La Bachelet y su programa de reducir la “desigualdad”

En las próximas semanas se irán conociendo las políticas con las cuales la Bachelet quiere lograr una "sociedad más justa e igualitaria", lo que es la inalcanzable botija al pie del arcoíris…

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elsalvador.com

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2014-03-13 5:00:00

Toma posesión Michelle Bachelet por segunda vez como presidenta de Chile, con un cambio hasta el momento retórico de su agenda: reducir la “desigualdad”, hacer frente a demandas sociales e ir desmantelando parte de la herencia de los tiempos de Pinochet, tiempos, hay que reconocerlo, durante los cuales Chile no sólo superó la terrible pobreza que generó el régimen comunista de Allende, sino que fue el primer país en Hispanoamérica en la segunda mitad del siglo XX, que se situó en el primer mundo.

Ojalá que pueda Bachelet hacer de lado sus personales resentimientos y recuerde el descalabro causado por el populismo a lo largo de la historia de Chile y muy especialmente con Allende, cuando el país llegó a extremos de pobreza y escasez inéditos para Sudamérica. En esos tristes años faltaba de todo, desde alimentos hasta medicinas y artículos de primera necesidad.

En cuanto a reducir la desigualdad, Dios nuestro señor no quiso que los hombres fueran iguales, pues en el mundo hay una casi infinita diversidad de personalidades, capacidades, gracias, defectos, virtudes, inteligencias y modos de ser, lo que es el motor de la innovación, lo que nos sacó de las cavernas y está conduciéndonos a las estrellas.

La “igualdad” es norma en los campos de concentración, en las bandas del crimen organizado, en las sectas fanáticas.

Un escritor español, Jaime Campmany, decía, sobre el tema de la igualdad, que quien logró hacer a todos “iguales” fue Mao Tse Dong, el gran carnicero, al forzar a sus connacionales a vestir todos una misma prenda, el gabán azul, cortarse el pelo en igual manera y marchar al mismo paso, lo que volvía difícil diferenciar a un chino de otro, como habría sido con holandeses o uruguayos ataviados con la misma ropa y colores.

La loca carrera para encontrar la botija al pie del arcoíris…

La presidenta tendrá la sensatez de mantenerse dentro de lo racional, de no desbordar la institucionalidad y las tradiciones jurídicas que han sido el gran tesoro chileno, uno de los pilares de su desarrollo. Y aunque en el país haya movimientos desde anárquicos hasta radicales, la mesura y sensatez de la gente común, como de sus emprendedores, creadores, académicos y personas pensantes, siempre es un freno al aventurismo, a la par de dar cuerpo a soluciones de los problemas y desafíos que enfrenta todo estado contemporáneo.

Y el mejor ejemplo de esa templanza es la presidencia del socialista Ricardo Lagos, que supo mantener el curso natural de Chile en su desarrollo, sabiendo que sólo el crecimiento de la economía se traduce en el crecimiento del bienestar de la población.

La tentación populista, que lleva usualmente a elevar impuestos para luego redistribuir riqueza –y en Chile una de las exigencias de jóvenes exaltados es que la educación superior oficial sea gratuita— pierde de vista dos hechos: el primero, que el pago de impuestos es siempre un costo de producción, lo que se pasa a los consumidores vía precios; lo segundo, que los impuestos, el saqueo al sector productivo, reduce la capacidad de inversión de la economía, con lo que esta se vuelve menos competitiva en los mercados mundiales.