La historia de un muchacho que sobrevivió al Holocausto

De esa clase de destino nos libre Dios: la desgracia de caer en una dictadura totalitaria que no admite disidencia, aplasta lo individual e impone aberrantes ideologías y formas de vida contrarias a la naturaleza libre del hombre

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Gabriel Gabor, detalló aspector del torneo donde estará participando El Salvador. Foto EDH / @MLSGabor

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2014-02-04 6:00:00

Un judío polaco que sobrevivió a las persecuciones nazis en Varsovia, incluyendo el levantamiento y posterior destrucción del gueto, murió la semana pasada en Canadá, lugar donde él y otros de sus connacionales que sobrevivieron al horror, se asentaron después de la Segunda Guerra Mundial.

Irving Milchberg era un adolescente de doce años cuando los nazis invadieron Polonia, ataque que desencadenó la Segunda Guerra Mundial. El niño escapó tres veces de trenes que transportaban judíos y otros nacionales al campo de exterminio de Treblinka, sobrevivió a las hambrunas y sobrevivió a una terrible realidad: cualquier soldado nazi podía matar en el acto a un judío al identificarlo como tal.

El Holocausto, que los musulmanes fundamentalistas niegan, fue sobre todo una persecución contra judíos, pero también contra polacos de la Resistencia, gitanos y personas de muchas otras etnias, religiosos católicos y de otras denominaciones, que fueron deportados y asesinados.

El niño, nos dice la historia publicada en el New York Times, pudo sobrevivir vendiendo cigarrillos a polacos y a los mismos soldados alemanes en la gran plaza de “Las Tres Cruces”, en Varsovia, frente al gueto. Y donde estuvo este último hay una explanada con un monumento a los miles que allí perecieron o que fueron deportados a los infames campos de concentración.

El niño recogía comida con el dinero de la venta de cigarrillos, además de pasar armas escondidas a los jóvenes que prepararon una heroica aunque perdida resistencia. En una ocasión, se dice, salió de su casa, o lo que llamaba casa, donde dejó a su madre y a tres de sus hermanas. Al volver por la tarde ellas no estaban más, pues las habían deportado. Desaparecieron para siempre.

Dios nos libre de caer

en una dictadura totalitaria

Los niños de la gran plaza se las ingeniaban para dormir, algunas veces protegidos por familias polacas, gentiles que sabían del grave riesgo que corrían de ser descubiertos. La historia de esos años registra muchos actos heroicos de personas de todas las condiciones que ayudaron a familias o individuos a escapar, entre ellos, por cierto, el campeón mundial de boxeo de esa época, el alemán Max Schmeling, que metía en el baúl de su automóvil a judíos y los llevaba hasta la frontera con Francia.

Irving nació en el seno de una familia acomodada de comerciantes y su niñez fue tranquila y feliz. Pero al llegar los nazis, clausurar los negocios de los judíos y luego forzar a las familias a concentrarse en el gueto —a ellos les asignaron un cuarto en una casa abandonada— comenzó la pesadilla, un horror que le persiguió por toda su vida.

Polonia, en esos años, cayó bajo los dos “socialismos” salvajes de la preguerra: primero los nazis de Hitler y después los comunistas soviéticos que, en Polonia, perpetraron una de las más espantosas masacres, la ejecución de veinte mil oficiales del ejército, policías, intelectuales y civiles polacos en el bosque de Katyn.

De esa clase de destino nos libre Dios: la desgracia de caer en una dictadura totalitaria que no admite disidencia, aplasta lo individual e impone aberrantes ideologías y formas de vida contrarias a la naturaleza libre del hombre.

Milchberg volvió a Varsovia en el cincuenta aniversario de la destrucción del gueto. Su hijo cuenta que entonces lloró inconsolablemente, recordando el horror y las víctimas, recordando una luminosa cultura polaca y hebrea aniquilada por la barbarie.