Mirada en retrospectiva al bajo Manhattan

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elsalvador.com

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2015-05-25 8:00:00

No había puesto pie otra vez en la zona del World Trade Center de Nueva York desde una soleada mañana de finales de junio de 2001, dos meses antes de los atentados que trastocarían la ciudad y el mundo con la destrucción de aquellas torres que se elevaban en rayas verticales al cielo.

Fue una parada obligada en la ciudad mientras hacía una visita a la Universidad de St. Lawrence, al norte del estado de Nueva York, justo antes de emprender un viaje a la selva amazónica peruana, para una travesía con un equipo de científicos e investigadores por la Amazonia.

Fue una mañana tranquila junto a una amiga neoyorquina con quien conversamos al pie de aquellas imponentes estructuras; compartimos unos caramelos promocionales que una mujer pasó repartiendo mientras veíamos los grupos de visitantes que se apresuraban hacia las entradas de los edificios.

Aquellas inolvidables torres que se divisaban desde el aire como colmillos de la isla se han esfumado de imaginario colectivo. Esta nueva torre parece una jeringa para inyectar el cielo; dicen que es más funcional y, sobre todo, mucho más segura en cuanto a estructuras verticales se refiere.

En tantas visitas a la ciudad no había vuelto al núcleo cercado de la Zona Cero hasta esta mañana de mayo, casi 14 años después. Nada parece estar en su sitio en el terreno semiinclinado que recordaba. Aparte de la vista a la bahía, el paisaje es otro, obras en proceso, pasillos aún cerrados, plumas de construcción, tractores y máquinas perforadoras dominan buena parte del espacio.

“Todo ha cambiado”, me dice a secas Roman Stepniak, un amigable trabajador de origen polaco que se interesa por las cámaras y se declara amante de la fotografía y el video.

Llegó a la ciudad como exiliado en los años 80, huyendo del comunismo impuesto en su natal Polonia e hizo de Nueva York su hogar.

Se toma el receso de esta mañana con el casco puesto y con su chaleco verde fluorescente, que lo hace ver como un lunar entre la muchedumbre que corre apresurada, entrando y saliendo de la interconexión de trenes de World Trade Center. La multitud que corre apretujada para dispersarse por los calles me recuerda la escena en blanco y negro de la película de Charles Chaplin “Los tiempos modernos”, sin distinguir la oveja negra.

Roman intenta dibujar en el aire por donde quedaban todos los edificios colapsados y carbonizados por los incendios con la caída de las torres, pero es difícil cuajar sus trazos. Él sí los conocía a la perfección, tanto que al mediodía del 26 de febrero de 1993 cuando la red terrorista explotó una furgoneta cargada de dinamita en el estacionamiento de las torres gemelas, Roman estaba en el piso 80 de uno de los rascacielos con el equipo de mantenimiento.

Recuerda que “empezó a vibrar el edificio y salía humo de la estación del tren”; aquel sería el principio de un macabro plan fraguado por los extremistas y llevado a la perfección ocho años después para derrumbar la insigne escultura del mundo occidental.

Termina la jornada y al final del día vuelvo a reconectar con aquella estancia de 2001 al conversar con la fotógrafa Cristina Mittermeier, de la organización Sea Legacy, quien llegó como ponente a un seminario al que asistí a la ciudad; ella expuso su trabajo fotográfico sobre el mundo amazónico, su gente y la indómita naturaleza; luego hablamos de sitios comunes en el Amazonas, los que yo conocí justo después de haber visto aquellas torres gemelas de Nueva York.