Giovanni Pierluigi Palestrina: no contábamos con su astucia

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elsalvador.com

Por Katherine Miller, doctorado en estudios Medievales y Renacentistas de UCLA.

2015-11-29 7:06:00

Tomamos un tazón grande y una cuchara larga de madera, para comenzar, y agregamos los siguientes ingredientes:  las guerras de religión, la Reforma Católica, la Reforma Protestante, la Contra-Reforma Católica, la estética de la música eclesial por los últimos mil años antes de 1500.  Mezclar bien.

De la masa que se está confeccionando, comienza a tomar forma las dimensiones de las presiones  bajo las cuales los compositores de la música de la Iglesia Católica trabajaron antes, durante y después del gran Concilio de Trento (1545-1563), el concilio convocado para la enmienda de morales y la clarificación de la doctrina después de que Martín Lutero pegó sus 95 tesis en la puerta de la iglesia de Wittenberg en 1517, fue excomulgado, y comenzó la Reforma Protestante.  Europa—Cristiandad—fue rasgada, y el pastel fue cortado en dos.

No hay horno suficientemente grande para cocinar estos pasteles desgarrados.  Así que, reducimos una parte hasta el tamaño de un pan dulce pequeño y separamos la música de la iglesia de la demás masa para conocer que estaban consumiendo las poblaciones de feligreses en las misas del siglo XVI en Europa Occidental.

El canto llano (canto Gregoriano), de una sola voz, había sido el pan de cada día por los siglos de los siglos.  Solemne, de una sola línea, sin harmonía ni polifonía (variedad de voces), el canto llano (plainchant) representaba claridad, pureza y singularidad en la composición de las misas de la Iglesia Católica desde que, según la leyenda, el Papa Gregorio I, Gregorio el Grande, había recibido, por intervención divina, desde los cielos, este estilo de música litúrgica en que resaltaba las palabras y doctrinas de la iglesia en una sencillez, se dijeron, que no confundieron a los feligreses.  Pero algo inesperado estaba pasando en el Renacimiento del Siglo XII en la Escuela del Catedral de Notre Dame de París.

En Notre Dame del siglo XII, el canto litúrgico de la misa fue sujeto a un estilo de estética moderna que introdujo lo que fueron denominados, en su tiempo,  “impurezas”  del estilo “gótico” (la tradición de música desde los Francos de los tiempos  de Carlomagno). 

Aparecen Leonin y Perotin: famosísimos, honrados y respetados monjes compositores de la Escuela de la Catedral de Notre Dame en el Norte de Francia, en el siglo XII, durante un renacimiento humanista de enormes proporciones, inventaron la polifonía.

En contraposición al canto llano, el   canto polifónico de Leonin y Perotin consistió en una, dos, tres o cuatro—hasta siete—voces cantando  juntas en variación de armonías de los motetes que entonaron durante la misa.  La introducción de la polifonía fue una revolución gigantesca, así como que se habían introdujeron todos los ritmos, voces y síncope de los “Rolling Stones” en la catedral durante la misa!  El reconocido historiador político, secretario de Santo Tomás-à-Becket, Juan de Salisbury, protestó airadamente contra “la vanagloria de los cantantes (monjes) de Notre Dame”.

Claro, ahora fue exigido que la música de la iglesia requirió un imprimatur, nihil obstat de Su Santidad, el papa en Roma.  El imprimatur fue literalmente el sello de aprobación del Vaticano de que no había nada a objetar en cualquier música que cantaban en la misa.  Imprimatur  es una palabra y concepto en Latín significando que, “se puede imprimir porque no hay objeción doctrinal”:  es un permiso del Vaticano en forma de sello y firma que se puede publicar un libro, o, en este caso, partitura de música, porque ya  anotaron la música por escrita en pergamino.

Adicional a las floridas melodías de la polifonía, los compositores sufrieron las presiones en el siglo XVI que desprendió por toda Europa, la Reforma Protestante del Norte.  La música Católica desde Leonin y Perotin y otro gran famoso, Josquín Desprez un Franco de Flandes (ahora Bélgica), tomó un turno hacia la elegancia, la elaboración y la preocupación con su propia belleza para elevar el ánimo e intensidad del espíritu en la música Barroco de la Contra-Reforma Católica.  Pero había críticas de este estilo de polifonía hasta desde dentro de la Iglesia, y fueron tratados en la agenda del Concilio de Trento.

Es que las palabras, la doctrina, deberán ser inteligibles, audibles y formales, se dijeron.  Se requirió una reforma musical.  Hemos llegado a los largos veinte años que duró el Concilio de Trento (1545-1563), el concilio más importante de la Iglesia durante 400 años que llevaba como su objetivos, repito, eran dos:   la reforma de morales y la clarificación de la doctrina, ya que la Reforma Protestante había fragmentada la unidad de la iglesia europea.

Ahora, ¿Quién podría salvarnos?  Con las restricciones que propusieron el Vaticano y, más al punto, el Concilio de Trento, la música pudo jugar una parte en el esfuerzo general de revitalizar la Iglesia por medio de modalidades de piedad.  Pero no hay duda que surgió, ante la gloriosa belleza de la polifonía, alegaciones de algunos, que tenía que haber una especie de Inquisición Musical, radical y confrontacional.  Pero, dialécticamente, había, también,  contraposiciones, siempre desde el interior de la Iglesia, a favor de la polifonía.

Pero, claro, históricamente, nunca fue una Inquisición Musical en realidad, y jamás fue impuesto ninguna forma de escisión de ninguna forma de adoración musical en la Iglesia Católica en los territorios sujeta a los concordatos del Concilio de Trento.  Pero sí, era cierto que la composición de la música fue sujeta a la fuerza y presión externa sobre la estética que no fue negociable.

En exactamente este período de debate, apareció  Giovanni Pierluigi Palestrina, y se estableció como el salvador heroico de la música en la misa cuando escribió, exhibiendo a la polifonía fabulosa de la música en su famoso Missa Papae Marcelli, misa fúnebre para el Papa Marcelo, quien había reinado solamente 22 días, antes de que falleció.   En esta misa famosa, las palabras de la música polifónica no se hundieron en la florida y frívola belleza de que se acusaron a la polifonía.

En la Missa Papae Marcelli, Palestrina expuso una opulencia, una gracia y expresividad en que se resaltó el significado de las palabras en una polifonía elegante que salvó esta forma para la Iglesia. 

Un biógrafo de Palestrina, siglos más tarde, hasta alegó que, en este contexto turbulento, “el destino de la música de la iglesia fue colgando ahora, de la pluma de Palestrina.”  Es que no habían contado con la astucia de Palestrina, príncipe de la música litúrgica de la Iglesia.  Y eso fue reconocido por la vanguardia de la Contra Reforma Católica:  la Sociedad de Jesús formado en 1534, en pleno Renacimiento, por San Ignacio de Loyola. “La lucidez extraordinaria y el control racional que Palestrina logró en la Missa Papae Marcelli corresponde muy cercanamente a los ideales de la Sociedad de Jesús.” [Taruskin.  Music from the earliest notations to the sixteenth Century:  the Oxford History of Western Music (2010).]

Giovanni Pierluigi da Palestrina (1525-1594), cuyo nombre significa Giovanni Pierluigi de la ciudad de Palestrina, escribió 104 misas y casi 400 motetes  en sus más de 40 años en el servicio al Vaticano, desde el Papa Julio III (1550) hasta Clemente VIII:  sirvió 10 papas y, desde 1577 fue maestro de la Capella Giulia del Vaticano.  Ha sido denominado “el Portero de la Utopía de la Música Eclesial” porque su logro era de prestar e imitar el arte antiguo de las misas más antiguas (hasta hoy preservado en el Vaticano) y hacerlo nuevo.  

Literalmente, salvó el uso de la música en la misa y salvó la polifonía como forma que se pudo elevar la misa a una intensidad clásico y ritualizada que floreció enormemente durante lo Renacimientos Europeos.  La estética renacentista de Palestrina era parecida a la de su contemporáneo en Inglaterra, William Shakespeare (Católico Recusante), sacó las viejas estatuas de santos de las iglesias, con sus ojos de vidrio y su pelo de tacuazín, y los vistió en metáforas y melodías diáfanas y elegantes, por la mayor gloria de Dios.

Así como Josquin Desprez (el príncipe de la polifonía laico y sagrado, quien murió antes de que nació Palestrina), Palestrina fungió como Maestro de la Capilla Sixtina en Roma desde 1544, rescató, junto con—pero antes de–el compositor español, Cristóbal de Morales, quien también sirvió la Capilla Sixtina.  Fue contemporáneo con William Byrd, el compositor Católico del estado policiaco de la Reina Elizabeth de Inglaterra en que la Iglesia Anglicana (Protestante), iglesia estatal  de Inglaterra, persiguió a los Católicos. Palestrina fue el vocero y príncipe del poder de la Iglesia Católico, mientras William Byrd sirvió como el compositor de todas las épocas: sirviente clandestino del Catolicismo en la adversidad. 

En estas fechas de esta encrucijada de la vida de Palestrina, al otro lado del Canal de la Mancha, en Inglaterra, William Shakespeare todavía no había presentado Hamlet (1601).  William Byrd, con su colega, Thomas Tallis, también en Inglaterra, ya habían publicado su colección de Cantiones Sacrae (1575). Pero Miguel de Cervantes todavía no había publicado Don Quijote de la Mancha (1605).
El final de la vida de Palestrina parece una cuenta de hadas. Se tuvo que ser separado de su cargo en la Capilla Sixtina porque el puesto requirió el celibato y Palestrina era casado con una familia grande.  Cuando murió su esposa, él consideró el sacerdocio como forma de seguir sus composiciones, ya famosas.      Palestrina vivió en tiempos interesantes y no lo vamos a dejar  en su encrucijada, considerando que hacer con su vida después de la muerte de su esposa.  

A la última hora, se enamoró y se casó con una viuda rica del gremio de los que trabajaban con pieles elegantes en Italia, y así se hizo  rico e independiente.  Continuó la composición sagrada y laica hasta que falleció en 1594.  No contábamos con su astucia.
FIN