Cristopher, el fiel aficionado de FAS que sufre fibrosis quística, relata su calvario por estar en todos los partidos

No es un aficionado cualquiera. Se hace notar con sus gritos y sus movimientos, claro, sin abusar debido a que depende mucho de un tanque de oxígeno que siempre lleva con él.

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??l sabe que los excesos son perjudiciales, pero a veces es difícil contenerse. Un gol, una buena jugada, un buen momento, todo es motivo de celebración para Cristopher. Foto EDH / David Martínez

Por David Martínez | Twitter: @davidmar2105

2019-12-27 5:30:09

La fe mueve montañas… Y el fútbol, a veces, también. Cada fin de semana, en diferente estadio, Club Deportivo FAS tiene en Cristopher Monroy a un incondicional aficionado que no escatima sacrificios para acompañarlo y reír o llorar por esos colores sagrados para él.

Y es que Cristopher no es cualquier aficionado. Se hace notar con sus gritos y sus movimientos, claro, sin abusar debido a que depende mucho de un tanque de oxígeno que siempre lleva con él.

Monroy padece fibrosis quística desde que tenía apenas tres meses de edad, y desde ese entonces comenzó la batalla contra la enfermedad. Incluso, en alguna ocasión los médicos le dieron 20 meses de vida. Ahora, el oriundo de Santa Ana, a los 33 años mira para atrás, le agradece a Dios y reafirma sus ganas de vivir, de seguir ayudando a su familia y, sobre todo, de seguir “amando” a FAS.

Porque ese amor no se lo quita nadie, ni siquiera la necesidad de cargar el tanque para oxigenar mejor sus pulmones para alentar a los tigrillos ya sea de locales o visitantes, a pesar de que eso le ha acarreado uno que otro inconveniente.

Sin perder detalle del juego, Cristopher prepara el vaso con agua oxigenada. Foto EDH / David Martínez

Como la vez que en la final de la Copa El Salvador, FAS enfrentaba a Santa Tecla y un policía le dijo que él no podía estar ahí, pues era un enfermo y debía estar en su casa. “Yo le contesté que eso no importaba, que a mí no me impedía entrar a un estadio. Recuerdo que me dijo: ‘en un descuido vas a salir’. Tristemente, yo fui al baño y el mismo agente policial se encargó de quebrarme el vasito que conecto al tanque con agua oxigenada”, cuenta.

Cristopher se alteró y comenzó a faltarle el aire, afortunadamente los miembros de la Turba Roja, sus compañeros, lo ayudaron para que socorristas de Cruz Roja lo atendieran y pasara la crisis.

La vida de Cristopher ha sido un auténtico calvario que él ha sabido sobrellevar con estoicismo. La mayoría de recuerdos de su infancia son las constantes visitas a hospitales, que, en ese entonces, no contaban con los medicamentos adecuados para estabilizarlo.

Luego de un cuadro de desnutrición severa, a los 9 años, la enfermedad le da un respiro y comienza a estabilizarse. Pero hace 13 años volvió y lo hizo vivir la parte más dura de la enfermedad. Cristopher ya estudiaba ingeniería Industrial en la UES, pero un accidente de tránsito de sus padres y el exponerse constantemente a los químicos de los talleres de soldadura en la universidad, apareció la crisis y sus pulmones colapsaron.

En cada viaje, en cada experiencia de vida, lo acompaña Daneth Chávez, su esposa y cómplice de “locuras”. Foto EDH / David Martínez

A pesar de todo eso, no fue mal estudiante y, con la ayuda de sus padres, su gran apoyo, logró sacar el bachillerato e inscribirse a la universidad, a pesar de las carreras que les tocaba emprender en cada crisis. Su familia, dice Cristopher, le enseñó a no rendirse y a disfrutar de su pasión: el fútbol.

La certeza de la enfermedad la tuvo después que un familiar que es médico se “atrevió” a diagnosticársela, a los 20 años. Para estar seguros, se tenía que someter a costosos exámenes en el extranjero, que rondaban los $4 mil.

Llegaron a sugerirle que le cortarían una parte del pulmón dañado, pero él se opuso, pues eso, según los médicos, le acortarían un año la esperanza de vida. Decide emigrar para Estados Unidos, pero tras dos años regresa con su familia.

“Yo me sentía solo y que me dijeran que me quedaban 20 meses de vida, lo primero que quise hacer era estar con mi familia y me vine con muchas preguntas y pocas respuestas”, recuerda.

El estadio Quiteño es fiel testigo del amor de Cristopher por FAS. Foto EDH / David Martínez

Desde la cuna

Culpa de su padre es su amor por el FAS, pues desde los 3 años es asiduo visitante a los estadios adonde juega el tigrillo. En sus recuerdos está el equipo de leyendas: Jorge “Mágico” González, Guillermo Rivera, Fulgencio Bordón, William Osorio, “Fito” Meléndez padre y otros que le dieron la mayor alegría de su vida, el bicampeonato de las temporadas 94-95 y 95-96.

La Turba Roja le llegó en la adolescencia, pero se tomó una pausa y volvió después de estar en los Estados Unidos. Agradece a sus compañeros de barra por el recibimiento y por el apoyo en cada partido que le ha tocado “volver a vivir la locura llamada FAS”.

El tanque, muchas veces, le ha acarreado problemas. Muchas veces le toca caminar, pero a Cristopher no le importa. Foto EDH / David Martínez

Ahora Cristopher tiene una familia, un empleo a medio tiempo que ha conseguido con mucho sacrificio y un negocio familiar que atiende junto con su esposa para subsistir y comprar sus medicamentos.

Sin embargo nada lo detiene y él sigue asistiendo a los estadios a apoyar a su amado FAS porque, como él lo afirma, “FAS es la desconexión con su realidad”.