Por el bien del país se necesita una legislatura racional y moral

La mayoría de gente percibe que las cosas van de mal en peor, que en todas las mediciones sobre economía, inversión y calidad de vida hemos descendido y, por tanto, quiere recuperar la buena ruta

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Ramiro Cepeda, ex técnico del Alianza. Foto EDH.

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2015-04-08 5:00:00

Detener la caída del país en lo económico, lo político, lo que atañe a la seguridad y en lo moral e institucional, es una de las primordiales tareas de la Legislatura que asumirá funciones próximamente.

Hay que partir en estos momentos de una realidad mundial: en todas las grandes y pequeñas pero funcionales democracias, las legislaturas son presididas por el partido mayoritario, por representar éste la voluntad de la mayoría ciudadana.

En Francia, en Chile, en Corea del Sur, el jefe o el consejo de Estado encarga al partido mayoritario la formación del nuevo gobierno, además de la tarea de presidir la Legislatura.

No tiene sentido, resulta incongruente, que un partido que no obtuvo la mayoría de votos pretenda presidir el Poder Legislativo. Y toca al partido mayoritario escoger a la persona que mejor defiende las posturas ideológicas y programáticas del partido, para presidir el cuerpo encargado de formular, debatir y aprobar leyes.

La razón es simple y contundente. El partido mayoritario es el que en una elección ganó la confianza del mayor número de ciudadanos para mover cosas, tomar nuevos rumbos, corregir fallas, poner freno a los abusos.

La democracia siempre establece los balances entre la voluntad de la mayoría, en tal caso el partido que esa mayoría piensa que mejor los representa, y los derechos de las minorías, que deben estar sobre lo que un electorado decide, pues al no ser así, el cuerpo social se desintegra como un conjunto funcional y armonioso. De allí el principio consagrado por la Declaración de Independencia de los Estados Unidos sobre libertades y derechos esenciales que no se pueden abrogar por ninguna legislatura ni voluntad mayoritaria.

En lo posible el partido mayoritario que por lo mismo representa la voluntad de cambio de un electorado, debe escoger entre sus miembros a quien ostenta las cualificaciones académicas, intelectuales, de independencia de criterio y, sobre todo morales, para asumir ese cargo. Los ciudadanos merecen lo mejor, pues sus vidas, sus bienes por modestos que sean, su empleo y su futuro dependen de la calidad de ideas que tengan sus gobernantes.

Los partidos democráticos deben buscar a las mejores personas

En las presentes circunstancias, la mayoría de gente percibe que las cosas van de mal en peor, que en todas las mediciones sobre economía, inversión y calidad de vida hemos descendido y, por tanto, quiere recuperar la buena ruta.

Democracia es el sistema que permite corregir rumbos, castigar malos procederes, reforzar los contrapesos al abuso en el ejercicio del poder.

No tiene sentido que después de que la mayoría ciudadana escoge al partido que mejor representa su voluntad, los derrotados desconozcan esa voluntad y quieran burlarla a través de maniobras éticamente inválidas, por ser una burla a lo que la gente quiere.

Los parlamentos son, como lo indica su nombre, el lugar donde se parlamenta, se debate, se discute, se analiza, se piensa y se hacen esfuerzos para alcanzar soluciones sensatas y de beneficio.

Lo que obliga a los partidos democráticos a buscar a las mejores personas, parlamentar, ceder, pensar y ceñirse a lo que es decente y racional, para formar una directiva con la capacidad de ir tras el bien común, dar un impulso a la inversión y al nuevo empleo, enderezar los servicios, contribuir a detener la violencia y procurar un mejor futuro para todos en este suelo salvadoreño.