Cómo se convirtió Singapur en un país rico en medio siglo

Promover la inversión pasa por bajos impuestos pero, además, por monedas estables, reglas de juego claras y sensatas, facilidad para fundar empresas, pocas regulaciones y libertad tanto para meter como para sacar dinero

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Rudis Gallo dando indicaciones a sus jugadores. Foto EDH

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2015-03-23 5:00:00

“La mayor satisfacción de mi vida es haber logrado que Singapur… sea un país donde se premia el mérito, que esté libre de corrupción y sin problemas raciales”, dijo al resumir su vida Le Kuan Yew, el hombre que transformó a Singapur de un puerto pobre en la punta de una península de Asia, en uno de los países más prósperos del mundo.

El gran estadista murió la semana pasada dejando un imperecedero legado: un gobierno eficiente, sin corrupción, con bajos impuestos para atraer la inversión extranjera y local, un excelente sistema educativo y calles libres de violencia y de drogas.

La marcha de Singapur, desde ser un minúsculo país sin recursos naturales hasta su casi milagrosa transformación, inició después de que se separara de la Federación de Malasia por “diferencias ideológicas”. En aquel entonces lo poco que se hablaba del puerto era sobre el hotel Raffles y su legendaria barra, y de ser patria de una población china, malaya e hindú.

Singapur, además, acababa de pasar por unos años de ocupación japonesa durante la Segunda Guerra Mundial, lo que dejó en el joven Lee el respeto por el orden y fascinación por la disciplina impuesta, lo que condujo a la mezcla de libertad económica y prosperidad deslumbrantes con un esquema autocrático que prohibe la venta de goma de mascar, ahorca al que trafica con drogas e impone severas penas al desorden callejero y al emporcamiento de calles.

Son “modelos de ideales”: en un extremo un iluminado político que se propuso a levantar en Asia una sociedad pacífica y bonancible, en el otro, los mesiánicos empeñados en hundir a sus pueblos en la pobreza más abyecta, los que conviven con el narcotráfico y toleran al crimen organizado, el desorden y la corrupción sin control.

Las sanciones son aplicadas por autoridades incorruptibles

Ciertamente es más fácil y rápido destruir y arrasar con lo que bien funciona, saqueando sin misericordia a los productores y a la gente de trabajo, que hacer de un país pobre un emporio de riqueza y tranquilidad.

Al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando países como Alemania, Japón, Corea y partes de China eran promontorios de ruinas, dos sistemas se disputaron la supremacía: por una parte el capitalismo en sus distintos matices, mientras por la otra, el socialismo con muy pocas variantes, pues pobres como ratas quedaron los rusos y los países del Este Europeo y la China.

Pobres y esclavizados, con campos de concentración, mordaza total y ejecuciones de disidentes.

Promover la inversión pasa por bajos impuestos pero, además, por monedas estables, reglas de juego claras y sensatas, facilidad para fundar empresas, pocas regulaciones y libertad tanto para meter como para sacar dinero.

Reglas claras y sensatas significa, a la vez, que los inversionistas –y ser inversionista es ser productor de bienes y servicios, se trate de fabricantes de electrodomésticos como de exportadores–, no estén expuestos a sorpresas, a actos arbitrarios, inspecciones inesperadas y sin sentido, a lo que a un funcionario o al grupo en el poder se le cruce por la cabeza.

Pese a su autoritarismo, el lado discutible de las políticas de Lee, Singapur se mantuvo dentro del Orden de Derecho como se conoce, interpreta y aplica a nivel internacional, sistema fundamentado en la moral y la razón. En Singapur no se puede escupir en la calle sin ser sancionado, pero son sanciones que aplican autoridades honestas.