En quinientos años no logran crear nueva riqueza…

Chávez no tuvo empacho en profanar la memoria de El Libertador para sus usos politiqueros, como tampoco en usar la bandera venezolana para sus camisas, pantalones y sepa Dios qué otras prendas

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elsalvador.com

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2014-07-07 6:00:00

Evo, el gran cacique boliviano, es en extremo creativo, aunque resulta lamentable que sus iniciativas sean un retroceso en la historia y no avances hacia superiores niveles culturales y humanos.

El último de sus exabruptos es borrar el nombre de Colón de todos los lugares públicos que lo llevan, como asimismo pretende rebautizar plazas, calles, provincias, caseríos y lo que toca, con apelativos bolivianos, con la excepción, suponemos, del nombre del país, Bolivia, pues eso sería un agravio a la revolución bolivariana de su mentor en barbaridades, el ya difunto Hugo Chávez.

Chávez no tuvo empacho en profanar la memoria de El Libertador para sus usos politiqueros, como tampoco en usar la bandera venezolana para sus camisas, pantalones y sepa Dios qué otras prendas de su personal uso.

“Todavía en algunas ciudades tenemos plaza Colón. ¿Cómo puede ser plaza Colón? (Él era un) invasor, saqueador que nos ha traído otra forma de vivencia, saquearnos para dejarnos en la pobreza”, sentenció.

En efecto, Colón llegó, cambió los espejitos por oro y, a partir de entonces, los bolivianos, lo afirma Evo, son pobres, no pudieron crear nueva riqueza, no fueron capaces de superarse como lo han conseguido desde los chilenos al sur hasta los canadienses en el norte.

Y por lo tanto, quinientos años más tarde, quinientos años de inmovilidad “socioeconómica” en Bolivia, decide Evo tomar venganza en Colón. Y como no logra crear riqueza, pese a las abundantes cosechas de coca en su país, la mejor forma de hacerlo es rebautizarlo todo, como ya se vio en El Salvador con los rebautismos exprés del previo régimen: se cambia el nombre a algo y eso importa más que renovarlo y actualizarlo.

Evo debe lamentar que, al cristianizarse la América —y católica es la mayoría de bolivianos—, se perdieran coloridas tradiciones indígenas. Y una de esas tradiciones, ceremonias de gran pompa, humos al cielo, plumas por doquier, tambores y flautas, eran los juegos del fútbol practicado desde Alaska hasta la Tierra del Fuego:

La tribu se reunía en un anfiteatro, un Neymar de aquellos tiempos daba la gran patada y la cabeza de un enemigo volaba sobre un arco mientras la muchedumbre, delirante, gritaba:

¡Gooooooolll!

¿Quién quiere renunciar al esplendor de los tiempos actuales?

Está por verse si Evo será selectivo en los usos y costumbres, herramientas y técnicas que quiere revivir, y lo que toma de los tiempos actuales, incluyendo su jet privado con el que se desplaza hasta España, donde el Rey Juan Carlos le regaló una réplica exacta del suéter que ha sido su distintivo cuando no anda con los gabanes andinos.

Al decirle a los españoles avispados que devuelvan el oro, con justicia ellos responden, que también los americanos les devuelvan los espejitos.

Pero más que los espejitos, que les devuelvan el idioma, la escritura, la matemática, las tradiciones culturales del Viejo Mundo, la rueda, la medicina europea, la literatura que trajeron consigo y que comprende desde los clásicos griegos y latinos, Dante y los poetas del Siglo de Oro, hasta los esplendorosos avances contemporáneos, incluyendo el fútbol, pero con balones de cuero.

Esa integración cultural corre en nuestras venas, pues es raro el americano que no lleve dentro de sí lo español y lo europeo y lo autóctono. Y pocos querrán renunciar a pertenecer a la aldea global, a ser un hombre libre, en nuestro tiempo.