Todas esas frivolidades se pagan con dineros públicos

Muchos de los que se ilusionaron con ese paraíso ofrecido de la "sociedad sin clases", del idílico comunismo donde no hay "ni tuyo ni mío", de cuando va a imperar la justicia social y etcétera, comienzan a preguntarse si valió la pena arrasar con el país

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Momento justo cuando Maradona pega la patada a Benjamín en la rodilla. 

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2015-06-09 5:00:00

En los diarios de un país del Hemisferio se publicó, hace poco, la foto de su primera dama, con flechas que indicaban los retoques quirúrgicos que la buena señora se había hecho en su rostro, embellecimientos, decía la noticia, “pagados con dinero que los contribuyentes, que somos todos, aportamos al fisco…”.

Y eso vale para cambios en el color del pelo, complicadísimas y poco exitosas cirugías de nariz, pago a jovencitas que se prostituyen para divertir a funestos depravados, pomposos viajes y mucha de la miel que acompaña el poder.

De eso la población debe estar consciente, incluyendo la carne de cañón de la guerrilla, que se siente olvidada y al margen del opulento banquete que sus capitanes están disfrutando a lo grande… Capitanes que tuvieron la prudencia de mantenerse lejos de los escenarios de guerra…

La tragedia de esos grupos de excombatientes –una porción de los cuales fue reclutada cuando eran niños, quienes sobrevivieron a las embestidas que se montaban enviando por delante a esos niños, que no recibieron una educación que los preparara para la paz y que están en una especie de limbo social– es que nunca pudieron escoger: “o se incorporaban a la guerra o se incorporaban a la guerra…”.

Y los que querían salirse o daban señales de pensar diferente fueron torturados y ejecutados, como salió a la luz con el caso de Mayo Sibrián.

Pasó la carnicería, hay nuevas carnicerías y los que pusieron sus vidas al servicio del odio organizado no consiguen encajar en una sociedad que está dividida en cuatro partes, a saber:

— “El pueblo”, que sólo creen ser los comunistas y sus aliados;

— los “explotadores y sus lacayos”, como llaman a la gente que trabaja, que produce lo que consumimos todos, que genera empleo y que paga impuestos;

— los pobres, a quienes “el pueblo”, o sea los rojos, adormecen repartiéndoles zapatitos, bolsas de semillas y torrentes de promesas;

— y ustedes, los que expusieron sus vidas por el gran engaño.

Y si quieren medir diferencias, comparen lo que les toca con la opulencia de un Funes, que pasó de casa alquilada a mansiones, carros de lujo y séquitos pagados con los impuestos que genera la gente de trabajo.

Es tema de debate permanente la calamitosa situación nacional

A estas alturas, muchos de los que se ilusionaron con ese paraíso ofrecido de la “sociedad sin clases”, del idílico comunismo donde no hay “ni tuyo ni mío”, de cuando va a imperar la justicia social y etcétera, comienzan a preguntarse si valió la pena arrasar con el país y retrocederlo cuarenta años atrás en el tiempo, cuando las consecuencias son terribles.

Y quien no crea que son terribles, que vaya a los hospitales públicos a tratarse, o que indague con los que sufren de leucemia, los que padecen de VIH, o que contemple cómo pobres enfermos tienen que subir escaleras ayudados por sus familiares pues los elevadores están arruinados.

Tan mal están esos servicios que hasta un jefe policial se burló de quienes tienen que ir al Rosales en busca de cura.

Estos son temas que deben analizar los sectores vivos de la Nación, discutirlos en foros y tanques de pensamiento, plantearlos como asuntos urgentes que demandan un diálogo entre quienes ostentan el poder y los pensantes…