Razón y sensualidad: Raíces de nuestras imágenes del hombre y de la mujer

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elsalvador.com

Por Por Katherine Miller, doctorado en estudios Medievales y Renacentistas de UCLA

2015-10-23 10:00:00

Si en un momento habíamos considerado que los caballeros de la Edad Media habían sido, en un principio, dados a la violencia a tal grado que la Iglesia y los poetas tenían que elaborar manuales para educarlos, ¿Cuál sería nuestras consideraciones sobre las mujeres de la Edad Media, este manantial de pensamiento europeo?

Tal vez vienen a la mente mujeres medievales como la Reina Eleanor de Aquitaine, una de las mujeres más poderosas de Europa, reina de Inglaterra y Francia como esposa del Rey Enrique II.  Pensamos, tal vez, en  Juana de Arco, la niña virgen que encabezó un ejército para salvar a Francia contra los Ingleses.  O Santa Caterina de Siena, Doctora de la Iglesia, pudiera ser una candidata para nuestra consideración.

Y no debemos olvidar las mujeres mercaderes sin esposos (de la categoría denominada femmes soles) quienes manejaban sus propios negocios por si solas.

Pero aterrizando en la sempiterna doctrina de la Iglesia y sus sacramentos en que las mentes y cuerpos de los súbditos de reyes y príncipes en la Edad Media europea, vivieron envueltos,  es indispensable preguntar sobre las concepciones de la mujer que provienen de la Edad Media y forman parte significante de nuestra herencia social, intelectual y política:  la doctrina de la Iglesia y los comentarios de los Padres y Doctores de la Iglesia son una base importante de nuestros pensamientos actuales.

La doctrina oficial de la Iglesia durante los primeros siglos de su existencia, mantenía que masculino y femenino habían sido creados iguales en la imagen de Dios.  Sin embargo, las metáforas y las alegorías utilizadas por los Padres de la Iglesia, plasmadas en la recopilación oficial de la doctrina eclesial, La Patrologia Latina y Graeca (Los Escritos de los Padres Latinos y Griegos), en las florilegia y marginalia de sus comentarios bíblicos, muchas veces sugieren que la superioridad de cualquier categoría tenía algo que ver con su cualidad masculina y la inferioridad con su cualidad femenina.  Esta aseveración requiere una examinación con citas y pruebas.

A los Padres y Doctores de la Iglesia, en sus comentarios sobre el Libro de Génesis, examinan que es lo que representa la mujer en sus interpretaciones sobre la figura de Eva.  En sus escritos, la mujer es, con frecuencia, presentada metafóricamente, como la representación de la sensualidad, la percepción de los cinco sentidos, la irracionalidad, la imaginación, la fantasía y todo los demás aspectos de la condición humana asociados con el cuerpo, la corporalidad y la mortalidad. Mientras que, el hombre es presentado en metáforas relacionadas con la mente, la razón y la contemplación intelectual.  

Estos son los términos que diferencian las relaciones y diferencias entre el hombre y la mujer, que, a su vez, representan la separación de la carne del espíritu, del cuerpo del alma, o de los cinco sentidos en contraposición a la mente y la razón.  Reconocemos aquí las dualidades Neo-Platónicas que la Iglesia prestó de la Antigüedad.

Ahora, estas definiciones no las presento como categorías exclusivas, y mi intención es de presentarlas solamente como dicotomías adicionales—pero inevitables—que subyacen bajo muchas de la evaluaciones y proyecciones que son prestadas de este manantial ideológico plasmado en la doctrina de la Iglesia.

No obstante, es mi argumento que, paulatinamente, estas imágenes-cum-metáforas prestadas de los escritos eclesiales de la Edad Media llegaron a ser consideradas en una manera literal, y fueron transmitidas de comentario a comentario por lo largo de la Edad Media de donde provienen nuestras visiones conscientes y subconscientes que forman la base de las imágenes de hombres y mujeres hoy.  De hecho, estos lineamientos influenciaron a las teorías legales, políticas, sociales, filosóficas y literarias desde los renacimientos italianos y los períodos Tudor, Jacobino y Estuardo en Inglaterra.  Además, fueron ampliados intelectualmente, por extensión, por medio de los órdenes monásticos, escuelas catedralicias y enseñanzas de las Reformas Católicas, la Reforma Protestante y la Contra-Reforma Católica que permeaban  la vida religiosa, legal y teológica del Mundo Atlántico desde el siglo XII hasta el presente.

Comenzamos con Filón Judeo, un teólogo helenístico del primer siglo después de Cristo en Alejandría en Egipto, muy reconocido y respetado por su aporte a la doctrina de la Iglesia, en su exégesis alegórico de la Caída por el pecado original descrito en el Libro de Génesis.  Filón presenta a Adán como la mente masculina e inmortal volteando hacia lo femenino y sensual en sumisión hacia el deseo sexual, y así involucrándose en la multiplicidad del mundo creado.  

Se pueden encontrar estas mismas ideas en San Clemente de Alejandría, Orígenes, San Agustín, San Ambrosio, San Hierónimo (siglos III – VI A.D.) y Gregorio el Grande (siglo VI A.D.)—en fin, en los escritos de los pensadores ortodoxos responsables para la elaboración del dogma de la Iglesia de Europa Occidental.

Estas ideas pasan por el gran Pedro Lombardo (siglo XII) por medio de San Hugo de –St.-Víctor (s. XII) hasta  el Dr. John Colet (siglo XVI), guía espiritual de Santo Tomás Moro.  (R.A. Baer. Philo’s Use of the Categories Male and Female (Leiden, 1970.)
En estos escritos, la mente masculina y unitaria se dedica a la contemplación divina, que fue engañada y así dividida e infectada por la acción de los sentidos (a que Filón y demás presentan como lo femenino o la mujer).

Cuatro siglos más tarde—para establecer la continuidad y la causa y efecto de esta transmisión de conceptos–encontramos estas mismas ideas en San Agustín, ciertamente el pensador más influencial de la Iglesia Occidental, en su obra, De Trinitate [Sobre la Trinidad]. San Agustín encuentra que las funciones femeninas del alma todavía están asociadas con la naturaleza sensual y corporal (femenina).  

En su esquema delineando la composición del alma, San Agustín declara que el hombre fue creado en la imagen de la mente racional de Dios y los procesos del funcionamiento de la razón en la mente humana están divididos entre la razón más alta (que es masculina) y la razón inferior, que es de naturaleza femenina.

Dentro de este esquema psicológico de la estructura tripartita del alma, Agustín nos presenta la razón exterior e inferior (que él identifica con Eva), y la razón interior y superior (que él identifica con Adán) que deberá ejercer un especie de protectorado juicioso sobre la razón inferior.  De este proceso, comenta Agustín. 

Además, la mujer difiere, declara el Santo,  del hombre por su sexo corporal. Pero el sexo masculino es descrito como sinónimo con “una torre de vigilancia más alta” que no es mencionado como un artefacto que interfiere con la mente racional.  

La mujer, de otro modo, nunca puede escapar a su naturaleza corporal ni su sexo, especialmente por su ciclo menstrual, dice Agustín, porque este flujo sobre lo cual el espermatozoide no ha impuesto ni orden ni forma, el ciclo menstrual implica un especie de falta de forma peligrosa—un claro, lapso del orden, harmonía y control racional que es presentado como sinónimo con la razón superior.

En su texto De nuptia et concupiscentia [Sobre el matrimonio y la lujuria], Agustín tiene que tratar esta misma “falta de forma” en el fenómeno de las emisiones nocturnas del hombre y pregunta si estos, así como el ciclo menstrual, constituyen el pecado de lujuria.  Su respuesta es que no.  Y eso porque el sexo del hombre es “una torre de vigilancia más alta”, como nos ha explicado. Por lo tanto, las emisiones nocturnas del hombre, en contraposición al ciclo menstrual de la mujer, no interfieren con su mente racional, mientras que eso no es el caso en el fenómeno del ciclo menstrual de la mujer.

En otras palabras, el hombre deberá reinar (léase, imponer forma) sobre la mujer porque la razón, el hombre con su “torre de vigilancia más alta” tendrá que reinar sobre los sentidos y pasiones, la mujer con su ciclo menstrual sin forma. Este análisis es repetido continuamente y especialmente en Pedro Lombardo, quien escribió los Cuatro Libros de Sentencias, un libro de texto para todos los alumnos universitarios quienes eran jóvenes masculinos en ordenes menores quienes comenzaron sus estudios universitarios usualmente a la edad e 14 años.

Unas conclusiones pueden ser derivadas de estos pocos ejemplos tomados de los escritos de los Padres, Doctores y teólogos de la Iglesia de Occidente desde el primer siglo hasta hoy mismo:  que la mujer y lo que es femenino en general son asociadas con la materia, la carne (cuerpo), la sensualidad, la percepción de los cinco sentidos,  la razón inferior y corporal.  Todas estas funciones inferiores se oponen a la contemplación, la actividad intelectual y la razón, que es la provincia masculina– partiendo, especialmente, de los argumentos de San Agustín, que son repetidos por los siglos de los siglos.

Son precisamente estas nociones que subyacen en nuestro aprendizaje conciente y subconsciente y que nos llevan al concepto de la conflación de la femineidad con  lo que es inferior, o sea lo que deberá ser controlado por el hombre.

Estos analices y metáforas de la doctrina de la Iglesia que hemos trazado (sin multiplicar los miles de posibles ejemplos), han sido también ubicados y encontrados todavía en los espacios literarios, legales y estéticos donde contribuyen a la interpretación—ya sea en el arte plástico o literario—a la creación de la ocasión de la plurisignación y la ironía sobre el tema de masculinidad y femineidad a través de los siglos.
FIN