La revolución industrial, el congreso de Vienna y Waterloo

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elsalvador.com

Por Katherine Miller Doctorado en estudios Medievales y Renacentistas de UCLA. Ha servido como Post-Doctoral Fellow en el Centro de

2015-07-03 7:00:00

A veces es aconsejable comenzar con lo que no se va a tratar, antes de entrar en el tema que se propone a desarrollar. Aquí, no es la intención escribir una fabulosa parte de la guerra de la Batalla de Waterloo (hace 200 años, el día 18 junio 1815), ni es trazar la logística de las grandes batallas de las Guerras Napoleónicas, como Austerlitz, Trafalgar, Wagram, Waterloo, Moscow, Marengo, etc.

Los temas son otros. Tienen que ver con lo que pasó antes, durante y después de las Guerras Napoleónicas. Repasamos, sin embargo, algunos de los eventos que se llevaron acabo en ese entonces que nos conducirán al tema que se propone ahora.

Un primer tema será El Congreso de Vienna, uno de los primeros esfuerzos de eliminar la guerra como estrategia y optar por negociaciones diplomáticas después de estas guerras.

Un segundo tema, para nuestra sorpresa, es que durante estas guerras se desarrolló la Revolución Industrial. Son dos fenómenos que se propone tratar aquí: uno diplomático, y el otro la industrialización del comercio.

Voy a argumentar que ambos podrían merecer nuestra atención más que la lista de fechas, personalidades, batallas, guerras y violencia que no contribuyeron al desarrollo y bienestar de Europa. No obstante, este junio pasado, la celebración internacional en los medios de comunicación de los dos hemisferios estaban enfocados en el aniversario de la Batalla de Waterloo y la personalidad de Napoleón Bonaparte.

Pero, antes, tomamos unos pasos atrás para trazar la configuración política y militar antes de viajar a Vienna para el Congreso, y a Gran Bretaña para la Revolución Industrial. Hay que estar claro y enfatiza que el tema ahora, tampoco, es pintar un retrato de Napoleón Bonaparte como un superhéroe, más grande que un dios o peor que el diablo, quien, hambriento para la gloria militar y el poder, efectuó el primer esfuerzo de “exportar” una revolución: lo que es cierto es que Napoleón sostenía una relación ambigua con los procesos de la Revolución Francesa, vale decir que era una especie de camaleón político quien se alineó en un principio con los Jacobinos, pero, llegando a 1797, declaró que:

“Los abogados parisinos, quienes han sido puestos a cargo del Directorado entienden nada de gobierno. Ellos son hombres de mentes pequeñas … Yo mantengo dudas si podemos quedar en acuerdo para mucho tiempo más”.

La historia nos dice que toma de la Bastille, en 1789, desembocó, eventualmente, en la coronación en la Catedral de Notre Dame de París, en diciembre del año 1804, de este hombre, Napoleón Bonaparte, como Emperador de la Francia Revolucionaria en la presencia del Papa. Aunque los servicios del Papa no fueron necesitados, porque Napoleón agarró la corona y se coronó a él mismo.

Acto seguido, el Emperador comenzó el movimiento de sus ejércitos de adolescentes voluntarios y conscriptos para conquistar toda Europa para la Revolución Francesa que se deslizó en el Reino del Terror de la Guillotina. Y eso después de que montó un golpe de estado: el 18 Brumaire de 1799. Su objetivo era el poder; su manera de obtenerlo era la guerra. Y las Guerras Napoleónicas dejaron a toda Europa en llamas hasta después de Waterloo. Hay otros modelos para el desarrollo del estado moderno. Cambiemos cámeras.

Lo que nos interesa aquí es el trasfondo político, o sea, estudiemos–mejor que la historia militar—la metodología de alcanzar la paz en el Congreso de Vienna y el desarrollo de la Revolución Industrial como modelos más dignos para el estudio del desarrollo del estado moderno y su comercio. Veamos lo que estaba pasando en Europa durante y después de estas guerras. Veamos, también, el contexto de lo que estaba pasando en Europa Occidental hasta el Congreso de Vienna, que comenzó hace 200 años (en 1815), un poco antes de Waterloo.

Primeramente, el punto es preguntar ¿por qué celebramos Waterloo y no el Congreso de Vienna que trajo unos momentos de paz?

Hay algo más a celebrar como trasfondo del desarrollo simultáneamente con las Guerras Napoleónicas. Es que hasta durante toda la masacre sangrienta de este periodo entre 1789 y 1815, somos testigos del desarrollo industrial: la Revolución Industrial.

Ninguno de estos dos fenómenos son claras victorias y lúcidos avances en el desarrollo humano en Europa. Ni uno ni otro tenían una sola causa: pues, habían muchas causas. Pero, el milagro es que la nueva visión de negociaciones diplomáticas (en el caso del Congreso de Vienna) y los avances tecnológicas más grandes en la historia del comercio y bienestar (la Revolución Industrial) no son eventos bélicos–no obstante los lados negativos de ambos. No es recomendable—si queremos entenderla– ver la historia en términos de blanco y negro, bien contra mal, como lo vimos en cuarto grado.

No debemos ver la historia como la estudiaron durante el siglo pasado, solamente como una serie de batallas, guerras y personalidades heroicos. Desenredamos, mejor, lo negativo del positivo en estos avances en la medida que podemos apreciar la historia no solamente como la lucha del bien contra el mal. La historia no es tan simple.

Comenzamos, como se mencionó, en primer lugar, no con la Batalla de Waterloo en las Guerras Napoleónicas, si no con cómo lograron la paz después de estos conflictos bélicos. De hecho, una paz manchada, un poco retrógrada pero una paz de todos modos.

¿Qué, exactamente, era el Congreso de Vienna y cuándo fue convocado y celebrado? El Congreso de Vienna era una reunión cumbre diplomática convocada para arreglar los asuntos políticos y geográficos de los poderes de todas las naciones que habían sido involucradas en las Guerras Napoleónicas después del derrocamiento de Napoleón. Era un esfuerzo de reconstruir las fronteras de Europa, sus instituciones y sus situaciones de seguridad. Se puede imaginar que se llevó acabo en un momento de incertidumbre intenso. Estamos en la arena de la política del poder y Realpolitik de los grandes poderes para contener a la Francia.

La fecha de la Paz de París, que puso fin a las Guerras Napoleónicas, fue declarada el día 30 de mayo 1814. Napoleón, después de ser derrocado militarmente, fue exiliado en la Isla de Elba en el Mar Mediterráneo. Y, aunque escapó, y montó un ejército para impulsar la Batalla de Waterloo, en un esfuerzo de ganar una victoria gloriosa para afianzar su poder, el Congreso de Vienna ya había sido convocado por una de las cláusulas del tratado de la Paz de París. Fue publicado en anuncios en todos los periódicos de Europa. Anunció la base legal del Congreso de Vienna. La convocatoria publicada en los diarios rezó:

“Todos los poderes involucrados en cualquier lado de la guerra actual, deberá, dentro del espacio de dos meses, enviar plenipotenciarios a Vienna por el objetivo de implementar, en Congreso General, los arreglos que cumplirán las provisiones del presente tratado”.

Las negociaciones preliminares comenzaron en París y Londres durante los meses de junio y agosto de 1814 con representación del Príncipe Metternich de Austria; el Visconde Castelreagh, Canciller de Gran Bretaña y el Príncipe Talleyrand-Périgord, además del Primer Ministro de Inglaterra, Sir William Pitt; el Czar Alexander de Rusia; el Rey Friedrich Wilhelm III de Prusia y el Emperador Franz Josef de Austria. Su objetivo principal, repito, era contener a Francia revolucionaria.

Su propósito secundario era de redibujar el mapa, prevenir revoluciones y celebrar la paz. Las celebraciones son legendarias para sus bailes a gran escala, amores ilícitos y tráfico de influencias. Pero dejamos estas festividades—aunque ofrecieron los venues para negociaciones diplomáticas informales, para decir lo menos.

Dada la composición de los representantes, convocados a redistribuir las fronteras de Europa, el Congreso de Vienna representó un movimiento marcado hacia el conservadurismo. Sus objetivos eran contrarrevolucionarios y tenían, irónicamente, el efecto de reavivar rivalidades nacionalistas, no obstante sus buenas voluntades y visiones. Las grandes élites querían, por supuesto, controlar a Europa para su propia seguridad y para mantenerse en el poder.

Es posible decir, sin embargo, que el Congreso se desprendió, como resultado, de la Ilustración en Francia, la Revolución Industrial, la Revolución Francesa y de las Guerras Napoleónicas mismas.

No obstante las visiones de eliminar la guerra y buscar negociaciones diplomáticos y pacíficas para resolver conflictos, el sueño no funcionó. Algunos historiadores plantean que un problema principal era que el Congreso se basó solamente en una serie de relaciones de socios por sus propios bienes, que nunca llegó a ser una corporación cohesionada ni institucionalizada. Fue, en realidad—posiblemente–una mera sociedad secreto que no sobrevivió la muerte de sus autores.

En otras palabras, el Congreso de Vienna creó coaliciones y acuerdos interesados entre las élites de Europa, pero alcanzaron la paz. No creó instituciones permanentes; no pudo dirigirse efectivamente a los sentimientos de envidia y nacionalismo. (Por ejemplo, durante todo el Congreso, Francia y Gran Bretaña pensaron que pudieron manejar sus situaciones nacionales por separados, por sí solos.) Como declaró el historiador romano, Tacitus, una paz defectuosa es siempre mejor que cualquier guerra.

Pero sí, la visión propuesta era de crear un orden internacional y más estable, visión positiva después de las largas y sangrientas guerras. Puso fin definitivo a la Revolución Francesa, aunque los valores positivos originales de Liberté, Égalité, Fraternité, antes del Reino del Terror, se mantienen con vida todavía.

Entonces, el primer asunto a celebrar cuando pensamos en el periodo de 1789-1815 es que la muy celebrada Batalla de Waterloo marcó el fin al Reino del Terror de la Revolución Francesa.

El Congreso de Vienna, una gran coalición de poderes contra Francia, propuso diplomacia y negociaciones pacíficas en lugar de la guerra como solución.

Que no logró la permanencia esperada, logró una paz a través de la faz del continente por un periodo definido, no importa lo lodoso y desnivelada que fue.

Era una paz que duró 1815-1914 (cuando estalló la Primera Guerra Mundial), con la excepción de las revoluciones de 1848. No se puede calificar el Congreso de Vienna como un fracaso: sus propuestas y visiones son valiosas no obstante quienes los propusieron. Mejor, por lo menos, que la continuación de las guerras.

La segunda serie de eventos que estaban creciendo, simultáneamente, durante todas estas guerras y las relaciones diplomáticas—limitados como eran—es que este es el periodo de la Revolución Industrial, que comenzó en Gran Bretaña a finales del siglo XVIII (a la misma vez que la Revolución Francesa (1789)). Los grandes Actos de Reforma que fueron provocados, comenzando en 1832, son notables, pues, redujeron el número de horas diarias trabajadas en minas y fábricas de 14 horas al día a 10 horas al día, entre otros asuntos, como la extensión del sufragio. No eran, de ninguna manera, milagros, pero, sí, un mejoramiento necesario en medio de la crueldad y bondad del desarrollo de la industria. Y eso en medio de las Guerras Napoleónicas.

Y este segundo trasfondo histórico—igual como la primera–es tal vez más digno de celebración que Waterloo y la personalidad de Napoleón.

Es que, durante todas las Guerras Napoleónicas creció la industrialización: la Revolución Industrial que comenzó en Gran Britania con la invención del poder de vapor que impulsó la industrialización en comercio (impulsando la construcción de barcos y ferrocarriles, la importación y procesamiento de algodón, lino y tabaco, el refinamiento de azúcar y la industria de textiles. Primeramente en Gran Bretaña, pero ampliándose por toda Europa, paulatinamente.

Es decir, no había una revolución tipo francesa en Gran Bretaña (no obstante los miedos histéricos al otro lado del Canal de la Mancha cuando tomaron la Bastilla). Se dio, en su lugar, la Revolución Industrial.

Las entramadas relaciones entre los grandes poderes del Congreso de Vienna trajeron consigo una paz incompleta, pero una paz de todos modos. El crecimiento del comercio como resultado de la Revolución Industrial en medio de las Guerras Napoleónicas llevó a Europa a una nueva época. Ambos fenómenos contribuyeron a la construcción del estado moderno, y, así, merecen celebraciones y reconocimientos—y conocimiento de lo que pasó.

Estos fenómenos, imperfectos como son, merecen nuestro estudio y reconocimiento como aniversarios—fragmentados como son–igual como la Revolución Francesa, la Batalla de Waterloo y el culto de personalidad de Napoleón Bonaparte y sus conquistas.

Tal vez podemos tomar un momento para reconocer estos logros un poco grises, pero infinitamente iguales de importantes como las guerras.

El Congreso de Vienna y La Revolución Industrial son logros simultáneos con los conflictos armados, y aportaron al progreso que condujeron a una conciencia de que negociaciones, diplomacia, tecnología y la seguridad, imperfectos aunque sean, conjuntos son necesarios para el crecimiento del comercio.

Sería útil tomar nota, en nuestros tiempos, que ambos forman parte del estado moderno—en ese entonces, y ahora. —FIN