegó a tomar dimensión del tamaño de su legado futbolístico. Y lo mantenía siempre a mano, cerca de sus ojos, en el “altar” que había armado en una de las paredes del salón principal de su casa en el barrio privado Campos de Roca, en Brandsen.

Los autógrafos, fue otro pensamiento que lo atormentaba, Diego tenía un lazo oscilante. “Yo no voy a terminar como Gatica firmando autógrafos por guita en un bar”, repetía, como un dogma, a pesar de que su rúbrica ya se había transformado en símbolo, tatuaje, y hasta adornaba el parabrisas de uno de sus tres BMW coupé.

La comparación nace del epílogo del mítico boxeador, quien en su declive supo oficiar de RRPP en la cantina Nocaut, ofreciendo su leyenda para una firma o una foto. El Diez, que murió el pasado 25 de noviembre en la casa que alquilaba en el Tigre, logró gambetear aquel destino al que le temía, tal vez basado en aquella infancia de privaciones y sacrificios de sus padres para que a sus hijos no les faltara para comer.

“Pero no le tenía temor a volver a la pobreza; no pasaba por ahí esa frase, porque sabía de los bienes, cuentas y negocios que tenía, y sabía que dinero no le iba a faltar. Lo que no quería era ser una pieza de museo. Quería ser parte activa de la historia hasta su último día”, echa luz sobre la raíz de la sentencia una de las personas que lo escucharon pronunciarla.