Desde el paso de los periquitos hasta que vibren los motores: la privatización del tiempo

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elsalvador.com

Por Katherine Miller , doctorado en estudios Medievales y Renacentistas de UCLA.

2015-08-28 8:00:00

¿Es el caso que los conflictos entre diferentes concepciones del tiempo pueden causar enormes resonancias culturales si hay resistencia contra nuevas formas de la parcelación y medición del tiempo?

¿A quién pertenece el tiempo?  Por cierto, los espacios y la duración del tiempo, en si, no existen sin costo ni sin dueño.  Sin embargo, la cultura que rodea un concepto social y cultural del tiempo asume distintas formas en distintas épocas.

 
¿Qué tal si las diferentes concepciones del tiempo coexisten con una transición desde  una sociedad que vive ambientes rurales y agrícolas hacia una nueva forma de vivir y trabajar cuando experimenta  una expansión producto de la industrialización de su país?   
Sombras de estas distintas percepciones y visiones del tiempo externo, interno y psicológico en la memoria y vivencia cotidiana de una cultura pueden encontrarse contrapuestas a una concepción de la venta, compra, alquiler e hipoteca del tiempo vivido. 

Estas contraposiciones traen consigo el potencial de causar tensiones entre el tiempo interno cultural de un pueblo y el tiempo y espacio de la transición y desarrollo necesario para el crecimiento de una economía.

La Revolución Industrial comenzó en Gran Bretaña a finales del siglo XVIII, cuando Fielding escribió su novela.  El énfasis aquí es que es cierto  que los apuntalamientos culturales de una revolución industrial incluyeron un cambio, o unos cambios, en la concepción del tiempo.  En Gran Bretaña esta transición requería la concentración de las poblaciones en las ciudades e implicaba un rompimiento drástico con el pasado.  

En Europa, las transformaciones paulatinas pero revolucionarias en el concepto del tiempo eran parecidas a los casos históricos que se dieron desde la Edad Media. Las sociedades europeas de estas épocas pasaron por multitudes de transiciones que las llevaron desde ritmos agrícolas hacia la obligada aceptación de la compra, venta y alquiler del tiempo en situaciones urbanas donde el concepto del tiempo fue amarrado a los relojes ajenos y extranjeros que estimulaban ansiedades que, a su turno, desembocaban en la organización de resistencias contra lo que era  el paso efímero y tempestuoso hacia nuevas y diferentes formas de experimentar, medir e imponer  lo que era, en fin, la privatización del tiempo.
En esta historia, podemos ver así como por espejos oscuros y enterrados, el comienzo de las muchas formas de la privatización del tiempo que nos ofrecen reflejos y resonancias que reconoceremos, especialmente en países con economías basadas en la agricultura—así como eran las economías de Europa medieval—que ahora están pasando el tumultuoso proceso de la industrialización.

Durante la Edad Media, practicaban la costumbre de contar el tiempo desde la Creación, pasando por la Encarnación y siguiendo hasta el Juicio Final.  

El pueblo de la Europa, una sociedad completamente rural, vivían en islas de tiempo mentales y culturales, sin conceptualizar un mundo antes de la vida de sus ancestros.  Los marcapasos del tiempo eran las estaciones del año, los festivales litúrgicos de la Iglesia y, más tarde, en el siglo XII, comenzaron las ferias de comercio y de placer en el Sur de Francia.  

En esta vida, las campanas de las iglesias marcaban el tiempo más que los relojes.
Después de la fragmentación del Imperio Romano, en el siglo VI, desde Roma—ahora sede de la Iglesia—confeccionaron una concepción del tiempo normalizada resultado de los esfuerzos de San Gregorio el Grande y de San Benito de Nursia quienes lograron convencer a toda Europa de  celebrar los festivales de la Iglesia, cada uno, en el mismo día, y de cantar la liturgia en la misma forma y orden,  en el mismo estilo de Latín.  

Esta unificación del tiempo por la Iglesia se dio porque no podía ser que en una parte de Europa estaban pasando Cuaresma, mientras que en otra parte estaban celebrando Pascua o Corpus Christi.

La unificación de Europa con la Iglesia se llevó acabo en 664 en el Sínodo de Whitby en el norte de Inglaterra donde fueron convocados los obispos de toda Europa Cristiana  para uniformalizar la fórmula para calcular el festival movible de Pascua en el calendario litúrgico.  
Cuando establecieron el único método para determinar la fecha de Pascua, algunos locales perdieron varias semanas del tiempo.  Casi habían insurrecciones porque los feligreses se levantaban furiosos por pensar que habían quitado más de varias semanas de su vida en esta tierra.  Y el tiempo se fue privatizando y la evangelización de Europa avanzó.

El filósofo y teólogo Beda Venerabilis, Santo, Confesor y Doctor de la Iglesia, Abad de los monasterios gemelos de Monkwearmouth y Jarrow en el  norte de Inglaterra nos deja este recuento—70 años después del Sínodo de Whitby—de la conversión del Rey Edwin de Northumbria al cristianismo.  Y la unificación de Europa se conjugó con la normalización y privatización del tiempo con la Iglesia cuando un consejero del rey declara:

“La vida actual del hombre, O Rey, parece ser, en comparación con aquel tiempo que no es conocido a nosotros, como el vuelo veloz de un gorrión por el salón donde usted está sentado, cenando en medio del invierno, con sus líderes militares y ministros, y una buena fogata en medio, mientras las tormentas de lluvia y nieve prevalecen afuera.  El gorrión, digo yo, volando, entra por una puerta y sale inmediatamente por otra puerta, está seguro de la tormenta de nieve, solamente mientras está en los momentos breves adentro del salón. Pero después, de este espacio tan corto de luz y calor bello, se desvanece de su vista y entra volando otra vez al invierno oscuro y tempestuoso de donde había surgido.  Así es esta vida del hombre. Aparece por el corto espacio de un momento. Pero de lo que era antes, o, lo que seguirá siendo después, somos enteramente ignorantes”, San Beda Venerabilis. La Historia Eclesiástica del Pueblo Inglés.

Como vemos, no aparecen, en este concepto de tiempo, puertas físicamente cerradas que tenían que romperse para entrar en este nuevo tiempo propuesto por la Iglesia, ya que fue un proceso que no se veía físicamente. Fue casi como irrumpir victorioso por una puerta que pertenecía siempre abierta—o sea, un movimiento efímero, invisible e intangible hacia otro reino de pensamiento y tiempo.
La Europa creció por medio del comercio y requería una nueva concepción del uso del tiempo, que, en este entonces, pertenecía a Dios. Para que florezca el comercio, necesariamente requería otro paso en la privatización del tiempo.

Un pensador eclesial, un tal Guillermo de Auxerre (1160-1229) formuló claramente la distinción entre el tiempo de Dios y el tiempo del mercader.  
El tiempo era de Dios, declaró Guillermo, y no se lo puede vender ni hipotecar como estaban haciendo los mercaderes, prestamistas, banqueros, comerciantes, dueños de barcos y muelles cuando, usaban la usura para construir el comercio continente y del mar.

Guillermo dijo en su obra, la Summa aurea (el compendio de oro) que los mercaderes y banqueros, en su práctica del comercio, estaban vendiendo el día y la noche que pertenecía a Dios.

Estaban literalmente, dijo, vendiendo el tiempo de Dios cuando cobraban intereses por el tiempo de los préstamos y líneas de crédito.  Con eso, aunque Guillermo y los otros Doctores de Derecho Canónico, pusieron en tela de juicio toda la vida y crecimiento económico de Europa al comienzo de la internacionalización del comercio. Eventualmente se desarrolló, necesariamente, el Derecho Mercantil.

Hasta los poetas hablaron del profundo problema del tiempo y sus usos.  
En Los Cuentos de Canterbury, Geoffrey Chaucer, en el siglo XIV, nos presenta el abogado (The Man of Law) quejándose del “tiempo artificial del sol”.  

William Shakespeare lamenta, en términos del paso del tiempo, en su Soneto 73, la destrucción de los monasterios donde una vez habían cantado los monjes en los tiempos de la Antigua Fe:

That time of year thou mayst in me behold
When yellow leaves, or none, or few, do hang
Upon those boughs which shake against the cold,
Bare ruin’d choirs, where late the sweet birds sang.

[Aquel tiempo del año cuando tu puedes observer en mi
 Cuando las hojas amarrillas, o ningunas, o pocas, se quedan
Sobre las ramas que tiemblan contra los coros fríos y
Desnudos, donde hace un rato cantaron los pájaros dulces.]
En el siglo XVII, John Milton mide la agonía de Lucifer, derrotado por Dios y expulsado del Paraíso, en El Paraíso Perdido, en términos de la medición del número de días que tuvo que caer Lucifer desde el Paraíso hasta el Infierno.
Nine times the space that measures day and night
To mortal men, he, with his horrid crew,
Lay vanquished, rowling in the fiery gulf….  [PL I.50-553]
Llegando la Revolución Industrial con las fábricas y ferrocarriles, en el siglo XIX, el gran pensador victoriano, Matthew Arnold, habló claramente sobre el sufrimiento causado por la aceleración del tiempo de la vida moderna:
“Before this strange disease of modern life
With its sick hurry….”.
[Ante este padecimiento extraño de la vida moderna
 Con su apuro enfermizo….], “The Scholar Gypsy” (1853).
Las transformaciones en los conceptos del tiempo cuando pertenecía a Dios hasta las forzosas transiciones hacia el tiempo de los mercaderes y banqueros, inevitablemente transformaron la vida cultural.  La medición del tiempo fue considerada digna de considerarse por los pensadores que escribieron durante la Revolución Industrial en el Viejo Continente.  Una obra de aquellos tiempos talvez nos habla  de lo que vino—y viene—con la industrialización:  

 El tiempo hoy ya pertenece—en parte, por lo menos, y necesariamente—a los mercaderes y banqueros.  
El dolor de los cambios que traerían consigo la industrialización de El Salvador hoy, así como aquellos cambios que llegaron a Gran Bretaña en el siglo XIX, llevarán consigo, también, las resistencias y aceptaciones de los cambios en el concepto del tiempo impuestas por la industrialización.

Estos sentimientos y agonías, junto con el avance en alegría por la riqueza, quizás, deberán ser entregados a los poetas.
FIN