Hace un cuarto de siglo cayó el Muro de la Infamia

El derrumbe del Bloque Soviético no fue causado por la pobreza imperante —la que siempre va aparejada a los regímenes socialistas— pues pueblos más pobres no se rebelan. La causa de la caída fue de orden moral, ético, cultural, humano

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La Selecta inicia su trabajo para los fogueos en fecha FIFA.

/ Foto Por EDH/Archivo

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2014-11-09 5:00:00

El horror de vivir bajo un régimen comunista finalizó hace veinticinco años para los pobladores de la Alemania del Este, que en estos días conmemoran el desplome del Muro de Berlín, el de la vergüenza, y el inicio de la reunificación del país.

El 9 de noviembre de 1989, el mundo pudo ver atónito cómo se desplomaba el muro, la muestra más visible y repugnante de una casi infranqueable barrera a la libertad que se extendió desde las tundras rusas hasta el mar Caspio. Este hecho permitió que una avalancha de oprimidos súbditos se transformaran instantáneamente en personas, que en ese instante pudieron maravillarse ante el milagro de las luces, la prosperidad y la alegría que resplandecían “al otro lado”.

El colapso del imperio fue un largo proceso que arranca desde que los soviéticos ocuparon el Este de Alemania, provocando alzamientos de estudiantes y obreros. La construcción del muro, un paredón donde murieron muchos al intentar escapar, fue una reacción a la sangrienta revuelta húngara de 1956, a lo que luego siguieron la Primavera de Praga, reformas en la URSS y la rebelión polaca.

El derrumbe del Bloque Soviético no fue causado por la pobreza imperante —la que siempre va aparejada a los regímenes socialistas— pues pueblos más pobres no se rebelan. La causa de la caída fue de orden moral, ético, cultural, humano.

La prédica del arzobispo de Cracovia, Karol Wojtyla, quien asumió más tarde el papado como Juan Pablo II, el Grande, alentó a los trabajadores del sindicato de los astilleros de Danzig a rebelarse, movimiento que se conoció como el Solidarnost. Y ese ejemplo cundió por todos los vastos territorios de “Bloque Socialista de Naciones”, el bloque de la esclavitud.

El rechazo fue cobrando fuerza cuando más y más alemanes del Este comenzaron a emigrar a países como Hungría, menos rigurosos en los controles de sus fronteras. Hubo serios incidentes; la policía comunista y la Stasi, el cuerpo represivo, impidieron a golpes y con brutalidad que grupos de alemanes tomaran refugio en las sedes diplomáticas de esos países.

Pero, como advirtió Napoleón, raras veces puede un régimen sentarse por mucho tiempo sobre bayonetas. Las señales fueron cobrando fuerza hasta ese “momento estelar” que echa abajo el muro y marca el final del oprobio.

Los pueblos deben aprender la lección

que dejó el comunismo en esos años

Muchos pudimos recorrer pequeños espacios detrás del muro en condiciones especiales. El paso fronterizo era a la vez diabólico y un teatro del absurdo, con la revisión de las carrocerías de los buses con espejos, los interrogatorios pasajero por pasajero, ir a altas velocidades por las ciudades (en este caso Potsdam) para que nadie pudiera observar las misérrimas condiciones de vida…

Pero al desaparecer el muro y volver unos meses más tarde a esos lugares, el visitante se daba perfecta cuenta de que la realidad era peor que la propaganda en contra de esos “estados socialistas” que eran ruinas habitadas.

La Alemania del Este sufrió la devastación de las tropas rusas, de los bombardeos aliados perpetrados cuando el país ya estaba vencido –Dresden es el caso más repugnante de tal insania– y, sumado a ello, la ruinosa gestión económica de los comunistas, los empobrecedores.

Pese a las enormes inversiones de Occidente y del gobierno alemán, persisten las cicatrices y quedan almas laceradas y la memoria de la horrible pesadilla.