Acoso, atropello y amenazas contra el comercio de granos

Más grave aún es que, enarbolando el petate del acaparamiento, los de la Defensoría se pongan a examinar la contabilidad de un negocio, a interrogar, a meterse y hacerse acompañar de policías en una empresa

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Mirna Cortez carga a su hija Nahomi de nueve meses. Nahomi permanece ingresada en el Servicio de Infectología del Hospital Bloom. Foto EDH /archivo

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2014-08-17 5:00:00

No descansa el régimen en buscar chivos expiatorios por la escasez de frijol, entre ellos los exportadores que tienen contratos qué cumplir. Pese a todo ese esfuerzo, no encuentran a los “acaparadores” por ningún lado, aunque la Defensoría del Consumidor está poniéndoles el ojo a seis empresas que, como otros comerciantes del país, compran, embodegan y venden granos.

Los afectados han denunciado que la Defensoría ha montado acoso y persecución sobre un pequeño grupo de comerciantes de granos, a quienes inspeccionan casi a diario, les obligan a mostrar sus libros y sus existencias, los someten a interrogatorios y, lo último, los amenazan llevando policías en esas pesquisas.

¡Despertad, hermanos salvadoreños, pues apunta en el horizonte el alba de los regímenes policiales…!

Es absolutamente arbitrario que el régimen disponga que a partir de una cantidad de existencias –se trate de diez mil o cuarenta mil quintales— se cae en “acaparamiento”, pues ese volumen no mueve ni afecta precios en un mercado que consume varios millones de quintales de frijol y de maíz. La competencia entre los distribuidores, almacenadores y vendedores de alimentos básicos impide que nadie afecte los precios ni afecte la demanda; ignorarlo es desconocer cómo operan los mercados, lo cual no sorprende en los funcionarios actuales.

Más grave aún es que, enarbolando el petate del acaparamiento, los de la Defensoría se pongan a examinar la contabilidad de un negocio, a interrogar, a meterse y hacerse acompañar de policías en sus locales, a presionar a sus dueños y empleados.

Todo negocio hace acopio o “acapara” naturalmente al anticipar la demanda; en Navidad las bodegas de almacenes y tiendas están pletóricas de artículos, que no se venden en un día, sino a lo largo de varias semanas, como sucede siempre con toda clase de existencias, se trate de juguetes o de frijoles. Y en la actual calamidad nacional, en la que más y más familias están de “coyol quebrado, coyol comido”, la tienda de barrio o los distribuidores de granos son los que guardan lo que la gente antes tenía en sus despensas.

Comerciantes y productores deben

despertar ante las amenazas

Las existencias son lo que mantiene la permanencia de los negocios, pues nadie va a comerciar en frijoles o hierro de construcción de puchito en puchito, sino que se debe asegurar que podrá satisfacer a sus clientelas; el comerciante releva al cliente de invertir en sus propias existencias, en tener un capital de trabajo inactivo.

Ahora son los frijoles, un alimento que se ha denunciado que estarían acaparando los rojos para exportarlo a Venezuela y esa sería de una de las causas de la carestía; nadie asegura que pasados unos meses se quiera perseguir a otros comerciantes (digamos de leche o de aceite comestible como hicieron los duartistas, o de electrodomésticos como en Venezuela). Dado el paroxismo mental en que están los “defensores del consumidor”, todo se puede esperar; es muy del caso que el comercio en general y los productores despierten a la amenaza.

“Cuando vieras afeitar a tu vecino, pon tus barbas en remojo…”.

Lo que define el autoritarismo y la dictadura es la pretensión, que se impone por la fuerza y el terror, de controlar lo que se hace y no se hace en un país y la vida de los infelices que en él viven. Y más señales en tal sentido no pueden darse…