Si a cada rato va a Cuba que también visite democracias

 En sus visitas a países tranquilos podrá el presidente comparar las existencias de productos en tiendas de Costa Rica y de Panamá, con la lipidia que actualmente se sufre en Venezuela

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Metapán sucumbió ante Herediano en Costa Rica, en el debut de Liga de Campeones de CONCACAF. Foto EDH

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2015-08-06 9:35:00

“Por enésima vez” el presidente va a La Habana —para chequeo médico y política—, lo que para él debe ser la tierra prometida, la isla de la bienaventuranza, el paraíso soñado por Dante, El Dorado que movía a los exploradores españoles en el Siglo XVI cuando conquistaron América.

Al aterrizar la aeronave y ser recibido con flores y protocolo, toda la isla de seguro le deslumbra: el dilapidado centro de La Habana debe verlo como una exquisita joya del pasado, la réplica de las ruinas de Itálica Famosa que cantó el poeta Rodrigo Caro.
Los camaradas que llegan con frecuencia creen que las mansiones en que viven los pocos ladrones comunistas deben ser lo normal para el cubano de a pie…

Lo que muchos salvadoreños quieren del presidente es que, de la misma manera como viaja a Cuba a deslumbrarse con los logros del comunismo, visite también Panamá, Costa Rica y Colombia, países donde la economía funciona, hay empleo, los productores y la gente de trabajo prosperan, los servicios públicos funcionan y en los hospitales la gente duerme sobre camas, no en el suelo, y recibe las medicinas que necesita.

Costa Rica, al igual que Panamá, es un buen ejemplo de sociedades en desarrollo, donde hay armonía entre los diversos grupos de la población, la base del crecimiento, con lo que se ha superado la pobreza que es el punto de partida de todo pueblo.

La envidia al bienestar ajeno no justifica emprenderla a golpes contra quien se supera por sus propios méritos.

Ni en Costa Rica ni en Panamá es delito reírse, protestar, militar en partidos políticos o pensar por cuenta propia. En ambas naciones la gente puede manifestarse sin temor de que la policía disuelva a garrotazos esos grupos como sucede en Cuba, país que constitucionalmente es unipartidista como lo fue la Unión Soviética y es casi normal en África y el Medio Oriente.

El presidente puede visitar fábricas, pequeños negocios, grandes almacenes, centros comerciales (que no existen en Cuba para los cubanos aunque haya remedos para extranjeros) e informarse del trato que reciben de las autoridades, de lo que pagan en  impuestos, de las buenas relaciones que hay entre la gente de trabajo y los funcionarios, incluido el presidente.

Usan el país entero como si fuera su hacienda    
                                         
En sus visitas a países tranquilos podrá el presidente comparar las existencias de productos en tiendas de Costa Rica y de Panamá, con la lipidia que se sufre actualmente en Venezuela. Y esa relativa abundancia de oferta al comprador —y compradores son todos los adultos y jóvenes en cualquier nación libre—, también es lo normal en El Salvador, pese a que ya comienzan a sufrirse los efectos del saqueo fiscal y la irresponsabilidad política.

Ni en Panamá ni en Costa Rica ni en Colombia el poder es propiedad de una casta, ni menos esa casta pretende perpetuarse en el poder como en Cuba.

Tampoco los funcionarios se suponen dueños del aparato estatal como para usar los puestos públicos en beneficio de sus parentelas y amigatelas, nombrando a cuñados, nietas, sobrinos y esposas en cargos para los cuales no tienen preparación alguna.

El nepotismo es muy mal visto en los países democráticos y constituye delito cuando se rebalsa con más de un par de nombramientos, no digamos en los excesos a los que se ha llegado en El Salvador.