TODOS SOMOS ROMANOS

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elsalvador.com

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2015-06-26 7:00:00

Hay un antiguo dicho medieval que reza luftstadt macht frei: el aire de la ciudad hace libre a una persona que ha escapado de su servidumbre como siervo de la gleba para entrar en una ciudad amurallada, digamos, en el siglo X, cuando estaban comenzando a florecer las ciudades y comercio. Si una persona logra quedarse en la ciudad un año más un día sin ser capturada, según las leyes medievales, esta persona queda legalmente libre de su estado de servidumbre bajo la ley.

En el contexto de las transiciones desde la Antigüedad Tardía hasta la Temprana Edad Media en Europa Occidental (siglos V-XIII), no se puede decir que existía un proceso de renacimiento de las ciudades, estas densidades de poblaciones que se dedicaron a actividades comerciales distintas a las áreas rurales donde practicaban solamente agricultura. Estamos siglos antes de la Revolución Industrial que tardó —y está tardando— largos trechos de tiempo en ese entonces y en nuestro alrededor ahora.

Las ciudades, municipalidades y naciones en formación eran —y son— imanes para jalar adelante las regiones en que existen. El centro del Imperio Romano fue fragmentado por las invasiones de las tribus y confederaciones de bárbaros que se opusieron al crecimiento del comercio y despreciaron a los empresarios.

¿Cuáles serán las dimensiones de un espíritu municipal y gobierno central que pueda operar encima de las intrigas y rivalidades de facciones para que podamos ver cómo Roma y Europa se liberaron de ellas a través de la historia? ¿O es que estamos, así como las miserables golondrinas en sus jaulas solamente concientes del “miserable compás tan reducido de nuestra cárcel?”, como reza el dramaturgo jacobino John Webster, citado al principio.

Al formular estas preguntas, parece ser que se está proponiendo sencillamente un nostos (término griego para retorno o nostalgia para el pasado al que tenemos que re-vivir): una nostalgia activa o un regreso rectilínea al pasado en las cuestiones de la administración del Imperio Romano de sus acueductos, impuestos, comercio y bancos. Se espera que no sea así, y que la búsqueda encomendada es un arduo trabajo de amor en que permitimos que las gentes del pasado, quienes han pasado estas mismas miserias, nos hablan y nos cuentan cuáles son los conceptos y acento no enmascarados ni alterados, las similitudes y diferencias sobre los temas de comercio, de ciudades, y, por implicación, los mismos procesos reportados en los periódicos y vividos por las poblaciones a diario.

Primeramente, ya sabemos que la esencia de la civilización —la vida civilizada— es, al fin de tanto, nada más que de vivir en ciudades (civil-civilis, ciudad). Civilitas es la política misma, o, más bien, el arte de gobernar con sociabilidad urbanidad, cortesía, bondad, afabilidad y gracias no solamente en palabras. Los actos de un gobierno tendrán que seguir estos valores. Eso es lo que brindaba el hecho de vivir en un espacio urbano en el Imperio Romano y respirar su aire, aunque fuera durante multitudes de conspiraciones, amenazas al comercio por violencia, intrigas y guerras civiles incipientes.

Estamos hoy, como peces nadando y respirando el agua del pasado en un teatro de sombras y espejos nublados por medio de los cuales podemos percibir —antes de que sea tarde—el decaimiento en que murieron despacio las ciudades del Imperio Romano cuando comenzó a fragmentarse con la llegada de las poderosas tribus y confederaciones de bárbaros, godos y hunos.

Después del siglo V ya no existía este Imperio y los bárbaros tomaron control paulatinamente del gobierno y del ejército. Lo podemos leer en sus discursos políticos, históricos, estéticos y culturales, ajustando las orejeras del nacionalismo angosto como lente único en el estudio de la realidad nacional.

El antídoto —la medicina— los guías que pueden aclarar la mente con respeto a la construcción de la democracia y del comercio del imperio, se puede encontrar en los historiadores griegos Tucídides y Polibio y en los historiadores romanos Cicerón, Salustio, Tito Livio, Tácito y demás Romanos que vivieron en las nubladas sociedades en decaimiento cuando llegaron los bárbaros.

Pero el comercio, las ciudades y los estados que crecieron a ser naciones, son productos del análisis de un viaje al Mediterráneo para buscar un alivio delicioso en el mar inmenso de la gran comunidad de los seres vivos que aparecen en nuestro espejo histórico. Las ciudades y su comercio murieron en el proceso de la infiltración de las tribus y confederaciones bárbaros en que solamente pode mos tener el “nombre” de la ciudad y no la ciudad y el comercio en si (apologías a Umberto Eco y a Guillermo de Ockham). Y si la ciudad envejece y se hunde por falta de habilidades de gobernar, aparecerán gente que no son rebeldes como esclavos contra sus amos, ni como clases contra clases, si no que rebeldes contra la mutilación del mundo en que fueron —y son— forzados a vivir.

En el año 497 a. C., el Procurador (un especie de alcalde, gobernador o magistrado fiscal) de la ciudad de Edessa en Asia Menor (parte del Imperio Romano) tuvo que actuar para vaciar la calle principal con sus dobles columnas romanas y colonatas y peristilos cuando los vendedores y sus puestos de venta habían usurpado fuertemente y ocupado la calle principal de la ciudad donde esparcieron los pétalos de rosas cuando pasó la procesión del emperador.

Un cronista lamentaba la violencia local que acompañó el desalojamiento de los vendedores.

Chocaron, entonces, los espacios públicos en la Antigüedad Tardía con las iniciativas privadas de los mercados. En estas mismas ciudades del Imperio Romano tardía en el Oriente de la Cuenca del Mediterráneo, estos enfrentamientos provocaron también la despoblación de las ciudades. Los habitantes de las ciudades dejaron de utilizar los monumentos cívicos como monumentos: estos edificios magníficos llegaron a ser utilizados como sitios para las prensas en la confección del aceite de oliva! Las arenas municipales se hundieron y decayeron en la medida en que los limes del Imperio Romano se encogieron militarmente en medio de crisis de las invasiones de los bárbaros que no sabían como manejar una economía y consecuentemente se dieron crisis tras crisis financieras, administrativas y militares.

Las municipalidades comenzaron a no poder contar con un cuerpo de empleados civiles capacitados para la recolección de impuestos y, así, comenzó a caerse y fragmentarse el mantenimiento de carreteras, aguas negras, drenajes, puentes, acueductos, mercados, baños públicos, teatros y puertos.

Ya no había infraestructura legal ni municipal funcionando por falta de visión estratégicos de los que gobernaron en este entonces. Así, las ciudades, y el Imperio entero llegaron a reducirse a castra (plural de castrum, una especie de instalación militar o fortaleza y ni una idea de ciudades, poder fiscal, compra o venta, intercambios financieros, leyes aduaneras, puertos ni agricultura floreciendo).

Un castrum era solamente una pequeña fortaleza para protección y defensa militar con ninguna actividad de civitas.

Un episodio clásicamente ilustrativo —entre muchos—es que en 430 a. C., los “bárbaros” (Vandales) estaban casi rompiendo el portón de las murallas de la ciudad romana de Hipona en la Magreb donde estaba agonizando el gran San Agustín.

Pero paulatinamente, en esta medianoche oscura del alma de las ciudades, comenzamos a escuchar leves respiros de aire fresco desde el norte. Gregorio, Obispo de la Ciudad de Tours (en lo que iba ser Francia), escribió un elogio a su ciudad por sus murallas e iglesias. Tours era una ciudad catedralicia con un foro y una sinagoga, dice. Leemos poemas elogiando a las ciudades como Troyes, Brujas, Venecia, Milano, Genoa o Verona, como en los siglos XI–XII por su comercio internacional de marítima de larga distancia. Este comercio internacional, con la conformación, bendecida por los obispos de las diócesis municipales, de las grandes ferias calientes (de verano) y fríos (de otoño o invierno) que se llevaron a cabo en los campos fuera de las ciudades en el Sur de Francia, en Troyes. Estas ferias representaban un nuevo arranque para el negocio de los textiles, artesanías de metal y cerámica, animales, verduras, bancas e intercambios de monedas internacionales.

Estas nuevas ciudades en Occidente y en el Norte sufrieron metamorfosis tras metamorfosis viviendo y creciendo de los excedentes del comercio y las finanzas internacionales en que funcionaban las hileras de la sociedad manejadas por los banqueros (los Acciaiuoli, Peruzzi, Frescobaldi y Medici).

Se puede decir que los vientos y aires de las actividades de los comerciantes, mercaderes, banqueros y empresarios soplaban en el crecimiento, misiones diplomáticas y constituyeron un contrapeso a las intrigas políticas de monopolizar el poder.

Hemos examinado el declive y muerte de las ciudades coincidente con la llegada de los “bárbaros” y el posterior resurgimiento de las ciudades con los que hicieron crecer sus ciudades y regiones por medio del comercio.

Estamos todavía respirando los aires parecidos a los que llenaron la atmósfera de la fragmentación del Imperio Romano, la caída de las ciudades y comercio y la esperanza de que por medio del comercio podemos recuperar la civilitas y buen gobierno.

Los comerciantes y empresarios comenzaron a reconstruir las ciudades, a construir el estado y gobierno con visiones de las naciones de Europa Occidental: Francia, España, Gran Britania, Italia y los Países Bajos con acumulaciones de bienes que hicieron florecer las poblaciones.

Se puede dar el caso que, aunque el estado, la comuna o la nación puede estar moribundo como el Imperio Romano, el alma (las ciudades con sus empresarios) promueva el motor del comercio, inversión y finanzas con o sin la ayuda de civilitas que no vive en ninguna parte más que en el aire urbano que nos puede liberar. En este sentido: lufstadt macht frei: el aire de la ciudad, buen gobierno y comercio nos hace libre.

FIN