No es saludable, como se cree, esa copita de vino al cenar

Una sabia regla indica que comer al ver programas de TV, y lo que se engulle son a menudo bocados chatarra, es el camino más rápido a la obesidad, y si no obesidad, a perder la cintura

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elsalvador.com

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2014-06-16 5:00:00

Cuando todo parece ir viento en popa, asoma la tormenta y desbarata los sueños… Hoy, Día del Padre, vale la pena citar un estudio efectuado en la Universidad de John Hopkins ha establecido que el Resveratrol, una sustancia que se encuentra en el vino, las uvas y el chocolate, no tiene las propiedades curativas que se le atribuyen, por lo que empujarse esa esperada y muy grata copita de vino en la cena no concede longevidad aunque, en ocasiones, causa agruras y pérdida de sueño.

Es posible, empero, que la alegría que el vino prodiga contribuya al bienestar y por tanto a sentirse vigoroso y capaz de conquistar al mundo, pero cifras son cifras y no se ha demostrado que, empinar el codo aun con moderación, postergue el momento en que el buen Dios nos llame a formar parte de su junta de consejeros.

Esto recuerda el caso del hombre a quien su médico le recomienda comer sólo verduras hervidas, abstenerse de música y de musas, acostarse y levantarse temprano, etcétera…

“¿Y eso me ayudará a vivir más de un año, doctor?”

“No, pero estará tan aburrido que no va a importarle morir…”

Y así piensan muchos: es preferible pasar inmerso en vapores etílicos que tener que afrontar las duras realidades de la vida.

El vino, desde que Noé lo inventó al bajar del arca y que fue causa de que sus propias hijas lo sedujeran, desde esas remotas edades se asocia al amor, a la francachela y a los excesos. Fue en una borrachera que Alejandro Magno mató a su más cercano amigo, como borracheras acompañaron las bacanales en la Antigüedad. Baco rivalizó con Apolo en capturar la imaginación de griegos y romanos.

Y el vino inspiraba lances reales o imaginarios en los siglos Decimonono y Veinte, como se exalta en estos memorables versos de Manuel Gutiérrez Nájera:

“Las novias pasadas son copas vacías;

en ellas pusimos un poco de amor;

el néctar tomamos… huyeron los días…

¡Traed otras copas con nuevo licor!

“Champán son las rubias de cutis de azalia;

Borgoña los labios de vivo carmín;

los ojos obscuros son vino de Italia,

los verdes y claros son vino del Rhin…”

Pero en estos tiempos de igualdad de género cuando a la par de los donjuanes marchan las Manon Lescaut y las Milady, al estilo de la infame protagonista de Los Tres Mosqueteros, lo prudente es comportarse con buen juicio y beber con mesura, no vaya uno a terminar convertido en una ruina y despreciado.

La sabiduría de los griegos

se resume en “nada en exceso”

Tras el vino y los tragos van las gorduras, la flacidez, el cansancio. Una sabia regla indica que comer al ver programas de TV, y lo que se engulle son a menudo bocados chatarra, es el camino más rápido a la obesidad, y si no obesidad, a perder la cintura, como son mortales para la salud las idas a las playas o las reuniones de fin de semana en las que se termina alcoholizado e inclusive, si se conducen autos, en los infiernos.

Volviendo a los griegos, no obstante las bacanales, resumieron su norma de vida en la frase que se encontraba en Delfos, adonde acudían a consular el oráculo y adivinar el futuro: “nada en exceso”.

Exceso de prepotencia, exceso de egolatría, exceso de orgullo, exceso de llenarse la panza y abandonarse al vicio…